lunes, 30 de octubre de 2017

Lutero

   Mucho se está hablando últimamente de la conmemoración del quinto centenario de la Reforma protestante, que se originó grosso modo un 31 de octubre del año 1517. En efecto, esa fecha es conocida por ser el día en que Lutero clavó sobre la puerta de la iglesia de Wittenberg sus famosas 95 tesis, que tenían como principal objetivo la autoridad del papado y la doctrina sobre las indulgencias. Es curioso que hoy se hagan multitud de alabanzas al citado reformador, pese a los problemas que le causó a la vieja Europa; incluso es sorprendente que alguna de ellas provenga del mismísimo Vaticano, que fue deplorado e insultado vilmente por él hasta el instante de su muerte. Por este motivo, nosotros queremos acercarnos a su figura, y esclarecer así, en la medida de lo posible, la verdad que subyace tras ella. Para ello, y como siempre, recurriremos al séptimo arte, que nos ha legado hasta donde sabemos dos biopics ciertamente irregulares y casi homónimos: Martín Lutero (Irving Pichel, 1953) y Lutero (Eric Till, 2003). De los dos, nos interesa el segundo, puesto que no solo es más conocido, sino que le sirvió a la Iglesia protestante para purificar la imagen de su fundador, menospreciada incluso por sus correligionarios.


   

   Sobre la película, que pretende ser una recreación histórica fiable, la sinopsis oficial afirma lo siguiente. En la Alemania de principios del siglo XVI, el agustino Martín Lutero provoca un cisma dentro de la cristiandad. En efecto, tras una reflexiva lectura de las Sagradas Escrituras, descubre que la Iglesia católica ha pervertido el mensaje de Jesucristo a lo largo de la historia, por lo que decide ponerle remedio. Para ello, publica en Wittenberg sus 95 tesis, con las que procura corregir los excesos de aquella; pero esta, lejos de abandonar su cómoda situación privilegiada, responde contundentemente al desafío del monje rebelde.

   Quien sea lector asiduo del blog descubrirá que esta semana, a diferencia de otras, hemos querido matizar que el párrafo anterior es una sinopsis oficial del largometraje, puesto que no deseamos incurrir en la equivocación que pretende divulgar este último, es decir, la contemporización de Lutero. En efecto, el argumento ya es claro en sus objetivos desde el principio: el citado monje agustino era un hombre que descubrió los errores de la Iglesia tras una lectura atenta y meditada de la Biblia, cosa que aquella, por lo visto, jamás había hecho en sus dieciséis siglos de historia a la sazón; por otro lado, como él era un fiel discípulo de Jesús, siempre quiso el bien de su institución, por lo que su único propósito consistía en el sano encauzamiento de la misma, y no en su perversa alteración; finalmente, y por supuesto, la Iglesia respondió como siempre hace, es decir, con ira y rencor, que es lo que mejor sabe hacer, ya que sus miembros son unos pobres paletos sin estudios que se asustan y acomplejan frente a cualquiera que ponga en duda su doctrina. Pero si ya la trama de la película parte de esa insistente, consabida y sibilina argumentación, a la que por desgracia estamos ya más que habituados, fijémonos en el lema promocional del cartel, que servirá de base para nuestro  pequeño artículo: "Genio. Rebelde. Liberador".




   Empecemos por lo de genio. Como todo el mundo sabe, y como de ello deja constancia el film, la vida religiosa de Martín Lutero comienza durante una pavorosa tormenta, momento en el que se acogió a la protección de santa Ana. Ciertamente, tan aterrorizado estaba por este inofensivo fenómeno natural que le prometió a aquella que consagraría su vida entera al Creador si lo salvaba de los rayos y de los truenos que lo estaban asediando. Sin duda, cumplió su promesa, pero trocó ese miedo a la naturaleza por el que comenzó a profesarle al mismísimo Señor (fíjese el lector que no estamos hablando del temor reverencial que debe otorgarle cualquier cristiano, sino de un auténtico pavor, e incluso de un odio inusitado); de este modo, no solo fue incapaz de celebrar una sola misa por el exagerado respeto que sentía hacia el sacramento del altar (algo que aparentemente es digno de  todo elogio, puesto que parece reflejar ese sano temor cristiano antes mencionado, pero que oculta en realidad una soberbia desmedida, ya que deplora la elección de Jesucristo sobre sí mismo, entre otras muchas cosas), sino que incluso llegó a desear que Dios no existiera, algo que también recoge la cinta, aunque casi de pasada. El genio reformador profirió este radical anhelo después de creer que sus pecados eran tan grandes (¿recuerda el lector lo de la soberbia?) que nadie los podía perdonar, ni siquiera el Padre celestial (debemos apuntar que estos pensamientos solían asaltarle en la letrina, el lugar donde los dolores gástricos de su célebre estreñimiento lo flagelarían hasta el punto de sonsacarle sus más recónditas faltas); así, el que vendió la papeleta de un Dios infinitamente misericordioso, propició en verdad la errónea visión del Juez vengador, que hoy sin embargo es atribuida al catolicismo (además, esto daría pie al ateísmo de nuestro tiempo: si Dios no existe, no puede imputar a nadie de ningún pecado, por lo que es preferible su inexistencia). 

