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domingo, 19 de noviembre de 2017

El faro de las orcas

   Lola viaja con su hijo autista Tristán hasta la Patagonia, Argentina. El motivo es que Tristán responde a estímulos ante la visión de las orcas por televisión. Allí está Berto, un guardafauna que tiene una relación muy especial con las orcas salvajes.

   Si miramos el paisaje de un pueblo primitivo visto desde un avión, lo que vemos serán miles de senderos, y seguramente muy pocas carreteras. Aquellos senderos primitivos evolucionarán según las veces que sean utilizados: los que se utilizan mucho se convertirán en carreteras; luego, se asfaltarán; probablemente, serán autovías; finalmente, una autopista que unirá dos centros grandes de interés. El autismo consiste en la incapacidad para seleccionar los senderos, eliminar los que no resultan interesantes para profundizar, y ampliar los que son importantes. Esto es lo que le pasa a Tristán.




   Lola es como tantas madres con hijos autistas: no sabe por qué ni qué hacer, y actúa con su niño de la mejor manera posible. ¡Cuántas madres dan su vida por su hijo distinto! Porque, cuando tienes a un niño como Tristán, tu vida ya no es tuya, sino de él. De este modo, ella cruzó medio mundo, porque, si Tristán responde a estímulos al ver las orcas por la televisión, ¿cuál sería su reacción al verlas in situ? ¡Maravillosa!

   Berto no sabía cómo entrar en el mundo de Tristán, hasta que entraron en el agua en busca de la orca: sin que ellos lo supieran, comenzó un vínculo de amistad gracias al animal acuático. Los autistas, al no tener empatía, no saben si lloras de alegría o de tristeza; no entienden el porqué, y es muy difícil llegar a ellos. Pero, cuando conectas, empieza a tejerse un lazo de amistad como el caso de Berto y Tristán.

   Hay momentos en que su madre le deja estar en su mundo, porque, según ella, el exterior le asusta. A lo mejor Tristán sí podía estar asustado, pero esa no sería la solución: el autista no mantiene un tipo de comunicación afectiva con el entorno, pero cuando se logra que acepte tenerla, mejora de manera evidente e inmediata en el uso del lenguaje, aunque solo sea gestual. Es por eso que Lola no tiene que aislarlo de los demás: ella quiere que se comunique, y es por ello que lo lleva a la Patagonia, pero ¿en la soledad?, ¿que se comunique en un paraje donde está solo con su madre, el guardafauna y una orca? Está muy bien, pero su madre no debería olvidar que su hijo necesitaría estar con más niños, que los vea, que le inviten a jugar aunque él “no esté”… (esta película está basada en hechos reales, y puede que haya algún dato que desconozca, pero lo que escribo es lo que he visto en la película).




   Creo que la película se centra poco en la interacción de Tristán con el animal: he visto más escenas de una madre preocupada por su hijo buscando compasión. Hay un libro muy bonito que se titula El niño de los caballos, y cuenta la historia de un padre que, llevado por una intuición y un inmenso amor, parte a caballo con su mujer y su hijo autista por las montañas de Mongolia, tratando de ayudar al niño. Los padres de Rowan, el hijo, emprenderán una aventura apasionante entre sobrecogedores paisajes, noches al raso, renos, caballos... e inolvidables personajes, que lo acompañarán en el viaje más importante: el interior de sí mismo.
  
   No hace falta irnos a Mongolia o a Argentina para vivir una aventura: la aventura comienza en el salón de tu casa, mientras jugáis a indios y vaqueros, y cruzar un puente colgante (una simple comba puesta en el pasillo)… Ahora que estamos en otoño, se puede salir a la calle y jugar con las hojas secas que caen de los árboles, hacer un bizcocho y mancharse de harina hasta las orejas…

   La vida es en sí misma una aventura.

María Pérez Chaves
Maestra de Audición y Lenguaje. Monitora de método CEMEDETE
(San Fernando, Cádiz)
@mpchvs



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