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sábado, 17 de diciembre de 2016

Rogue One. Una historia de Star Wars

   Por fin llega a nuestros cines el primer (y esperadísimo) spin-off de La guerra de las galaxias. En efecto, cuando Disney adquirió los derechos de esta última, no solo se comprometió a rematarla con los tres episodios finales, sino que también aseguró que la completaría mediante pequeñas historias que habían sido sugeridas en la saga central. La película que hoy nos ocupa, por tanto, cumple dicha promesa, y lo hace de manera acertada, ya que presenta un relato correcto que agradará a los fans (aunque sin mucho entusiasmo) y que gustará a la nueva generación de aficionados galácticos.




   Como todo el mundo sabe, nos encontramos ante una película que se ubica después del episodio III e inmediatamente antes del IV. En este último, veíamos cómo el golpe final de la Alianza Rebelde al Imperio galáctico era impulsado por el robo que hacía la primera de los planos de la Estrella de la Muerte, el arma principal y más temible del segundo. El film, pues, detalla la gesta emprendida por el grupo de valientes que arriesgó su vida con el propósito de arrebatarle al enemigo los arcanos de la citada y letal arma. A diferencia de los otros largometrajes, este no está protagonizado por Jedi ni aprendices de la Fuerza, sino por el pueblo libre que se alzó contra la opresión impuesta por el malvado emperador Palpatine.

   Evidentemente, el largometraje nace con vocación de relato menor dentro de la odisea galáctica, puesto que su interés no se centra en el drama de los Skywalker, sino en una historia tangencial que tiene a estos como telón de fondo. Por dicho motivo, su director prescinde de la espectacularidad que caracteriza a aquella y de un reconocible elenco actoral que pudiera ensombrecerla. Ello no significa que el film renuncie a todo lo que siempre ha distinguido al universo Star Wars, pues, más bien al contrario, su distanciamiento propicia un metraje respetuoso con el original y, sobre todo, novedoso para los devotos seguidores.




   Precisamente, uno de los problemas de los que adolecía El despertar de la Fuerza (J.J. Abrams, 2015), película que impulsó esta nueva ola creativa dentro de la saga, era su absoluta dependencia de la trilogía original. En verdad, aunque todos disfrutásemos de ella como nunca lo hicimos con los episodios I, II y III, el film no dejaba de ser un refrito de todo lo que ya habíamos visto con anterioridad en La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977), El Imperio contraataca (Irvin Kershner, 1980) y El retorno del Jedi (Richard Marquand, 1983); es decir, un ejercicio de impúdica nostalgia que no hacía avanzar como debiera el entramado narrativo (a pesar de los excesivos defectos de aquellas tres precuelas, es necesario reconocerles su acierto en esto último). Por suerte, y como hemos indicado, ese distanciamiento con el que es concebido Rogue One logra desuncir a esta del restrictivo yugo melancólico y le otorga una libertad que muchos añoramos en el episodio VII (por supuesto, existen varios guiños a lo largo del metraje, pero están mejor insertados que los que vimos en la película de Abrams).

   En cuanto a su vinculación con la cinta original, debemos indicar que bebe ampliamente de la frescura que presentó George Lucas en aquella, puesto que recupera toda el marco bélico en el que esta se desarrollaba (algo que también pudimos ver en la magistral serie de animación Star Wars Rebels, homenajeada aquí en alguna escena), la manera de presentar a los personajes (desenvolviéndolos paulatinamente) y su candoroso sentido del humor (no olvidemos que La guerra de las galaxias fue pensada para satisfacer a los niños). Por desgracia, en los personajes principales de este spin-off estriba su defecto más evidente, ya que carecen de la complejidad que ostentaban en las anteriores películas de la saga (recordemos que Han Solo pasaba de ser un contrabandista escéptico y egoísta a ser un pilar fundamental de la rebelión... ¡en una sola película!, y que Anakin pasa de ser el niño inocente de La amenaza fantasma al malvado Darth Vader de La venganza de los Sith). Además, no encontramos entre ellos ninguno tan carismático o entrañable como el citado Solo, o como Chewbacca o los legendarios R2D2 y C3PO. ¡Ni siquiera lo es la protagonista femenina, que no llega ni por asomo al grado de empatía mostrado por Daisy Ridley en El despertar de la Fuerza! Es posible, no obstante, que, como señalamos arriba, esto forme parte de una estrategia premeditada, puesto que este es un film menor, por lo que debe soslayar todo factor que eclipse a la saga central.     

   Así pues, si este es el propósito de la película, cumple su función: se trata de un film correcto y con pocas pretensiones; no es magistral ni del todo espectacular, pero está bien acabado y hace vibrar al espectador. Como indicamos al principio del texto, conseguirá agradar a los fans incondicionales de la saga y gustará a todos aquellos que ahora se estén adentrando en ella. Por otro lado, sirve de excelente aperitivo para el verdadero plato fuerte del menú Star Wars: el episodio VIII, que podremos ver el año que viene.



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