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jueves, 12 de noviembre de 2015

Kung-fu... ¿Panda?

   Reflexiones de un páter cinéfilo también está abierto a colaboraciones de sus lectores. Para participar en el blog, pónganse en contacto conmigo a través del formulario que aparece en el margen del mismo.
   A continuación, una de las citadas colaboraciones:


   No pocas veces, vemos ejemplos de películas hechas, al menos en apariencia, para niños, pero que, de fondo, contienen un mensaje que difícilmente un niño podría percibir. Un ejemplo reciente de esto es la magistral Del revés (Inside Out), de los estudios Pixar, película ya abordada en este mismo blog. Creo que Kung-Fu Panda también cumple esta característica de cine infantil con un fondo adulto.
 

   El film nos presenta la historia de un oso panda llamado Po. Este vive enamorado del kung-fu, y sueña con llegar a ser como sus héroes de la infancia, cinco grandes maestros de dicho arte marcial, algo que logra, por supuesto, tras una hilarante y particular odisea. Sin embargo, y aunque Po es de vital importancia en el desarrollo del metraje, este parece girar realmente alrededor de otro personaje, que es quien nos va a acompañar en lo que creo que se puede presentar como el fondo de la película, que es el nada sencillo tema de la formación y acompañamiento personal. Este personaje es Chi-Fu, el mapache. La película, pues, nos presenta dos formas negativas de vivir dicho acompañamiento, y dos formas positivas.
 



   En un primer punto, se puede ver la historia entre Chi-Fu y Tai-Lung, el leopardo. En las escenas que cuentan el pasado entre ambos, se puede extraer un gran peligro, que es el de la falta de objetividad: Chi-Fu se proyecta en su hijo-discípulo, es decir, trata a Tai-Lung desde sí mismo; de este modo, llevado por el orgullo y por el cariño que le tiene, cree que Tai-Lung debe ser el guerrero del dragón, y, como él mismo expresa en la película, no ve en qué se va convirtiendo verdaderamente su discípulo. Lo curioso es que Tai-Lung justifica sus actos culpando a su maestro, diciendo que fue él quien le metió en la cabeza que sería el elegido. La historia, pues, empieza con la inocencia de un Tai-Lung de niño que se convierte en la soberbia de un adulto que cree merecer lo que no le corresponde. Por tanto, cuando esto le es negado, reacciona como se ve en la película, es decir, rebelándose, y, como Chi-Fu es incapaz de detenerlo, es finalmente Hu-Wei, la tortuga, quien lo hace.
 

   En un segundo punto, se puede extraer el peligro diametralmente opuesto al anterior. Esto se ve claramente en la relación entre Chi-Fu y los Cinco Furiosos. La relación con Tai-Lung lo ha cambiado profundamente. Primero, vemos un Chi-Fu cariñoso, cálido y amable; después, lo vemos frío, implacable, incapaz de dar una mínima muestra de afecto (desde la primera escena, en la que salen juntos, se ve con claridad). En última instancia, la actitud de Chi-Fu es la misma, aunque lo manifieste de forma diferente: Chi-Fu vive desde sí mismo; su mala experiencia hace que tenga una actitud tan dura con los Cinco Furiosos y con Po. Cuando llega al Templo de Jade, Chi-Fu no soporta a Po, cree que es imposible que pueda ser el Guerrero del Dragón, y se niega a entrenarlo, intentando, por todos los medios, que se vaya.
 


 

   Esto cambia gracias a la otra actitud que, curiosamente, también muestra el propio Chi-Fu. Esta actitud es la de mirar al otro; es la relación con su maestro, Hu-Wei. En las distintas partes en la que se los ve juntos, se nota que, a pesar de no comprenderlo muchas veces, le hace caso, porque lo respeta, y, lo más importante, porque confía en él. Muy especialmente se ve esto en la escena en la que Hu-Wei muere. Cuando le pone el ejemplo del melocotón, intenta hacerle ver que tiene que aprender a mirar hacia fuera, dejar de pensar en lo que quiere. Finalmente, Chi-Fu, aunque se muestra a veces terco y soberbio (“puedo controlar la caída, dónde plantarlo…”), cede ante la respuesta de su maestro (“pero siempre te dará un melocotonero”). Al volver a plantearle el problema de que es imposible que Po se enfrente a Tai-Lung, ante la respuesta de su maestro (“a lo mejor sí que puede, si estás dispuesto a guiarlo y a educarlo”), Chi-Fu le promete que creerá en Po.
 

   Es muy bonito, y tal vez el punto más fuerte de la película, el cambio de mentalidad de Chi-Fu y su influencia en Po: el maestro experimenta, por un lado, la sensación de vértigo por no saber muy bien cómo actuar, ya que ha “perdido” a su maestro; se siente solo y se ha dado cuenta de que educar a alguien no es meterlo en un molde. Por otro, experimenta la gran emoción de lo que significa verdaderamente la educación, es decir, un crecer mutuo (una frase que vale su peso en oro es la de Chi-Fu a Po: “Tendrás que aprender a confiar en tu maestro de igual modo que yo aprendí confiar en el mío”): nadie nace sabiendo ser padre, o profesor, o sacerdote, o lo que sea; se aprende haciéndolo. No pocas veces resulta frustrante este proceso: cabe pensar en unos padres que ven cómo sus hijos no son como a ellos les habría gustado que fuesen, o en un sacerdote que ve cómo una de sus almas no avanza tanto como él quisiera. De fondo, no pocas veces es el reflejo de la actitud de ver en el otro una oportunidad de realizase a uno mismo, en vez de mirar al otro y tratar que dé lo mejor de sí mismo. Creo que es la idea más importante: sin ayuda, no se crece, y, de un modo u otro, todos estamos llamados a ser guía de otros (los padres, de sus hijos; los curas, de sus fieles, etc.), de igual modo que otros nos guiaron y nos siguen guiando.
 
 
Javier Orozco de Donesteve
 


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