Reflexiones de un páter cinéfilo también está abierto a colaboraciones de sus lectores. Para participar en el blog, pónganse en contacto conmigo a través del formulario que aparece en el margen del mismo.
A continuación, una de las citadas colaboraciones:
No pocas veces, vemos ejemplos de películas hechas, al menos en
apariencia, para niños, pero que, de fondo, contienen un mensaje que
difícilmente un niño podría percibir. Un ejemplo reciente de esto es la
magistral Del revés (Inside Out), de los estudios Pixar, película ya
abordada en este mismo blog. Creo que Kung-Fu Panda también cumple esta
característica de cine infantil con un fondo adulto.
El film nos presenta la
historia de un oso panda llamado Po. Este vive enamorado del kung-fu, y sueña
con llegar a ser como sus héroes de la infancia, cinco grandes maestros de
dicho arte marcial, algo que logra, por supuesto, tras una hilarante y
particular odisea. Sin embargo, y aunque Po es de vital importancia en el
desarrollo del metraje, este parece girar realmente alrededor de otro personaje,
que es quien nos va a acompañar en lo que creo que se puede presentar como el
fondo de la película, que es el nada sencillo tema de la formación y
acompañamiento personal. Este personaje es Chi-Fu, el mapache. La película,
pues, nos presenta dos formas negativas de vivir dicho acompañamiento, y dos
formas positivas.
En un primer punto, se
puede ver la historia entre Chi-Fu y Tai-Lung, el leopardo. En las escenas que
cuentan el pasado entre ambos, se puede extraer un gran peligro, que es el de
la falta de objetividad: Chi-Fu se proyecta en su hijo-discípulo, es decir, trata
a Tai-Lung desde sí mismo; de este modo, llevado por el orgullo y por el cariño
que le tiene, cree que Tai-Lung debe ser el guerrero del dragón, y, como él
mismo expresa en la película, no ve en qué se va convirtiendo verdaderamente su
discípulo. Lo curioso es que Tai-Lung justifica sus actos culpando a su maestro,
diciendo que fue él quien le metió en la cabeza que sería el elegido. La
historia, pues, empieza con la inocencia de un Tai-Lung de niño que se
convierte en la soberbia de un adulto que cree merecer lo que no le corresponde.
Por tanto, cuando esto le es negado, reacciona como se ve en la película, es
decir, rebelándose, y, como Chi-Fu es incapaz de detenerlo, es finalmente
Hu-Wei, la tortuga, quien lo hace.
En un segundo punto, se
puede extraer el peligro diametralmente opuesto al anterior. Esto se ve
claramente en la relación entre Chi-Fu y los Cinco Furiosos. La relación con
Tai-Lung lo ha cambiado profundamente. Primero, vemos un Chi-Fu cariñoso,
cálido y amable; después, lo vemos frío, implacable, incapaz de dar una mínima
muestra de afecto (desde la primera escena, en la que salen juntos, se ve con
claridad). En última instancia, la actitud de Chi-Fu es la misma, aunque lo
manifieste de forma diferente: Chi-Fu vive desde sí mismo; su mala experiencia
hace que tenga una actitud tan dura con los Cinco Furiosos y con Po. Cuando
llega al Templo de Jade, Chi-Fu no soporta a Po, cree que es imposible que
pueda ser el Guerrero del Dragón, y se niega a entrenarlo, intentando, por
todos los medios, que se vaya.
Esto cambia gracias a la
otra actitud que, curiosamente, también muestra el propio Chi-Fu. Esta actitud
es la de mirar al otro; es la relación con su maestro, Hu-Wei. En las distintas
partes en la que se los ve juntos, se nota que, a pesar de no comprenderlo
muchas veces, le hace caso, porque lo respeta, y, lo más importante, porque confía
en él. Muy especialmente se ve esto en la escena en la que Hu-Wei muere. Cuando
le pone el ejemplo del melocotón, intenta hacerle ver que tiene que aprender a
mirar hacia fuera, dejar de pensar en lo que quiere. Finalmente, Chi-Fu, aunque
se muestra a veces terco y soberbio (“puedo
controlar la caída, dónde plantarlo…”), cede ante la respuesta de su
maestro (“pero siempre te dará un
melocotonero”). Al volver a plantearle el problema de que es imposible que
Po se enfrente a Tai-Lung, ante la respuesta de su maestro (“a lo mejor sí que puede, si estás dispuesto a guiarlo y a educarlo”),
Chi-Fu le promete que creerá en Po.
Es muy bonito, y tal vez
el punto más fuerte de la película, el cambio de mentalidad de Chi-Fu y su
influencia en Po: el maestro experimenta, por un lado, la sensación de vértigo
por no saber muy bien cómo actuar, ya que ha “perdido” a su maestro; se siente
solo y se ha dado cuenta de que educar a alguien no es meterlo en un molde. Por
otro, experimenta la gran emoción de lo que significa verdaderamente la
educación, es decir, un crecer mutuo (una frase que vale su peso en oro es la
de Chi-Fu a Po: “Tendrás que aprender a
confiar en tu maestro de igual modo que yo aprendí confiar en el mío”):
nadie nace sabiendo ser padre, o profesor, o sacerdote, o lo que sea; se
aprende haciéndolo. No pocas veces resulta frustrante este proceso: cabe pensar
en unos padres que ven cómo sus hijos no son como a ellos les habría gustado
que fuesen, o en un sacerdote que ve cómo una de sus almas no avanza tanto como
él quisiera. De fondo, no pocas veces es el reflejo de la actitud de ver en el
otro una oportunidad de realizase a uno mismo, en vez de mirar al otro y tratar
que dé lo mejor de sí mismo. Creo que es la idea más importante: sin ayuda, no
se crece, y, de un modo u otro, todos estamos llamados a ser guía de otros (los
padres, de sus hijos; los curas, de sus fieles, etc.), de igual modo que otros
nos guiaron y nos siguen guiando.
Javier Orozco de Donesteve
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