Por fin ha concluido la serie El
hombre en el castillo, así que este es el momento oportuno para hablar
de ella. Y es que los aficionados al cine y a la televisión solemos
adelantarnos en nuestras críticas a las soaps
operas, porque queremos ser los primeros en opinar sobre ellas. Pero ello
conlleva un riesgo no pequeño, ya que, en muchas ocasiones, la serie que tanto
nos gustaba… ¡termina siendo un bodrio! (¿quién no recuerda los sangrantes
ejemplos de Perdidos y Juego de tronos?). Sin embargo,
después de cuatro temporadas, podemos decir que, sin ser ninguna maravilla,
esta que nos ocupa ha sabido mantener el mismo interés en cada una de ellas,
por lo que se trata de una de las mejores apuestas televisivas del momento.
No es ninguna novedad si decimos que la
serie fabula sobre lo que habría ocurrido en Estados Unidos si Alemania hubiera
ganado la Segunda Guerra Mundial y se hubiera repartido el país con el Imperio
japonés. En esta tesitura, donde los nazis y los japos campan a sus anchas por las calles de Nueva York, surge una
resistencia (¿qué película o serie de nazis sin ella?) que pretende recobrar la
libertad de su pueblo. Pero la historia no solo presenta las desventuras de este
grupo de insurgentes, sino también las problemáticas personales de los malos,
que son el gobernador militar John Smith (Rufus Sewell) y el inspector de policía Kido (Joel de la
Fuente).
Para empezar, debo decir que yo me leí la
famosa novela en la que se basa la serie hace ya mucho tiempo. Su autor, Philip
K. Dick, es un reconocido escritor de ciencia ficción que siempre ha cautivado
mi interés, porque ha sabido mezclar sabiamente distopía, religión y filosofía
a partes iguales (aún recuerdo con mucho gusto el cartesianismo implícito de ¿Sueñan
los androides con ovejas electrónicas?). Pero también ha sabido captar
el interés de las majors
hollywoodenses, que no han dudado en sacarle réditos a sus mejores novelas: Desafío
total, Blade Runner, A Scanner Darkly, Minority
Report… e incluso Electric Dreams, una serie
fantástica de la que podéis gozar en Amazon Prime.
Sin embargo, y a diferencia de lo que
pudiera parecer en un primer momento, la novela no me pareció la mejor obra de
su autor, incluso me pareció francamente mala. El motivo era que, pese a
plantear un contexto sugerente (la victoria de los nazis en la Segunda Guerra
Mundial y su posterior conquista de los Estados Unidos), se enzarzaba en
demasiados problemas que hacían perder el hilo. Y así, lo que podría haber sido
un estudio serio sobre dicha distopía, se convertía en una mera historia
detectivesca sin mucho sentido. En su prólogo, el mismísimo Dick aseguraba que
había procurado reflejar fielmente ese mundo imaginario dominado por el
nacionalsocialismo, aunque lo cierto es que no se percibe. Por tanto, y a mi juicio,
donde mejor se evidencia la mano del autor es en las disertaciones filosóficas
y existenciales, que siempre son su mejor baza.
Probablemente, los creadores de la serie
hayan sido conscientes de estas carencias, por lo que han procurado corregirlas
con indisimulada habilidad. Y así, en este sentido, lo más destacable es su
diseño de producción, puesto que, donde la novela solo postulaba sutilmente la
dominación nazi, aquí es mostrada con absoluta claridad: esvásticas por
doquier, rituales nacionalsocialistas, redadas, persecuciones, idolatría
constante del Führer, adoctrinamiento en los colegios, etcétera. De este modo,
aquellos han imaginado por nosotros (¡y mucho mejor que Philip K. Dick!) cómo
habría sido un mundo bajo la dominación hitleriana…, y dudo mucho de que se
hayan apartado de la terrible realidad. Otro factor de importancia han sido los
personajes, mucho mejor acabados que en la novela: a destacar, el de Juliana
Crain (una más que aceptable Alexa Davalos) y el de John Smith (un fantástico
Rufus Sewell, al que le había perdido la pista desde… ¡Dark City!).
Pero, por desgracia, no ha sabido suplir
todos los errores del texto original… e incluso ha creado alguno que, inexistente
en este último, ha enrevesado indebidamente la trama. Entre los primeros,
debemos indicar el excesivo protagonismo de los japoneses. Y es que, sin lugar
a dudas, la serie habría avanzado mejor sin la presencia de estos últimos, cuyos
complots y giros argumentales no interesaban a nadie y eran presentados como
elementos secundarios y, por tanto, innecesarios (si los malos solo hubieran
sido los nazis, la ficción habría tenido más fuerza…, y eso que el personaje de
Kido resulta, cuanto menos, fascinante). Respecto de los errores “creados”,
debemos destacar los viajes interdimensionales, que son acertados en cuanto
reflejan las ambiciones de los respectivos bandos (la libertad en el de los
rebeldes, el ansia de conquista en el de los nazis, el anhelo de “otra vida” en
el de John Smith, etcétera), pero completamente prescindibles para el desarrollo
del guion.
Por todo ello, y como decíamos al principio,
se trata de una serie que, sin ser una maravilla, ha sabido situarse en el
podio de las producciones televisivas actuales. Sus cuatro temporadas no solo
no decaen en ningún momento, sino que van mejorando progresivamente, hasta
alcanzar un final (heredado de Encuentros en la tercera fase) que, sin
ser tampoco antológico, resulta bastante digno. No le pidáis peras al olmo,
pero disfrutad de su sombra, porque, en esta canícula artística que estamos
padeciendo, es de lo más agradable que vais a encontrar.