miércoles, 21 de noviembre de 2018

Bohemian Rhapsody


   He de reconocer que esta crítica llega tarde, porque la película se estrenó hace ya algunas semanas. Pero admito también que me alegro de haber esperado a escribirla, porque así he tenido la oportunidad de recabar toda la información que hay sobre ella y leer acerca de la opinión que les ha merecido tanto a los críticos especializados como a los espectadores (estos últimos, más entusiasmados con ella que aquellos). Finalmente, asumo que soy un admirador de la música de Queen (especialmente, de la voz de su líder, Freddy Mercury), y que, como sabía que todo el mundo, por un lado, había aplaudido la manera en que aquella había sido insertada en el metraje y que, por el otro, había alabado la interpretación de Rami Malek (con una modulación perfecta del timbre de aquel), quería disfrutar de ambas cosas sin el alboroto propio de los primeros días en cartel de un largometraje (en efecto, suena a huraño, pero es la manía que uno va cogiendo a medida que crece). ¡Y caray si lo he hecho!




   Ante todo, y a pesar de lo dicho, debemos aclarar que no se trata de una película promocional al uso; es decir, no nos encontramos ante un film que pretenda revivir el éxito de la banda británica o aumentar su número de ventas en las tiendas de discos (cosa, por otro lado, carente de sentido, puesto que Queen no necesita de ningún largometraje para ello), sino ante una cinta que nace con una vocación exclusivamente cinematográfica. Para entenderlo mejor: muchos grupos de música han hecho uso de la gran pantalla con el fin de promocionar su discografía, como es el caso de los Beatles (Qué noche la de aquel día) o de las Spice Girls (Spiceworld) en el país anglosajón, y de Parchís (La guerra de los niños) en el nuestro; sin embargo, esta ya parte del reconocimiento internacional que tiene Queen, por lo que procura rendirle el homenaje que realmente merece con un equipo técnico y artístico de altura (tal vez, incluso con miras a la gala de los Óscar de este año). Con este propósito, pues, no duda en dejarse en manos de un director ya consagrado (nos guste o no, Bryan Singer ha hecho películas tan importantes para el cine actual como Sospechosos habituales, X-Men o Superman Returns) y en presentar a actores emergentes que han triunfado en la televisión (recordemos que Rami Malek, que aquí es un remedo perfecto de Mercury, nos sorprendió a todos con su papel en la serie Mr. Robot).




   Podemos decir, por el contrario, que la intención de la película no consiste en elaborar un biopic detallado del mítico cantante (aunque, en efecto, y como es lógico, aporte datos de su biografía), ni siquiera relatar una crónica de la gestación de la banda (de hecho, podemos ver cómo este apartado acontece con una rapidez inusitada), sino mostrar el aspecto oculto (y triste) que subyació tras la exitosa carrera de Freddy Mercury. Y es que, ciertamente, mientras que este triunfaba en los escenarios del mundo entero con su música, fracasaba estrepitosamente en su vida íntima, puesto que, según revela el film, se rodeó de unas personas que solo quisieron aprovecharse de la fama que ostentaba y que, por ende, lo condujeron a un desengaño atroz y, por tanto, a la soledad más absoluta. Es por ello que la narración no escatima en crudeza a la hora de desmitificar su imagen y de exhibirlo, por esta razón, abatido, drogado y completamente solo (atención al plano en que es descubierto por su amiga Mary durmiendo en el sofá después de haber celebrado una fiesta en su casa la noche anterior). Pero, asimismo, se trata de una película esperanzadora, puesto que vincula su recuperación al amor que le profesan tanto sus verdaderos amigos como su propia familia (el abrazo final que se otorgan padre e hijo en este sentido es sin duda emocionante y significativo).