   En cuanto a lo de rebelde, la película nos lo presenta como un hombre adelantado a su tiempo, paseando por el aula de Teología entre sus alumnos como un abogado de película americana entre los miembros del jurado ("Señores del jurado, vean a mi cliente: ¿cómo puede ser un asesino con esa cara de bueno? Las circunstancias lo eximen de su pecado"), o bien como el Tom Berenger de El sustituto (Robert Mandel, 1996), es decir, repartiendo estopa (dialéctica) a los oyentes malotes. Sin embargo, lo cierto es que sus clases no se caracterizaban por la hondura de su razonamiento, sino por el más tenaz de los adoctrinamientos, ya que divulgaba sus propias ideas respecto de la Escritura sin atender a lo que anteriormente habían dicho los maestros sobre ella (autorizaba y desautorizaba libros bíblicos al albur de su apetencia); además, repartía entre sus adeptos los panfletos que había elaborado con Cranach el Viejo, en los que arremetía sin rubor alguno contra el papa y contra la Casa de Habsburgo, que reinaba en ese momento sobre Alemania y sobre la mayor parte de Europa. Por otro lado, debemos indicar que esta rebeldía de pitiminí fue más bien el producto de una rabieta que la consecuencia de su pretendida genialidad (¿recuerda el lector lo que afirmábamos de su soberbia?), ya que, cuando el sumo pontífice lo llamó al orden, uso contra él las mismas vejaciones que había usado... ¡contra los que se habían opuesto a la doctrina del sumo pontífice! En cuanto a la doctrina de las indulgencias, que supuestamente originó este cisma dentro de la Iglesia, y que era una manera fácil de enriquecerse, sorprende que Lutero nunca se manifestara en contra del dineral que recibía a espuertas del príncipe Federico el Sabio (en la película, el gran Peter Ustinov), que no solo patrocinaba cada uno de sus exabruptos contra aquella, sino que también financiaba sus clases en la universidad que él mismo había fundado, y en la que, como hemos visto, se vituperaba una y otra vez la figura del papado (por cierto, si el príncipe Federico prohibió la predicación de las indulgencias en Sajonia fue para impedir el enriquecimiento de su rival, Alberto de Brandeburgo, y no por rebeldía contra la Iglesia, como postula el film).

   Y por último, liberador. Si hay un término que continúa engatusando a la sociedad de nuestro tiempo es "libertad", así como todos aquellos que se circunscriben dentro de su campo semántico, como el mencionado "liberador". Pero estos términos encierran muchas veces una gran mentira, puesto que detrás de ellos se agazapan los menos agraciados de "esclavitud" u "opresión" (esto es algo que podemos estudiar en el desarrollo de la Revolución francesa, en el de la Revolución rusa y en la actualidad catalana, donde se enarbolan consignas libertarias con el ingenuo propósito de aupar al estrado a quienes los tiranizarán sin paliativos). Por este motivo, no es extraño que con Lutero pasara lo mismo (incluso hay historiadores que defienden que fue él quien inició esta popular falacia): mediante su violento adoctrinamiento, que iba desde la citada distribución de pasquines hasta la creación de pegadizas (y despectivas) tonadillas contra el papa, la Iglesia y el Imperio español, propagó la idea de que el pueblo alemán estaba sojuzgado por estos últimos, y que, por ende, debía desuncirse de su ominoso yugo; sin embargo, lo que estaba promoviendo en realidad era la autonomía de los príncipes alemanes, que deseaban gobernar sus territorios sin las injerencias imperiales ni vaticanas, manifiestamente contrarias a sus aspiraciones independentistas. De este modo, el reformador, fiel a ese concepto de libertad que antes hemos citado, escribió un texto en 1523 en el que postulaba sin tapujos que sus señores terrenales debían gobernar la Iglesia, y no el papa, que era un extranjero a ojos de la naciente Alemania; así que cuando exhortaba a los cristianos alemanes a luchar por su libertad, los estaba empujando realmente a la esclavitud de sus reyezuelos. Desgraciadamente, esto tuvo una consecuencia nefasta, que sin embargo delata la incoherente personalidad de Lutero: la autonomía que los príncipes alemanes se arrogaron respecto del emperador español los condujo a incrementar los impuestos sobre los campesinos, que respondieron a esta injusticia mediante una célebre revuelta; el reformador, que en un primer momento había apoyado de manera indirecta este movimiento, cedió después a las presiones de los príncipes, por lo que apoyó las ejecuciones que estos llevaron a cabo sobre aquellos súbditos descontentos (en la película, ponen a Lutero como un mártir de su propia palabra, pues su mensaje de libertad es tan grande que él mismo no lo ha comprendido bien. El pobre...).




