Os he pillado. Este post no va sobre política. Con él no pretendo ensalzar ni denigrar
a Santiago Abascal. Lo siento. Pero es que no he encontrado un título mejor que
este para resumir lo que pretendo escribir hoy. Y es que no os he engañado del
todo, puesto que el protagonista de mi texto es el líder de Vox. Mejor dicho:
sus declaraciones recientes a un periodista, que me llamaron la atención y que
me recordaron indefectiblemente a la película El hombre sin sombra (Paul Verhoeven, 2000).
Así es, a la pregunta del periodista, que le
cuestionaba qué haría él si fuera invisible, Abascal afirmaba que nada
especial, porque, al creer en Dios, cree también que es observado por este y
que, por ende, es impelido a hacer el bien (podéis ver el vídeo aquí). La verdad es que no tengo datos
acerca de las reacciones que causaron en los medios estas palabras, puesto que
ni siquiera sé si trascendieron lo suficiente, pero sí sé que entre mis amigos
hubo opiniones de todo tipo…, aunque ninguna novedosa: que si no hay que mezclar
la religión con la política, que si se Abascal se aprovecha de la fe de unos
para conseguir sus votos, etcétera. Independientemente de todo ello, me
gustaría centrarme en lo que encierra esa respuesta del político: como Dios me
ve siempre, intentaría seguir portándome bien.
Y es que hay que reconocer que el citado
periodista dio en un clavo que siempre ha acompañado a los hombres: ¿qué
haríamos si nadie nos pudiese ver? Para ello, recurre al mito de Giges, que
llegó a ser rey de Lidia gracias a un anillo mágico que lo volvía invisible. El
mismísimo Platón se hizo eco de esta leyenda en su diálogo La república, donde explicaba que el hombre solo es bueno por temor
a las consecuencias sociales, y que, de hecho, si estas no existiesen,
cualquiera obraría conforme a sus propios intereses. Aunque, evidentemente, el
autor que mejor se aprovecharía de este supuesto sería H.G. Wells, quien, en su
célebre novela El hombre invisible, escribiría
que el protagonista, valiéndose de esta facultad, procuraría implantar un
reinado de terror sobre Inglaterra.
La película El hombre sin sombra, pues, se suma a esta corriente que opina que
el hombre solo es justo porque tiene normas que lo atan y que,
consecuentemente, si estas no existieran, se comportaría de forma injusta. Y he
de reconocer que, pese a sus deficiencias, la cinta recoge de manera perfecta
esta idea, puesto que su protagonista, que ya es reprobable de por sí, no duda
en satisfacer sus deseos más oscuros en cuanto tiene la oportunidad,
principalmente los de carácter sexual (atención a la terrorífica escena en la
que por fin puede entrar en la casa de la vecina a la que espía cada noche).
Así es, pues no creo que deba aclararos que ese es el tipo de pulsiones que
muchos elegirían satisfacer también.
Pero, como dice Abascal, el católico cree
que Dios lo observa siempre, incluso cuando pasa desapercibido para el resto de
seres humanos, por lo que intentaría portarse bien en todo momento. En efecto,
la misma Biblia asegura: «¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de
tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí
te encuentro; si vuelo hasta el margen de la aurora, si emigro hasta el confín
del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha. Si digo: “Que
al menos la tiniebla me cubra, que la luz se haga noche en torno a mí”, ni la
tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día, la tiniebla es como
la luz para ti» (Sal. 139, 7-12). Ciertamente, muchos pensarán al leer este
texto que se trata de una afirmación propia del Gran Hermano de Orwell, que
siempre vigila para ver quién lo traiciona y, de este modo, castigarlo. Sin
embargo, lejos de esta desfavorable concepción, la que ofrece la Sagrada
Escritura es bien distinta, puesto que responde a ello, y solo dos versículos
más adelante, con estas palabras: «Te doy gracias porque me has plasmado
portentosamente, porque son admirables tus obras: mi alma lo reconoce
agradecida».
Así es, lejos de pensar que Dios nos está
vigilando constantemente para castigarnos al más mínimo tropiezo, el cristiano
cree que lo hace para cuidarnos de todo mal y para recordarnos siempre la senda
del bien. Como un Padre amoroso que vela por su prole, él nos custodia a cada
uno de nosotros en particular para que no erremos en nuestras elecciones ni nos
apartemos de su lado. Es por ello que cada uno de nosotros, sus hijos, procura
responder con agradecimiento a este desvelo… ¡incluso cuando nadie nos ve! Y no
hace falta marcharse a una isla desierta para esconderse de los hombres, puesto
que en lo más recóndito de nuestro corazón podemos pecar contra alguien sin que
él mismo lo sepa: un odio, un deseo sexual, una envidia, etcétera. Sin embargo,
¿no dice la Escritura: «Señor, tú me sondeas y me conoces. Me conoces cuando me
siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos»? Y es que, en efecto,
si aun a ese lugar oculto de nuestro interior llega la mirada de Dios, ¿cuánto
más no nos alcanzaría aunque fuésemos invisibles? Por ese motivo, repetimos con
el mismo salmo: «Sondéame, oh Dios, y conoce mi corazón, ponme a prueba y
conoce mis sentimientos, mira si mi camino se desvía, guíame por el camino
eterno». Es decir, sigue cuidando de mí… para que nunca me aparte de tu lado
por culpa de mi maldad.
Evidentemente, la película no valora ni por
asomo esta postura teológica que acabamos de presentar, sino que se preocupa
solo por desarrollar la idea del mal conforme es abordada por Platón y H.G.
Wells en sus respectivos escritos. En este sentido, y como ya hemos señalado,
es una cinta meritoria, porque quizás sea el mejor acercamiento que se haya
hecho nunca a esta lúgubre actitud (aunque todo buen cinéfilo que se precie tenga
en su memoria la versión de El hombre
invisible de 1933, lo cierto es que este no expresaba tan bien la
corrupción a la que puede llegar el hombre). Pero, precisamente por obviar la
figura de Dios, deja en el espectador un poso de amargura (no sé si de manera consciente),
porque su protagonista encarna el mal absoluto, alguien que es incapaz de
redimirse y que, por ello, camina irremediablemente hacia su propia destrucción.
Tal vez una sola mención al Dios omnisciente, que ve incluso en lo secreto y
que actúa a través de nuestra conciencia, habría redondeado el final del
producto.
Así que sí: os he pillado. Este post no iba de política, porque no he
querido ensalzar ni denigrar al líder de Vox, sino solo hacerme eco de sus
declaraciones; tampoco iba sobre cine, stricto
sensu, porque no he entrado a valorar técnicamente la película de Paul
Verhoeven, sino solo referirme a ella de manera tangencial. Iba sobre el problema del mal y la omnsiciencia de Dios, que siempre aparece de una forma u otra: ¿qué le importa a Dios que haga esto, si no daño a nadie?, ¿que más da que actúe así, si nadie me ve? Ignoro si Santiago Abascal es el hombre sin sombra del título, pero dudo mucho que, teniendo claro este concepto, busque verdaderamente el mal, porque quien cree en Dios, sabe que este siempre vela por su seguridad... y lo impele a hacer el bien.