Reseñar una serie tras haber visto solo su
primera temporada es muy arriesgado. Todos sabemos que muchas de ellas empiezan
mal…, pero que después mejoran (es el caso de Gotham); o por el contrario, que empiezan bien (o muy bien)…, pero
que terminan mal (o muy mal): no hará falta que os recuerde Juego de tronos, Perdidos o Vikingos… Por eso,
escribir sobre The Mandalorian, que
acaba de empezar, es muy temerario. Sin embargo, creo que me atreveré a
hacerlo.
Los que ya me conocéis, sabéis que siempre
me he presentado como un fan acérrimo de Star
Wars: para mí, ha sido una saga referencial desde mi niñez. He sido
coleccionista de libros, cómics, películas, juegos, juguetes y videojuegos,
pues mi amor al cine está muy vinculado a ella. Pero esa afición decayó cuando
comenzó la nueva saga. Al principio, me dejé embaucar por el entusiasmo
nostálgico de El despertar de la Fuerza,
pero tras ver Los últimos Jedi, me di
cuenta de que estas películas ya no estaban hechas para mí (de hecho, a partir
de aquí comencé a aborrecer también El
despertar de la Fuerza).
Así es, gracias a dicha película, fui
consciente del verdadero objetivo de la nueva saga: reescribir la original. O lo
que solemos llamar ahora, un reboot. Coger
los ingredientes clásicos, cocinarlos de nuevo…, pero con una sazón distinta,
más acorde con los tiempos que corren. Un plato para las nuevas generaciones,
pero que también guste a las anteriores. Ofrecer un menú nuevo, pero con aroma
añejo. Pero los fans no queríamos disfrutar solo del aroma, sino del menú
completo. Por eso me sentí estafado: me vendieron la nueva saga como el postre
que siempre había querido probar…, pero era la nata rancia que les había
sobrado de otros años. Me alegro por las nuevas generaciones, que ya tienen su Star Wars particular, pero ya no es la
mía.
No obstante, pude gozar otra vez de esos
platos que me encandilaron en algunos productos menores de la franquicia: Rogue One, Star Wars Rebels o la última temporada de The Clone Wars (por favor, no mentéis Han Solo…). Y eso me demostró que yo soy fan de la vieja escuela. Ni
mejor que los de ahora ni peor: solo de los de antes. Esos títulos, que se
ambientaban en el canon clásico, hicieron mis delicias, puesto que formaban
parte del universo que yo conocía: la Antigua República, la Alianza Rebelde,
las Guerras Clon, etcétera. Y aunque se adaptaran estilísticamente a los gustos
de ahora, seguían manteniendo viva la historia que yo conocí. Mientras que todo
lo actual: los Ren, la Primera Orden, etc., se me hace muy ajeno (amén de un
pastiche de lo que ya existía).
Por suerte, The Mandalorian se acoge a ese universo clásico en el que yo me
movía como pez en el agua. Evidentemente, tiene un aroma nuevo, pero respeta todo
lo que los antiguos fans ya conocíamos sin escupirnos a la cara (o sin
obligarnos a disfrutar únicamente de ese aroma). Y es que la serie está llena
de guiños, pero innova lo justo para andar sobre terreno seguro y ampliarnos
así el canon que ya conocíamos. No camina sobre terreno trillado para pisotear
la senda antigua (a fin de cuentas, la nueva trilogía no es tanto un reboot cuanto un remake de las anteriores), sino que lo hace para ir conduciéndonos
poco a poco a nuevas historias.
Debo decir, por tanto, que esta primera
temporada me ha gustado mucho, y que consecuentemente, espero que siga por
estos derroteros en sus futuras entregas. Como el protagonista dice a lo largo
de la serie una y otra vez: «Este es el camino». Así es, este es el camino: un
camino que nos gusta a los fans de siempre y a los de ahora, que conjuga lo
viejo (sin nostalgias desmedidas) con lo nuevo. ¡Ojalá la nueva trilogía
hubiera seguido también este camino!