   Por supuesto, queda mucho por referir acerca de este díscolo religioso, que supuestamente puso en jaque a la Iglesia por el bien de la cristiandad, pero que en verdad arruinó esta y dividió de manera interesada aquella; sin embargo, un artículo sobre su doctrina teológica (la famosa sola fide) sería excesivamente largo, por lo que conviene remitirse a libros especializados en ella. Aquí solo hemos pretendido acercarnos a esa figura que hoy está siendo ensalzada por muchos, pese al desastre que le supuso a la vieja Europa, y abrir así los ojos a quienes crean que es un hombre digno de respeto, o un genio rebelde y liberador, como afirma el lema promocional del film. Es posible que esos tales no sepan, o hayan olvidado, o no quieran saberlo, o desean ocultarlo, que Lutero está en la base del antisemitismo nacionalsocialista y que, no en balde, Hitler lo llegó a denominar padre de la nación alemana (sic): "Lo que es útil es quemar todas las sinagogas de los judíos, y si alguna ruina se salva del incendio, hay que cubrirla con arena y barro, para que nadie pueda ver ni siquiera una piedra o una teja de esa construcción" (Sobre los judíos y sus mentiras, 1523).

   Por todo esto, nosotros pensamos que el 31 de octubre de 1517 no es el origen de ninguna celebración, sino el obituario del auténtico cristianismo, que es el que se mantiene fiel al papa y a la doctrina de la Iglesia. Si esta debía ser reformada, lo demostraron personalidades tan conocidas como santa Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz o san Ignacio de Loyola, que no rompieron en ningún momento con ella, sino que la ayudaron y la apoyaron como unos buenos hijos hacen con su madre enferma. Como decíamos al principio, hasta hace unos años Martín Lutero era menospreciado incluso por sus correligionarios, que descubrían en él al hombre que los había abocado a una vida de esclavitud, rencor y miedo, sentimientos que antes desconocían en su vida cotidiana (y por ello se produjo este film, con el firme propósito de limpiar su figura); sin embargo, hoy es reconocido incluso por los que fueron menospreciados por él, dándonos a entender que, o bien no saben quién era, o bien lo hayan olvidado, o bien no quieren saberlo, o bien desean ocultarlo.    



   

domingo, 22 de octubre de 2017

El moderno Sherlock Holmes

   Este mes, los cinéfilos conmemoramos un evento que puede pasar desapercibido para los que no comparten nuestra pasión: el nacimiento de Buster Keaton. En efecto, un 4 de octubre de 1895 nacía en Estados Unidos este genial cómico, que marcaría con su personalísimo sello la historia del séptimo arte para siempre. Ciertamente, hoy son muchos los actores y  los directores que le deben el éxito de sus obras, pero, como suele pasar con estas cosas, son pocos los que se lo reconocen; por alguna extraña razón, prefieren atribuírselo al más conocido Charles Chaplin, que, pese a pertenecer a la misma hornada que nuestro protagonista, ha tenido menor influencia que él. Sin embargo, su legado continúa pregonando las grandezas que nos regaló, pues El maquinista de La General (Buster Keaton & Clyde Bruckman, 1926) sigue ostentando uno de los primeros puestos en la lista de los cien mejores títulos elaborada por el American Film Institute (aquí). Por este motivo, esta semana queremos traer a colación una de sus obras más influyentes y entrañables: El moderno Sherlock Holmes (Buster Keaton, 1924).




   En esta ocasión, Buster Keaton es proyeccionista en una sala de cine. Aunque su trabajo no le disgusta demasiado, existe uno que lo cautiva en mayor medida: el de detective privado. En efecto, tanto le entusiasmaría servir al bien común mediante sus investigaciones que, entre proyección y proyección, no vacila en leer las obras de su héroe favorito: Sherlock Holmes. Por suerte, cierto día es acusado falsamente de un supuesto delito, algo que pone en peligro la relación con su novia, por lo que procurará resolver este entuerto a través de los conocimientos que le ha transmitido el célebre investigador literario.

   Antes que nada, debemos recordar que, cuando se estrenó este film, Buster Keaton ya era conocido en el mundo entero. Así es, gracias a cortometrajes como Pamplinas nació el día 13 (id., 1921) [aquí], Pamplinas y los fantasmas (id., 1921) [aquí] o El gran espectáculo (id., 1921) [aquí], donde hacía alarde de un humor ingenuo para nuestro tiempo, pero muy divertido para sus contemporáneos, consiguió ganarse el favor del gran público. No obstante, si logró ese puesto de honor en la historia del cine, fue gracias a obras como La mudanza (id., 1922) [aquí], La casa eléctrica (id., 1922) [aquí] o Rostro pálido (id., 1922) [aquí], en las que consiguió pulir la idiosincrasia que lo haría memorable: la del hombre que afronta las adversidades mediante un rostro hierático (no en balde, llegó a ser conocido como Cara de Palo... ¡y firmó un contrato para no sonreír en público jamás!). Por este motivo, El moderno Sherlock Holmes fue acogida con muchísimo entusiasmo por todos los espectadores de la época.