   Por último, no vamos a negar que la cinta también explota la dimensión nostálgica de la banda, puesto que su música recorre cada minuto de la historia; pero ello no es óbice para que podamos disfrutar de ella como un título cinematográfico solvente y hasta memorable. En este sentido, debemos destacar el tramo final, una minuciosa recreación del famoso concierto Live Aid, que supuso la vuelta a los escenarios de Queen: cualquier fan, aplaudirá y cantará entusiasmado, puesto que creerá estar reviviendo aquellos momentos apoteósicos del rock internacional y, a la vez, pensará estar observando de nuevo al gran Mercury en plena acción (tenemos que elogiar otra vez a Malek, que ha sido el encargado de lograrlo con su ya antológica interpretación). Yo mismo, pese a que me haya reconocido huraño, me deje llevar por la pasión y lo hice (menos mal que ya había pasado el alboroto de los primeros días y estaba prácticamente solo en la sala): show must go on!






lunes, 12 de noviembre de 2018

Atípico


Como sabéis, llevo tiempo sin escribir en el blog. La razón es que ahora estoy inmerso en un interesante proyecto literario que ocupa casi todo mi tiempo. Sin embargo, he recibido este artículo sobre la serie Atípico de una lectura habitual y me ha parecido oportuno traerlo a colación. Espero que lo disfrutéis:






   Atípico es una serie que cuenta la vida de un adolescente de 18 años con autismo llamado Sam Gardner (Keir Gilchrist), que quiere tener novia y ser independiente. Mientras Sam emprende un divertido y emotivo viaje de autodescubrimiento, el resto de su familia deberá lidiar con el cambio que supone la mayoría de edad de Sam en sus propias vidas.

   Al principio de la serie, podemos ver a un Sam que tiene su trabajo, una familia, estudia… hasta ahí todo normal, pero, al tener autismo, todo gira en torno a él: me parece muy bien, pero “ámame tanto que me enseñes a vivir sin ti”. Su madre no quiere que se haga mayor: todo lo soluciona ella y no deja que Sam resuelva sus problemas, por muy pequeños que sean (como por ejemplo calentar comida en el microondas); no deja que su hijo piense: hay que educar para que sean capaces de sobrevivir. Es cierto que contamos con que Sam tiene autismo, pero tampoco se le debe meter en un urna, y lo que hay que hacer es darle un modelo al niño, para que lo imite, que le dé ritmo, orden, pauta... que con el tiempo llegue a tener su propia conciencia y que piense por sí mismo. Hay que guiarlo, claro que sí, pero no allanarle el camino, para que no tropiece; al contrario, acompañarlo y “pisa por donde yo piso”, para que, cuando llegue el momento, pueda caminar solo.




   Vemos cómo la actitud del padre es más “déjalo, que ya es mayor”, frente a la actitud contraria de su mujer, que quiere hacérselo todo y, a veces, deja de lado a su otra hija ,también adolescente. Ella no tiene autismo, pero también necesita que vayan a verla correr (es una gran corredora), que la apoyen en el instituto… ¡que le hagan caso! Estos gestos suelen ser comunes en familias donde hay un niño distinto, pero no hay que descuidar a los demás hijos para centrarse solo en el distinto: todos deben recibir la misma caricia y reñirles si hace falta. En definitiva, educarlos sin distinción, puesto que tienen los mismo derechos y obligaciones.

   Sam tiene un amigo que es maravilloso, se llama Zahid, y para él no es un pobrecito autista, es su AMIGO: lo aconseja, lo calma, lo ayuda, lo apoya... se necesitan el uno al otro. Un capítulo que me gustó mucho en este sentido fue aquel en el que Zahid invitó a Sam a dormir a su casa: pasaron una gran aventura juntos, una experiencia más para nuestro protagonista. A medida que van pasando los capítulos, Sam va creciendo como persona y va aflorando su YO, su identidad. En la tercera temporada (que podría estrenarse a finales del 2019) veremos qué tal le va en la universidad. Hay cosas que aún debe mejorar, como por ejemplo el control de sus impulsos.

   A Sam le encanta los pingüinos, y muchas veces compara su vida o la de la familia con estas simpáticas aves. Algún día, Sam se irá del nido para hacer el suyo y criar a sus polluelos.