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lunes, 9 de octubre de 2017

madre!

   Si hoy existe una película verdaderamente engañosa en la cartelera, esa es madre! (Darren Aronofsky, 2017), el último trabajo del autor de Cisne negro (id., 2010). Sin embargo, ello no es debido al propio largometraje, sino a la infame campaña promocional que ha padecido en nuestro país. Ciertamente, el tráiler que todos hemos podido ver nos lo presentaba, o bien como un film de terror al estilo de The Haunting (La guarida) (Jan de Bont, 1999), o bien como un thriller parecido a De repente, un extraño (John Schlesinger, 1990); pero como no aborda ninguno de estos dos géneros, su proyección ha causado abandonos masivos de la sala, abucheos y desconciertos a partes iguales. Aquí comprendemos la reacción del público, pero culpamos del fracaso a su productora, que, al no saber clasificar este título, ha conseguido que la gente se pierda un interesante discurso acerca del hombre y la creación. Sin embargo, advertimos que no se trata de un largometraje cristiano, sino de una apología naturalista que ayuda a conocer los postulados de la nueva religión imperante: el ecologismo. Y es justo aquí donde radica su interés.




   Jennifer Lawrence es una mujer que vive junto a su marido (Javier Bardem) en una solitaria casa de campo. Ella desea a toda costa quedarse embarazada, pero él parece más preocupado por culminar su obra, pues se trata de un poeta en horas bajas muy necesitado de inspiración. Cierto día, su soledad se ve alterada por un matrimonio que decide vivir con ellos y que aquel, no obstante, recibe con suma amabilidad. Esto conllevará un inesperado e incómodo número de visitantes que perturbará la paz de la que Lawrence y Bardem deseaban disfrutar.

   Ante todo, debemos apuntar que Darren Aronofsky es un cineasta muy particular, ya que desde que estrenara su ópera prima, Pi, fe en el caos (id., 1998), hasta hoy, solo ha dirigido siete películas. Sobre todo, ello es indicio de que se trata de un director meticuloso y exigente, que no selecciona un proyecto al azar, sino que, más bien al contrario, trabaja en él de manera exhaustiva, para ofrecer al espectador una obra coherente con sus principios y fiel a su estilo cinematográfico. De este modo, nos ha regalado títulos tan interesantes como Réquiem por un sueño (id. 2000) y La fuente de la vida (id., 2006), en las que muestra su preocupación por la oferta de un mundo engañoso que seduce al hombre arteramente para deshacerse luego de él (en este sentido, la segunda película le servía de acicate para disertar sobre la vida de ultratumba, que en su opinión es más plena que la terrenal). 




   De esta forma, para el guion de madre! toma prestada la premisa de la célebre El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962), en la que un grupo de nobles es incapaz de abandonar un comedor después de la cena, generándose así entre ellos unas situaciones que ponen en entredicho sus pretendidos cánones de comportamiento. Sin embargo, Aronofsky otorga a su obra un aura simbólica que deja en pañales el argumento de aquella, elaborando un discurso universal acerca del hombre como criatura de Dios y habitante del mundo. En efecto, a medida que avanza el metraje, comprendemos que no estamos viendo una historia sobre la vanidad y la frustración de un poeta, que abandona a su esposa en favor de su amor propio, sino que presenciamos una alegoría en la que Bardem es el Creador, Lawrence es la tierra (entendida como Gaia), la vivienda es el hogar común de todos, y los visitantes inoportunos son el conjunto de la humanidad. En opinión del autor, esta última es tan desagradecida con los dos primeros que corrompe una y otra vez su entorno, aprovechándose impunemente de él, porque sabe que siempre cuenta con el perdón del Padre, un ser benévolo y comprensivo que nunca la culpa de nada.

   Pero como hemos indicado, este argumento, que podría parecer un discurso vagamente cristiano, se convierte en una disertación ecologista que se opone de modo explícito a él. Por supuesto, no queremos denunciar aquí ningún movimiento destinado al cuidado del planeta, un ejemplo loable que ya es mandado por Dios en el Génesis, sino el razonamiento pseudorreligioso que se oculta detrás de muchos de ellos, y que subyace tras el guion de este filme (aquí). En efecto, a juicio de su director, Dios, cuya existencia no niega, es un ser omnipotente y generoso que ha creado el mundo, pero que se ha desentendido de él en favor de su propio desarrollo. A su vez, la tierra es un inmenso ser vivo (Gaia) que sirve de hábitat al hombre, por lo que este le debe una veneración mayor que la que le rinde a aquel, enfrascado en sus propias tribulaciones. De este modo, la religión más auténtica es la que prima la ecología por encima de cualquier otro credo, pues es la que consigue unir verdaderamente al ser humano con su origen, que es la tierra misma (estos días hemos alcanzado el paroxismo de este pensamiento con los ecosexuales, es decir, con las personas que se unen carnalmente al planeta Tierra: aquí).




   Así pues, como decíamos arriba, la mala gestión publicitaria de la distribuidora de madre! ha conseguido que el público se pierda un interesante filme sobre los postulados del ecologismo moderno, muy vinculado a la desastrosa New Age de nuestro tiempo, algo que el autor ya abordó en la olvidable Noé (id., 2014). En el fondo, esto es de agradecer, puesto que dicho credo humanista no deja de ser anticristiano, por lo que así el espectador deja de financiar un discurso opuesto a nuestra fe; sin embargo, sería beneficioso que lo conociera, porque es muy fácil adherirse inocentemente a él a través de algunas campañas de concienciación, o mediante festividades laicas que postulan ciertas conmemoraciones de carácter ecológico (v. gr., el Día de la Tierra o el Día de los Océanos).




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