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viernes, 29 de noviembre de 2019

El hombre en el castillo


   Por fin ha concluido la serie El hombre en el castillo, así que este es el momento oportuno para hablar de ella. Y es que los aficionados al cine y a la televisión solemos adelantarnos en nuestras críticas a las soaps operas, porque queremos ser los primeros en opinar sobre ellas. Pero ello conlleva un riesgo no pequeño, ya que, en muchas ocasiones, la serie que tanto nos gustaba… ¡termina siendo un bodrio! (¿quién no recuerda los sangrantes ejemplos de Perdidos y Juego de tronos?). Sin embargo, después de cuatro temporadas, podemos decir que, sin ser ninguna maravilla, esta que nos ocupa ha sabido mantener el mismo interés en cada una de ellas, por lo que se trata de una de las mejores apuestas televisivas del momento.




   No es ninguna novedad si decimos que la serie fabula sobre lo que habría ocurrido en Estados Unidos si Alemania hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial y se hubiera repartido el país con el Imperio japonés. En esta tesitura, donde los nazis y los japos campan a sus anchas por las calles de Nueva York, surge una resistencia (¿qué película o serie de nazis sin ella?) que pretende recobrar la libertad de su pueblo. Pero la historia no solo presenta las desventuras de este grupo de insurgentes, sino también las problemáticas personales de los malos, que son el gobernador militar John Smith (Rufus Sewell)  y el inspector de policía Kido (Joel de la Fuente). 




   Para empezar, debo decir que yo me leí la famosa novela en la que se basa la serie hace ya mucho tiempo. Su autor, Philip K. Dick, es un reconocido escritor de ciencia ficción que siempre ha cautivado mi interés, porque ha sabido mezclar sabiamente distopía, religión y filosofía a partes iguales (aún recuerdo con mucho gusto el cartesianismo implícito de ¿Sueñan los androides con ovejas electrónicas?). Pero también ha sabido captar el interés de las majors hollywoodenses, que no han dudado en sacarle réditos a sus mejores novelas: Desafío total, Blade Runner, A Scanner Darkly, Minority Report… e incluso Electric Dreams, una serie fantástica de la que podéis gozar en Amazon Prime.




   Sin embargo, y a diferencia de lo que pudiera parecer en un primer momento, la novela no me pareció la mejor obra de su autor, incluso me pareció francamente mala. El motivo era que, pese a plantear un contexto sugerente (la victoria de los nazis en la Segunda Guerra Mundial y su posterior conquista de los Estados Unidos), se enzarzaba en demasiados problemas que hacían perder el hilo. Y así, lo que podría haber sido un estudio serio sobre dicha distopía, se convertía en una mera historia detectivesca sin mucho sentido. En su prólogo, el mismísimo Dick aseguraba que había procurado reflejar fielmente ese mundo imaginario dominado por el nacionalsocialismo, aunque lo cierto es que no se percibe. Por tanto, y a mi juicio, donde mejor se evidencia la mano del autor es en las disertaciones filosóficas y existenciales, que siempre son su mejor baza.




   Probablemente, los creadores de la serie hayan sido conscientes de estas carencias, por lo que han procurado corregirlas con indisimulada habilidad. Y así, en este sentido, lo más destacable es su diseño de producción, puesto que, donde la novela solo postulaba sutilmente la dominación nazi, aquí es mostrada con absoluta claridad: esvásticas por doquier, rituales nacionalsocialistas, redadas, persecuciones, idolatría constante del Führer, adoctrinamiento en los colegios, etcétera. De este modo, aquellos han imaginado por nosotros (¡y mucho mejor que Philip K. Dick!) cómo habría sido un mundo bajo la dominación hitleriana…, y dudo mucho de que se hayan apartado de la terrible realidad. Otro factor de importancia han sido los personajes, mucho mejor acabados que en la novela: a destacar, el de Juliana Crain (una más que aceptable Alexa Davalos) y el de John Smith (un fantástico Rufus Sewell, al que le había perdido la pista desde… ¡Dark City!). 




   Pero, por desgracia, no ha sabido suplir todos los errores del texto original… e incluso ha creado alguno que, inexistente en este último, ha enrevesado indebidamente la trama. Entre los primeros, debemos indicar el excesivo protagonismo de los japoneses. Y es que, sin lugar a dudas, la serie habría avanzado mejor sin la presencia de estos últimos, cuyos complots y giros argumentales no interesaban a nadie y eran presentados como elementos secundarios y, por tanto, innecesarios (si los malos solo hubieran sido los nazis, la ficción habría tenido más fuerza…, y eso que el personaje de Kido resulta, cuanto menos, fascinante). Respecto de los errores “creados”, debemos destacar los viajes interdimensionales, que son acertados en cuanto reflejan las ambiciones de los respectivos bandos (la libertad en el de los rebeldes, el ansia de conquista en el de los nazis, el anhelo de “otra vida” en el de John Smith, etcétera), pero completamente prescindibles para el desarrollo del guion.




   Por todo ello, y como decíamos al principio, se trata de una serie que, sin ser una maravilla, ha sabido situarse en el podio de las producciones televisivas actuales. Sus cuatro temporadas no solo no decaen en ningún momento, sino que van mejorando progresivamente, hasta alcanzar un final (heredado de Encuentros en la tercera fase) que, sin ser tampoco antológico, resulta bastante digno. No le pidáis peras al olmo, pero disfrutad de su sombra, porque, en esta canícula artística que estamos padeciendo, es de lo más agradable que vais a encontrar.