   Como ya hemos indicado, lo que el público encontró fue un entrañable argumento que hoy sirve de estereotipo al género cómico. Ciertamente, Buster Keaton era aquí un hombre soñador que aspiraba a conquistar el amor de una mujer, pero que, al mismo tiempo, debía hacer frente a un adversario más poderoso y atractivo que él. Por supuesto, gracias a su ingenuidad, conseguía vencer inocentemente a este último y doblegar el afecto de aquella, ganándose a la vez el de toda la platea. Pero, en medio de esta trama pseudorromántica, encontró acrobáticos gags que hoy siguen sorprendiendo a cualquiera que vea la película: quizás los más conocidos sean el de la escena en que el actor cae de un edifico altísimo, o bien el de aquella en que viaja a bordo de una motocicleta sentado en el manillar (entre los pocos que hoy reconocen la influencia de estas escenas, está el famoso Jackie Chan, que no dudó en homenajearlas en algunos de sus largometrajes, como podéis aquí).

   Pero entre todas estas escenas, hay una que sigue cautivando la imaginación del cinéfilo. Nos referimos a aquella en la que el bueno de Buster, después de dormirse durante la proyección de una película, sueña que se introduce en esta última, viviendo las aventuras de sus protagonistas; así, el genial cómico nos transmite su amor por el séptimo arte y nos contagia el entusiasmo de vivirlo en profundidad, como si nosotros mismos fuéramos parte de nuestros largometrajes predilectos (por otro lado, ¿no os recuerda al argumento de El último gran héroe? Sin duda, una prueba más de cómo sigue influyendo en la actualidad). Hoy, esta escena continúa siendo un ejemplo de coordinación y montaje, pues vemos en ella cómo Keaton interactúa con las diferentes situaciones sin apenas moverse del centro de la pantalla.




   Sin embargo, a pesar de este reconocimiento internacional, Buster Keaton escondía una existencia marcada por la depresión y el alcohol; de este modo, su hierático rostro era en verdad signo de la tristeza que lo caracterizaba, pero sus chistes no se correspondían con la pugna que debía mantener contra ella. En este sentido, dos fueron los detonantes que lograron acabar con él: por un lado, el contrato con la Metro Goldwyn Mayer en 1928, que constriñó su desbordante creatividad; por el otro, el divorcio de su mujer y la prohibición por parte de esta de ver a sus hijos, a los que él adoraba. Durante algunos años, sobrevivió escribiendo para los hermanos Marx, con los que participó en el guion de Una noche en la ópera (Sam Wood, 1935) y de Una tarde en el circo (Edward Buzzell, 1939), pero muy pronto decidió retirarse de manera definitiva; solo Billy Wilder con El crepúsculo de los dioses (id., 1950), Chaplin con Candilejas (id., 1952) y Michael Anderson con La vuelta al mundo en 80 días (id., 1956), se acordaron de él, otorgándole papeles que, sin embargo, redundaban en esa nostálgica vis en la que el actor había caído. 

   Como decíamos al comenzar el presente artículo, hoy nadie parece acordarse de este genio de la comedia; más bien al contrario, relegan este título en favor del célebre Charles Chaplin, cuya efigie tiene mayor popularidad que la famosa cara de palo de Keaton, pese a que este dominó la cartelera de todo el mundo. No obstante, gracias a internet, podemos recordar sus películas una y otra vez, pues los derechos de autor caducaron sobre ellas hace mucho tiempo. Por esta razón, aquí os dejamos el enlace de la que hoy hemos presentado: El moderno Sherlock Holmes. Esperamos que la disfrutéis.



domingo, 15 de octubre de 2017

Fe de etarras

   Hace unas semanas, el canal de televisión Netflix decidía publicitar su nueva película, Fe de etarras (Borja Cobeaga, 2017), mediante un provocativo cartel en la ciudad vasca de San Sebastián (aquí). En efecto, en él se podía leer el famoso grito "Yo soy español, español, español", pero con estas tres últimas palabras tachadas, puesto que el film narra en clave de comedia los avatares de un comando de ETA durante los mundiales de fútbol de 2010. La polémica no tardó en saltar, pues, independientemente de la calidad del largometraje, se trataba sin duda de un insulto a todas las víctimas del terrorismo etarra, que veían en esa pancarta un recordatorio de los crudos momentos que tuvieron que padecer a causa del nacionalismo vasco. 

