Cuando analizamos Cazafantasmas (aquí), decíamos que un buen remake no es aquel que sigue punto por punto los derroteros de su predecesora, como la horrorosa Psycho (Psicosis) (Gus van Sant, 1998); tampoco es aquel que intenta superar al original, que es una manera de despreciarlo, como ocurre con la terrible Conan el bárbaro (Marcus Nispel, 2011). Un buen remake, por el contrario, es aquel que, o bien ofrece la misma historia de la primera película desde una perspectiva distinta a la que esta presentaba, o bien la actualiza debidamente, es decir, respetando su esencia, pero adaptándola a los tiempos que corren, como sucedía con La mosca (David Cronenberg, 1986) y con La cosa (The Thing) (Matthijs van Heijningen Jr.). Por fortuna, la nueva Los siete magníficos (Antoine Fuqua, 2016), que ha llegado esta semana a nuestras pantallas, se integra dentro de esta última opción, por lo que podemos decir que se nos ofrece como una película muy recomendable.
Antes de centrarnos en ella, no obstante, conviene recordar que su predecesora, de homónimo título, ya se basaba en un film imprescindible para cualquier cinéfilo: Los siete samuráis (Akira Kurosawa, 1954). En ambas películas, contemplábamos la historia de un grupo de hombres que, pese a encarnar el modelo de virilidad de sus respectivos países de origen, es decir, el samurái en la obra nipona y el cowboy en la americana, se sentían abatidos por el peso de sus pecados, cometidos, sobre todo, a lo largo de una vida pasada, de la que desean desprenderse; de esta manera, la orgullosa masculinidad de cada uno de ellos estaba enterrada bajo la humillación de su propia vergüenza. Pero, a la vez, veíamos cómo esa vida, que se les había tornado tan onerosa, les brindaba una oportunidad para liberarse de la condena que ellos mismos se habían infligido: ubicarse en el lado del débil, a quien ellos, probablemente, también extorsionaran en el pasado, y defenderlo del asedio del poderoso, facción que ellos habrían apoyado (es por ello que ninguno de los siete, en ninguna de las versiones, se plantea en serio la recompensa de los aldeanos, sino que aceptan con gusto el trabajo por lo que significa para ellos).
Afortunadamente, y como hemos indicado, Antoine Fuqua, que otrora dirigiese las irregulares Asesinos de reemplazo (1998) y Training Day (Día de entrenamiento) (2001), respeta la esencia de ambos filmes, que es, por otro lado, la eterna historia del hombre que busca su redención, y lo hace con mucho acierto, pues en su película está más presente que en la obra de Sturges (no así que en la de Kurosawa, pues este es el evidente leitmotiv de su extenso metraje). En efecto, en esta podemos ver una descripción rápida, pero detalla, de la pesadumbre que persigue a cada uno de los protagonistas (especialmente, al personaje interpretado por Ethan Hawke, mejor perfilado que el que abordase su alter ego Robert Vaughn en la versión de 1960, quien teme la muerte que él mismo ha proporcionado en infinidad de ocasiones) y su deseo, por tanto, de encontrar el alivio que necesitan; pero también podemos ser partícipes de la omnipresencia de la iglesia como lugar de refugio y de salvación, y de, por ejemplo, una melodía que silba Denzel Washington como seña de identidad y que es, en verdad, un anhelo por librarse de la carga que porta sobre su alma.
La película, como también hemos insinuado, tiene elementos modernos en su guion, que, bien mostrados, como hemos dicho, son prueba de un excelente remake. En este caso, lo encontramos en la figura del villano, que ahora representa el capitalismo atroz, que devora sin misericordia a los pueblos débiles en su propio beneficio; también lo encontramos en el personaje de Haley Bennett, ejemplo de la mujer fuerte e independiente (¡eso sí que es verdadero feminismo, y no el exhibido por Cazafantasmas!), y en el grupo de los siete, que son un plantel interracial de las comunidades étnicas que moran en los Estados Unidos (principalmente, orientales, hispanos, indios y negros, o afroamericanos, por seguir en la línea de lo que es correcto a nivel político). Esto último desemboca en una graciosa tesitura, a la que también se enfrentó la nueva versión de El libro de la selva (aquí): como dicho grupo es una representación de las culturas que viven en América, todas y cada una de ellas deben ser respetadas, y ninguna, por tanto, debe sentirse discriminada (en adelante, spoiler); por este motivo, en la matanza final, común a sus predecesoras, son asesinados TODOS los blancos, por lo que sobreviven todos los que no los son (excepto el chino, que debe de formar parte de una comunidad que traga con lo que le echen). Solo tenemos que ver los disturbios que hay actualmente en Norteamérica a causa de los negros asesinados, para imaginar qué habría sucedido si, en el film, también hubiese fallecido Denzel Washington...
En definitiva, Los siete magníficos, versión 2016, es un buen largometraje, que respeta la esencia de su predecesora y que la actualiza de manera correcta, por lo que pueden disfrutar de ella tanto los recalcitrantes del clásico como aquellos que no lo han visto nunca: los primeros gozarán de las referencias que existen a aquel, incluida en su banda sonora; los segundos, de un humor socarrón que ya estaba presente en aquella y de una aventura trepidante y entretenidísima. Sin duda, es un buen remake.