Trainspotting (Danny Boyle, 1996) es una película que marcó a toda una generación de cinéfilos. Su éxito fue tan contundente en el momento de su estreno que hoy sigue cautivando a los espectadores que se acercan a ella por primera vez. Actualmente, además, se trata de un largometraje de culto, puesto que supuso el espaldarazo definitivo de su responsable, Danny Boyle, y de su estrella principal, Ewan McGregor. En efecto, a raíz de la cinta, el primero se aventuró en Hollywood mediante Una historia diferente (íd., 1997) y La playa (íd., 2000), mientras que el segundo probó suerte en el blockbuster a través de La amenaza fantasma (George Lucas, 1999) y sus secuelas.
Por este motivo, no es extraño que su autor ya hubiera valorado la posibilidad de afrontar una segunda parte. Sin embargo, como no deseaba repetir el formato de la primera, ha tardado veinte años en rodarla, con el propósito de indagar en la evolución de sus protagonistas. Es por ello que no encontraremos la comedia que vimos en aquella, sino un film de corte más nostálgico y sosegado, pero que enlaza perfectamente con su predecesora y con toda la filmografía de Boyle.
Han pasado veinte años desde que Mark Renton abandonase a sus amigos y huyera con el dinero que todos habían conseguido. Cierto día, sin embargo, cuando ya ha ordenado su vida, decide volver a Edimburgo y atar los cabos sueltos que dejó tras la fuga. Por desgracia, Frank, que ha permanecido encerrado en la cárcel durante todo ese tiempo, también vuelve a la ciudad, aunque con una intención diferente: vengarse de quienes le robaron su parte del botín.
Pese a este argumento y a la temática del primer Trainspotting, esta tardía secuela no es una comedia. Se trata, por el contrario, de un film altamente nostálgico y dramático, puesto que profundiza en las tristes consecuencias de los excesos que aquella mostraba. Por esta razón, es una película más intimista, dirigida quizás al público que se vio reflejada en su predecesora, pero que hoy la observa tras el remordimiento que aportan las dos décadas que han transcurrido entre ambas. Seguramente, pues, sea la continuación lógica de aquella.
Por otro lado, es una película imprescindible en la obra de Boyle, ya que armoniza mejor con su filmografía que la primera entrega. Ciertamente, todos sus largometrajes son un canto a la vida y a las cosas que la enriquecen, como la familia y los amigos (sin duda, esta es la tesis de Millones, 127 horas y la incomprendida Steve Jobs). Aquella, no obstante, pese a su mensaje final, que apostaba abiertamente por una existencia sin drogas, encomiaba una traición y un robo. Es por ello que necesitaba ser subsanada, mostrando una historia que ensalzase el auténtico valor de la amistad y el peligro que el dinero le puede acarrear a esta.
Por este motivo, era necesaria la realización del film. En él, como hemos visto, no solo se atan los cabos sueltos que exige la nostalgia, sino también aquellos que no conseguían anudarse con la obra de Boyle. Este ha afirmado muchas veces que el hombre debe buscar la felicidad en la sencillez del hogar y de la amistad y no en el dinero, algo que no quedaba claro en el primer Trainspotting, pero que aquí resarce por completo.
Se trata, pues, de un título excepcional, que debería estar presente en las futuras videotecas de los seguidores de Boyle y de McGregor. Posiblemente, hoy no sea comprendida por quienes han conocido demasiado tarde la cinta original, puesto que esperarán la comedia que esta les ofreció. Sin embargo, el paso de los años les descubrirá que sus personajes han progresado como debían de hacerlo y que, por ello, se trata de una secuela imprescindible.