   Sin embargo, la vinculación de Netflix a la polémica no cesa aquí, puesto que ya ha demostrado en multitud de ocasiones que está dispuesto a escandalizar a la gente si con ello logra que sus productos sean vistos. Concretamente, en España comprobamos cómo la madrileña Puerta del Sol era decorada con un inmenso cartel promocional de Narcos (Chris Brancato, Carlo Bernard, Doug Miro y Paul Eckstein, 2015), que ostentaba la frase "Oh, blanca Navidad", una clara referencia al producto con el que comerciaba Pablo Escobar; o cómo esta misma serie era promocionada de nuevo mediante la frase "Sé fuerte. Vuelve Narcos", una alusión a los célebres SMS de Mariano Rajoy al tesorero de su partido (aquí). Por este motivo, aquí nos preguntamos si es moralmente lícito sobrepasar esa línea publicitaria con el propósito de ganar seguidores; más aún, si lo es teniendo en cuenta que la última campaña ha ofendido en gran medida a las víctimas del terrorismo etarra.




   Como hemos indicado arriba, la historia se ambienta durante los mundiales de fútbol de 2010, cuando la selección española se alzó con el título de campeona. Un peculiar comando de ETA, compuesto por Javier Cámara, Miren Ibarguren, Gorka Otxoa y Julián López, se instala en un piso franco con la intención de perpetrar un nuevo atentado, con el que revitalizar el decadente grupo terrorista; pero para ello deben aguardar la llamada telefónica de los superiores, que nunca llega. Por este motivo, se ven obligados a vivir como unos miembros normales del vecindario. Mientras tanto, el paulatino triunfo de la selección revela el patriotismo español que muchos vascos escondían por temor a la ETA, algo a lo que ellos deben sumarse si quieren pasar desapercibidos.

   En efecto, un fenómeno curioso que pudimos presenciar durante los mundiales de 2010 fue la proliferación de banderas nacionales en puntos geográficos tan adversos a ellas como el País Vasco y Cataluña (aquí); tanto auge alcanzó que incluso algunos miembros de ETA no vacilaron en fotografiarse con la camiseta de la selección cuando esta comenzaba a despuntar en Sudáfrica (aquí). Sin lugar a dudas, se trata de un nuevo ejemplo del famoso esperpento español que de manera tan magistral supo identificar el literato Valle-Inclán, según el cual, "el sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemática deformada"; de este modo, mientras que en las citadas regiones de España se potenciaban unos independentismos cargados de épica y romanticismo, sus mismos voceros se unían a la causa de la nación en un momento crucial de su historia deportiva. Indudablemente, se trata de un hecho grotesco, que además podríamos calificar de hilarante; sin embargo, como detrás de esa ridícula actitud se esconde mucho sufrimiento, no nos atrevemos a mofarnos de ella.

   Sin embargo, la película que hoy nos ocupa sí que lo hace; pero no nos engañemos, pues la cinta no pretende burlarse de las víctimas de ETA, sino de las motivaciones que ha llevado a esta a cometer sus asesinatos a lo largo de los años. De esta manera, presenta a los terroristas como fanáticos que luchan por engañosos aldeanismos antiespañoles, y no por supuestos anhelos de libertad, o como jovenzuelos sin oficio ni beneficio que se alistan a sus filas sin conocer muy bien la razón (de hecho, uno de los personajes es presentado prácticamente como un perroflauta, que quiere ser etarra para dejar de ser albañil); además, y gracias al ambiente patriótico generado por los mundiales, procura evidenciar tanto el sinsentido del terrorismo como las convicciones y las costumbres que nos unen a todos los españoles (más o menos como intentó demostrar Ocho apellidos vascos en su momento, aunque con menos gracia). Por tanto, y volviendo al término acuñado por Vallé-Inclán, pretende manifestar lo esperpéntico de los españoles, que parece que estamos llamados a una disputa constante entre nosotros, pese a lo parecido que somos todos (si es cierta la atribución de la frase que circula por internet, Bismarck visualizó claramente esta particularidad tan nuestra: "España es el país más fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentado destruirse a sí mismos, pero nunca lo consiguen").




   Pero como nos preguntábamos al principio del texto, ¿es lícito usar la comedia cuando detrás existe tanto dolor? Si recordamos, una polémica similar fue suscitada en el año 1997, cuando La vida es bella (Roberto Benigni, 1997) ganó el Óscar a la mejor cinta de habla no inglesa, aunque supuestamente blanqueaba el holocausto judío (aquí): el largometraje no pretendía reírse de la persecución nazi, sino aprovechar la tragedia para lanzar un mensaje de esperanza al espectador. Algo parecido intenta Fe de etarras, aunque con el propósito de delatar la sinrazón de cualquier nacionalismo antiespañol, como hacía el exitoso programa Vaya semanita (Borja Cobeaga y Javier Vicuña, 2003), dirigido por el mismo autor de aquella. El problema es que en España se desprecia de tal manera a las víctimas del terrorismo que también nosotros nos vemos interpelados por estas cintas y por su publicidad, convirtiéndonos así en parte ofendida (¿se imagina el lector una comedia sobre los atentados del 11-S en Estados Unidos?), y Netflix se ha aprovechado de esta situación. La prueba está en que ha retrasado o cancelado el estreno de la serie Punisher (Steve Lightfoot, 2017) por el reciente tiroteo de Las Vegas (aquí), puesto que en América se respeta a las víctimas de los atentados, no como en España. Por este motivo, no nos parece tan desacertado el prisma de la cinta como el uso publicitario que se ha hecho de ella, una promoción interesada y rastrera por parte de Netflix que ha tenido como sede la ciudad de San Sebastián, que tanto ha padecido la lacra del terrorismo etarra.

