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domingo, 15 de enero de 2017

Los niños del Brasil

   Sin duda, la noticia de esta semana ha sido la campaña en favor de la transexualidad infantil que se ha promovido en el País Vasco y en Navarra (aquí). En ella, es posible ver a un grupo de niños de sexo tergiversado que, cogidos de la mano, rubrican el lema que los acompaña: "Hay niñas con pene y niños con vulva: así de sencillo". Por suerte, varios medios de comunicación se han hecho eco de la mentira (y de la malicia) de este aserto, y, sobre todo, han contradicho científicamente los datos que parecen respaldarlos (aquí); asimismo, ha suscitado el desprecio de una sociedad que ya está cansada de soportar tanta manipulación ideológica (aquí). Pues esta es la verdad que subyace tras dicha operación publicitaria.

   Lamentablemente, no he sido capaz de recordar ninguna cinta que refleje la manipulación social que estamos viviendo (tal vez se deba a que ningún cineasta imaginó jamás que esta corrompería la inocencia infantil). Pero esta campaña sí que me ha traído a la memoria un film de temática similar: Los niños del Brasil (Franklin J. Schaffner, 1978). En esta película. el profesor Mengele, instalado en Paraguay tras la Segunda Guerra Mundial, experimentaba con unos niños para crear un nuevo Adolf Hitler. Con este propósito, pretendía la resurrección del Imperio alemán y la supremacía indiscutible de los arios sobre las demás razas de la tierra. Desconozco si los nazis experimentaron alguna vez con la sexualidad de los niños, pero la idea que hay detrás de esta ideología de género no se aleja mucho de sus postulados.




   Ante todo, deberíamos recordar quién era Josef Mengele (1911-1979). Se trataba de un médico y antropólogo germano que se afilió muy pronto a los dictados del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (más conocido entre nosotros como Partido Nazi). Durante la Segunda Guerra Mundial, trabajó en el funesto campo de concentración de Auschwitz, donde llevó a cabo numerosos experimentos pseudeocientíficos que pretendían demostrar la superioridad aria. Pero estas no fueron las únicas pruebas que ejecutó, sino que también mostró interés por la supuesta vinculación psicológica que unía a los hermanos gemelos y por el estudio de las malformaciones humanas. En el fondo, sus proyectos no estaban causados por una preocupación intelectual, sino por un oscuro sadismo. Esto lo evidencian sus ensayos con niños: en ellos, solía inyectar productos químicos en  los ojos de estos últimos con el fin de tornarlos azules, o coser unos a otros con el propósito de crear siameses. Pese a estas aberraciones, Mengele consiguió huir de los Juicios de Núremberg y refugiarse en Sudamérica, donde vivió hasta su muerte, que lo alcanzó de manera natural mientras nadaba en el mar.

   Pero lo más inaudito de este médico nazi fue su obstinada contumacia. En efecto, a pesar de los años que habían transcurrido desde su participación en el campo de Auschwitz, nunca mostró arrepentimiento; al contrario, mantuvo la tesis de haber servido con lealtad a la causa del imperio nacionalsocialista. Es decir, sojuzgó la ciencia médica, destinada a la salvaguarda del bienestar de la humanidad, con el ideario político del nazismo. Que no experimentase ningún tipo de contrición desde lo días en que ejecutase sus macabras pruebas, queda de manifiesto en que trataba con ternura a sus conejillos de Indias mientras aquellas duraban, pero no vacilaba en quemarlos o gasearlos cuando concluían. Para él, los niños eran un mero instrumento al servicio del partido.




   En la campaña de la transexualidad vista en el País Vasco y en Navarra, nos encontramos con la misma motivación: no importa la salud infantil (en este caso, psíquica), sino el apoyo al ideario de la nueva sociedad. Como hemos mencionado, han aparecido diversos artículos que desmienten todo el entramado que teje esta ideología (aquí y aquí, por ejemplo), pero, al mismo tiempo, han sido menospreciados como falsos o de poca relevancia. La razón es que muestran una verdad incómoda para esta nueva era: sencillamente, la verdad. ¿Cuántos niños nacen con vulva?, ¿cuántas niñas nacen con pene? ¿Acaso esto no es producto de una intervención quirúrgica que nada tiene que ver con la naturaleza de esos niños? Sin embargo, esto no es lo que importa: lo que prevalece es la imposición de una ideología falsa, de una mentira al servicio de un propósito. Al final, quienes han promovido estos carteles han utilizado a los niños para su fin, pero los arrojarán a la cámara de gas o al crematorio cuando ya no los necesiten.

   Mis preguntas son las siguientes: ¿en qué consiste esa nueva sociedad?, ¿cuál es la intención que subyace tras esta ideología?, ¿cómo pretenden que sea esa suerte de imperio alemán que Mengele ambiciona en el film? Supongo que hay un maligno interés gregario, que busca el sometimiento del hombre a sus pasiones e instintos, privándolo de su dignidad y de su libertad. Ciertamente, cuando el sexo es tratado de manera impúdica, todo se deprava y empuja al ser humano a comportarse como un mero animal, que solo anhela satisfacer sus necesidades primarias. De este modo, el adocenamiento es más fácil, ya que los animales carecen de la capacidad de razonar de la que gozamos los hombres. Tampoco descarto la existencia de un provecho económico, puesto que todas esas necesidades son saciadas mediante el dinero (recordemos que la susodicha campaña ha sido financiada por un empresario norteamericano).




   En la película, hay dos frases que resumen perfectamente esta situación, ambas pronunciadas por el doctor Mengele. Por un lado, esta: "Hemos convertido el mundo en un inmenso laboratorio", frase que hemos intentado desgranar a lo largo del texto; por el otro, la siguiente: "Una vez que los padres han cuidado de sus hijos, ya no los necesitamos para nada". En efecto, el gran triunfo de este nuevo orden es haber roto la familia, que es la sede de la libertad, de la identidad y de la dignidad del individuo. En cuanto se ha conseguido que los niños sean arrancados de sus padres, ya son víctimas de estos experimentos sociales; por eso interesa que crezcan rápidamente, que despierten cuanto antes al sexo y que este sea depravado enseguida, para que se pueda corromper su inocencia y esclavizarlos a sus pasiones. Sin embargo, hoy son muchos los padres que ven con buenos ojos este adoctrinamiento, por lo que lo propician en orden al bienestar y a la salud psicológica de su prole: "Si es lo que él quiere..." (aquí).

   Finalizando el metraje, Mengele se dirige al hogar donde inició sus experimentos. Allí, piensa que encontrará al futuro líder del imperio alemán, que él mismo ha cuidado mediante un adiestramiento concreto. Sin embargo, descubre que este no ha respondido correctamente a los estímulos que le había preparado, sino que actúa de forma imprevista. De esta manera, pues, yo deseo que ese reducto de libertad, que toda persona alberga en su interior, no sea eclipsado por el ambiente tan pernicioso que estamos viviendo; espero que esos niños (¡esas víctimas inocentes!) se rebelen contra el aleccionamiento que padecen y descubran así que su auténtica libertad y su verdadera salud psíquica estriban en aceptar su propio género.



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