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martes, 21 de julio de 2015

Del revés (Inside Out)


   Leí recientemente unas declaraciones de John Lasseter donde afirmaba que Pixar, empresa de animación digital de la que él es creador y director, realizaba películas de adultos aptas para menores. Y en verdad así es, pues ¿qué niño puede llegar a comprender la tragedia que encierra el magistral prólogo de Up? O bien, ¿qué otro puede identificarse con el simpático robot protagonista de Wall-E, que vive un proceso juvenil de amor no correspondido que ningún crío ha podido conocer todavía? O, por último, ¿algún pequeño es capaz de llegar a intuir siquiera esa búsqueda del sentido de la propia vida en la que se embarcan los juguetes de Andy en Toy Story 3 cuando este ya no quiere jugar con ellos? Probablemente, a todas estas preguntas responderíamos con una rotunda negación; sin embargo, vemos que esos mismos niños se embelesan una y otra vez con sus fotogramas, que compran artículos basados en dichos largometrajes y que se saben sus canciones de memoria (“¡hay un amigo en mí!”). Y es que, como hemos indicado al principio de este párrafo, las producciones de Pixar describen historias adultas revestidas de una presentación infantil. 

   La película que nos ocupa no podía ser menos, por lo que bajo esa apariencia colorida de un cuento que narra las desventuras de unas emociones perdidas en el cerebro de una chica, nos encontramos con el crudo relato de una joven situada en el umbral de la pubertad. Este es sin duda un periodo del crecimiento particularmente difícil, pues el joven que lo experimenta siente que no solo su cuerpo está entrando en la edad adulta, sino que también sus propias ideas, pensamientos, gustos y aficiones se van modificando para adaptarse a ella; es la etapa en la que el niño se pregunta por su familia, a la que puede llegar a ver con recelo, por sus amigos y por el lugar que ocupa en el mundo; es, finalmente, la etapa del discernimiento y del forjamiento de su propia personalidad. En el caso de esta película, todo ello parece precipitarse cuando los padres de aquella deciden mudarse de ciudad, provocando que esta deba enraizarse en un ambiente que desconoce; de este modo, vemos cómo se enfrenta a su primer día de colegio o a las pruebas para ingresar en el equipo de hockey local.

   Hasta aquí, todo nos puede parecer de lo más normal y un argumento ya visto en cualquier otra cinta de corte juvenil, pero no debemos olvidar que Pixar siempre nos sorprende, y esta vez lo hace describiéndonos el funcionamiento mismo de esas emociones internas sentidas por un púber. No es de extrañar, pues, que en la central interna de control cerebral solo queden Miedo, Ira y Asco, mientras que Alegría y Tristeza se han perdido por los recovecos de la infinita memoria (por cierto, muy bien descrita por estos maestros de la animación); ciertamente, aquellas tres sensaciones son las que parecen primar en el proceso de madurez de cualquier joven, caracterizado por la rebeldía, los constantes enfados, los gestos desagradables y la actitud “borde” (aunque la palabreja no sea propia de un artículo serio, en verdad es gráfica y fácil de entender por todos los lectores), mientras que parece que se alejan de él las otras dos. Así, el comportamiento de la protagonista hacia sus padres y el enojo con ellos es un perfecto reflejo de aquel que experimenta cualquier persona que empieza a flirtear con la adolescencia.

   En el aspecto meramente técnico, y como ya hemos dicho, es magistral la descripción que hace la cinta de los suburbios cerebrales a medida que Alegría y Tristeza van avanzando por ellos, alcanzando su clímax en los estudios cinematográficos, destinados a dotar de sueños las noches de la niña (con una escena hilarante que quedará para siempre en el recuerdo), y la incursión en el subconsciente, con un maligno payaso que nos hace recordar nuestros temores infantiles más arraigados. En él destaca asimismo la aparición del amigo invisible de la infancia de la aquella, en una escena que recuerda sutilmente a Dentro del laberinto (¿es quizás un homenaje velado a ella, porque también esta se desarrolla en una suerte de dédalo?): un personaje que, cosas de la paradoja, es poco imaginativo, pues su aspecto ha sido repetido en otros sitios, pero que juega un papel fundamental en el desarrollo de la historia, pues indica la parte de puerilidad que aún duerme en el interior de la niña; por este motivo (no sigas leyendo si aún no has visto la película), su muerte es necesaria para que esta entre en la edad adulta, pues ¿de qué modo iba a madurar alguien que se encuentre anclado de manera irremediable en el pasado?

   Al final, y como no podía ser menos en una cinta de Pixar, brilla refulgentemente la importancia de la familia en el crecimiento óptimo de un niño, pues es el lugar donde este se siente amado y comprendido; donde aprende a perdonar y a ser perdonado, y donde, en definitiva, aprenderá a enfrentarse a los problemas que el futuro le ofrecerá a lo largo de su vida. Por esta razón, la isla de la familia aparece reforzada al final del metraje, no así las otras, que cambian o desaparecen conforme la niña madura o acoge nuevas experiencias. La familia, pues, viene a recordarnos de nuevo John Lasseter, debe ser un lugar de respeto, amor y perdón, para que un niño crezca sano y sea capaz de ingresar con soltura en el mundo de los adultos. Por tanto, y como hemos indicado al principio de este escrito, es posible que los jóvenes espectadores no hayan sido capaces de colegir todos estos datos con el visionado de la cinta, por lo que sus padres, a quienes realmente va dirigida, deberán ser sus instructores, y enseñarles con su propia vida la importancia del amor, del perdón y del respeto.