   Por esta razón, animamos a los directivos de Netflix desde este blog a que recapaciten sobre sus campañas publicitarias, porque pensamos que no todo vale en el empeño en ganar suscriptores. Aquí creemos que sois una gran cadena de televisión y que, en este sentido, ofrecéis a vuestro clientes grandes productos, como la reciente Mindhunter (David Fincher, 2017) o la esperada secuela de Stranger Things (Matt & Ross Duffer, 2016); sin embargo, consideramos que vuestra publicidad deja mucho que desear, sobre todo cuando afronta temas tan controvertidos como las víctimas del terrorismo (¡y más aún viendo que en América sí las respetáis, mientras que en España os sumáis a esa ola de insultos y ofensas a las que ellas se ven sometidas cada día!). Seguro que no os atrevéis a mofaros de la violencia machista, porque todos asumimos que es un tema escabroso que no merece un ápice de comedia; entonces, ¿por qué razón sí parece que condescendéis con el de las víctimas de ETA? Por el contrario, deberíais aprovechar vuestra influencia sobre el espectador para promover el respeto que todas ellas merecen.



lunes, 9 de octubre de 2017

madre!

   Si hoy existe una película verdaderamente engañosa en la cartelera, esa es madre! (Darren Aronofsky, 2017), el último trabajo del autor de Cisne negro (id., 2010). Sin embargo, ello no es debido al propio largometraje, sino a la infame campaña promocional que ha padecido en nuestro país. Ciertamente, el tráiler que todos hemos podido ver nos lo presentaba, o bien como un film de terror al estilo de The Haunting (La guarida) (Jan de Bont, 1999), o bien como un thriller parecido a De repente, un extraño (John Schlesinger, 1990); pero como no aborda ninguno de estos dos géneros, su proyección ha causado abandonos masivos de la sala, abucheos y desconciertos a partes iguales. Aquí comprendemos la reacción del público, pero culpamos del fracaso a su productora, que, al no saber clasificar este título, ha conseguido que la gente se pierda un interesante discurso acerca del hombre y la creación. Sin embargo, advertimos que no se trata de un largometraje cristiano, sino de una apología naturalista que ayuda a conocer los postulados de la nueva religión imperante: el ecologismo. Y es justo aquí donde radica su interés.




   Jennifer Lawrence es una mujer que vive junto a su marido (Javier Bardem) en una solitaria casa de campo. Ella desea a toda costa quedarse embarazada, pero él parece más preocupado por culminar su obra, pues se trata de un poeta en horas bajas muy necesitado de inspiración. Cierto día, su soledad se ve alterada por un matrimonio que decide vivir con ellos y que aquel, no obstante, recibe con suma amabilidad. Esto conllevará un inesperado e incómodo número de visitantes que perturbará la paz de la que Lawrence y Bardem deseaban disfrutar.

   Ante todo, debemos apuntar que Darren Aronofsky es un cineasta muy particular, ya que desde que estrenara su ópera prima, Pi, fe en el caos (id., 1998), hasta hoy, solo ha dirigido siete películas. Sobre todo, ello es indicio de que se trata de un director meticuloso y exigente, que no selecciona un proyecto al azar, sino que, más bien al contrario, trabaja en él de manera exhaustiva, para ofrecer al espectador una obra coherente con sus principios y fiel a su estilo cinematográfico. De este modo, nos ha regalado títulos tan interesantes como Réquiem por un sueño (id. 2000) y La fuente de la vida (id., 2006), en las que muestra su preocupación por la oferta de un mundo engañoso que seduce al hombre arteramente para deshacerse luego de él (en este sentido, la segunda película le servía de acicate para disertar sobre la vida de ultratumba, que en su opinión es más plena que la terrenal). 




   De esta forma, para el guion de madre! toma prestada la premisa de la célebre El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962), en la que un grupo de nobles es incapaz de abandonar un comedor después de la cena, generándose así entre ellos unas situaciones que ponen en entredicho sus pretendidos cánones de comportamiento. Sin embargo, Aronofsky otorga a su obra un aura simbólica que deja en pañales el argumento de aquella, elaborando un discurso universal acerca del hombre como criatura de Dios y habitante del mundo. En efecto, a medida que avanza el metraje, comprendemos que no estamos viendo una historia sobre la vanidad y la frustración de un poeta, que abandona a su esposa en favor de su amor propio, sino que presenciamos una alegoría en la que Bardem es el Creador, Lawrence es la tierra (entendida como Gaia), la vivienda es el hogar común de todos, y los visitantes inoportunos son el conjunto de la humanidad. En opinión del autor, esta última es tan desagradecida con los dos primeros que corrompe una y otra vez su entorno, aprovechándose impunemente de él, porque sabe que siempre cuenta con el perdón del Padre, un ser benévolo y comprensivo que nunca la culpa de nada.

   Pero como hemos indicado, este argumento, que podría parecer un discurso vagamente cristiano, se convierte en una disertación ecologista que se opone de modo explícito a él. Por supuesto, no queremos denunciar aquí ningún movimiento destinado al cuidado del planeta, un ejemplo loable que ya es mandado por Dios en el Génesis, sino el razonamiento pseudorreligioso que se oculta detrás de muchos de ellos, y que subyace tras el guion de este filme (aquí). En efecto, a juicio de su director, Dios, cuya existencia no niega, es un ser omnipotente y generoso que ha creado el mundo, pero que se ha desentendido de él en favor de su propio desarrollo. A su vez, la tierra es un inmenso ser vivo (Gaia) que sirve de hábitat al hombre, por lo que este le debe una veneración mayor que la que le rinde a aquel, enfrascado en sus propias tribulaciones. De este modo, la religión más auténtica es la que prima la ecología por encima de cualquier otro credo, pues es la que consigue unir verdaderamente al ser humano con su origen, que es la tierra misma (estos días hemos alcanzado el paroxismo de este pensamiento con los ecosexuales, es decir, con las personas que se unen carnalmente al planeta Tierra: aquí).




   Así pues, como decíamos arriba, la mala gestión publicitaria de la distribuidora de madre! ha conseguido que el público se pierda un interesante filme sobre los postulados del ecologismo moderno, muy vinculado a la desastrosa New Age de nuestro tiempo, algo que el autor ya abordó en la olvidable Noé (id., 2014). En el fondo, esto es de agradecer, puesto que dicho credo humanista no deja de ser anticristiano, por lo que así el espectador deja de financiar un discurso opuesto a nuestra fe; sin embargo, sería beneficioso que lo conociera, porque es muy fácil adherirse inocentemente a él a través de algunas campañas de concienciación, o mediante festividades laicas que postulan ciertas conmemoraciones de carácter ecológico (v. gr., el Día de la Tierra o el Día de los Océanos).




domingo, 1 de octubre de 2017

Asalto a la comisaría del distrito 13

   Mientras escribimos estas líneas, en Cataluña se suceden los altercados que todos augurábamos: enfrentamientos callejeros, persecuciones policiales, insultos, pasquines y un largo etcétera, que cualquiera puede comprobar si enciende su televisor, se conecta a la red o sintoniza la emisora de radio que prefiera. Evidentemente, el motivo es el pretendido referéndum secesionista que las autoridades catalanas convocaron para hoy, pese a su inconstitucionalidad y a la consecuente oposición del Gobierno español. Por supuesto, desconocemos el resultado de toda esta problemática, es decir, si será una farsa parecida a la del 9 de noviembre de 2014 con el único propósito de obtener mayor autonomía y financiación, o si será proclamada realmente y de forma unilateral la independencia, como advierten algunos políticos de nuestro país (aquí). Sea como fuere, estos días se suceden imágenes que llaman poderosamente nuestra atención, como el uso y adoctrinamiento de los niños conforme a la ideología nacionalista (aquí), y la discriminación a la que es sometida la persona que se oponga a ello (aquí). Como este blog pretende reflexionar a través del séptimo arte, la película que posiblemente más se aproxime a esta situación sea Europa, Europa (Agnieszka Holland, 1990), por lo que algún día le será dedicada un post

   En esta ocasión, queremos centrar nuestro interés sobre unas imágenes que producen estupor: las del acoso sufrido por la Guardia Civil y el Cuerpo Nacional de Policía en Cataluña. En efecto, no es que estos agentes de la autoridad hayan acosado a los partidarios de la secesión, sino que estos han sido los que han acechado a aquellos. De manera que hemos podido ver cómo nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad eran menospreciados, vejados y hasta atacados por diversos grupos de manifestantes, que no han tenido ningún reparo a la hora de destrozar sus vehículos (aquí) o de asediarlos incluso en sus cuarteles (aquí). Pero el agravio alcanza cotas insultantes cuando nos llegan fotografías que muestran a un concejal disfrazado de payaso para reírse de ellos (aquí), o cuando los vemos recibiendo flores en una burda imitación de la Revolución de los Claveles de Portugal (aquí). De este modo, si tuviéramos que comparar esta situación con alguna película para hacer honor a la intención del blog, elegiríamos la cult movie Asalto a la comisaría del distrito 13 (John Carpenter, 1976).




   Ethan Bishop (Austin Stoker) es un teniente de la Policía de Los Ángeles que recibe la misión de vigilar el traslado de una comisaría, ya que la ciudad se está enfrentando a una ola de crímenes protagonizada por las pandillas callejeras. Al mismo tiempo, un autobús parte desde un punto diferente de la urbe para transportar a unos presos peligrosos, entre los que se encuentra el célebre Napoleón Wilson (Darwin Joston). Por otro lado, Lawson (Martin West) es un padre de familia que decide vengar el asesinato de su hija, perpetrado por unos maleantes, que a su vez quieren vengarse de los policías que han matado a sus compañeros. Así, todos ellos confluirán en la comisaría del distrito 13, donde se vivirá una auténtico asedio.

   Sin duda, el cinéfilo avezado habrá descubierto en este argumento un parecido más que razonable con el del wéstern clásico Río Bravo (Howard Hawks, 1959). El motivo es que John Carpenter, su autor, siempre ha sido un gran admirador de su director, por lo que quiso honrar su memoria mediante este thriller de bajo presupuesto, en el que incluyó referencias a un largometraje que lo había cautivado diez años atrás: La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968). Su éxito fue tan rotundo que puso de moda el subgénero callejero, donde se pueden hallar títulos tan emblemáticos como Los amos de la noche (The Warriors) (Walter Hill, 1979), pero que sobre todo sentó las bases de la futura carrera del cineasta, interesado en explorar la naturaleza de los hombres cuando estos son asediados por una amenaza exterior; en este sentido, le ha regalado al aficionado películas tan conocidas como La niebla (id., 1980) y La cosa (El enigma de otro mundo) (id., 1982), que es un nuevo tributo a Howard Hawks, y cintas tan reivindicables como Vampiros de John Carpenter (id., 1998) y Fantasmas de Marte (id., 2001). Por otro lado, cuenta con un remake casi homónimo, Asalto al distrito 13 (Jean-François Richet, 2005), que pasó sin pena ni gloria por la  gran pantalla, puesto que prescinde de ese interés de Carpenter por retratar la angustia del hombre.




   Ciertamente, "angustia" es el término que define mejor la situación que han vivido nuestros agentes de la ley estos días en Cataluña. Como arriba hemos indicado con brevedad, se han visto asediados en sus cuarteles, han tenido que vivir el escarnio de los independentistas, han visto cómo sus hijos eran insultados en clase y hasta han sufrido los terribles escraches en las puertas de sus casas; en definitiva, han visto cómo un sector notable del pueblo catalán se ha enfrentado impunemente a ellos. Porque la impunidad ha sido el arma que han blandido los manifestantes contra ellos, ya que sabían que, pese a sus encaramientos a policías y guardias civiles, nada les iba a ocurrir. Para ilustrarlo, aquí nos hacemos dos preguntas: en primer lugar, si el citado concejal de la nariz de payaso hubiera temido una reacción airada del agente, ¿se habría atrevido a reírse de él? Es probable que no; en segundo lugar, si los independentistas hubieran sido convocados a un verdadero conflicto contra los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, en el que estos hubieran podido actuar con libertad, ¿habrían respondido? Seguramente, tampoco. En la película, los pandilleros citan a los policías a un cholo, es decir, a una batalla campal en donde no les importa morir por una causa, algo que no hemos visto ni de lejos en ninguno de los enfrentamientos de estos días.

   Por esta razón, los auténticos héroes de estas jornadas son la Policía y la Guardia Civil, que han soportado estoicamente los inmerecidos e injustos ataques de una parte de la sociedad contagiada por el fanatismo independentista. De este modo, los manifestantes, que creen ser valientes y aguerridos contra unos hombres que sí lo son realmente, quedan ante ellos como unos cobardes sin entereza ni bizarría; como unos pobres adictos que son lanzados contra las personas que han prometido defenderlos hasta el final y con todas las consecuencias. Además, la hombría de los agentes de la ley ha quedado más consolidada con la ayuda que les han prestado a los ancianos y a los niños que habían sido llevado por los alborotadores a las calles, demostrando así que ellos sí se preocupan por el bienestar de los ciudadanos (aquí). Desgraciadamente, circulan por la red fotografías tergiversadas que pretenden demostrar lo contrario, intentando inocular la idea de un estado policial similar al del reciente film Detroit (Kathryn Bigelow, 2017); sin embargo, las mismas personas que divulgan estas imágenes difunden también su creación, por lo que pierden cualquier crédito y se lo conceden a aquellos, que logran así ser nuevamente los héroes de estas jornadas. 

   Al final de la película, cuando el asedio a la comisaría concluye, los protagonistas se reúnen para felicitarse por el buen trabajo que han realizado, hasta el punto que deciden salir juntos al exterior, para que los ciudadanos vean que el mérito es de todos ellos. Del mismo modo, cuando la tranquilidad y el sentido común retornen a Cataluña, los policías y los guardias civiles que han padecido esta tortura se estrecharán las manos y se felicitarán por el buen trabajo, pues habrán cumplido con integridad su propósito de salvaguardar la paz; además, regresarán a sus hogares, de donde salieron con vítores (aquí), y serán recibidos como valientes, aunque probablemente especificarán que el mérito es de todos y no de unos pocos. En el fondo, se sentirán orgullosos de haber servido a España en esta situación tan dramática, puesto que son unos auténticos héroes.