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domingo, 3 de septiembre de 2017

Dunkerque

   Por desgracia, se acabó el verano. Para muchos, ha llegado la hora de cerrar sus sombrillas y de despedirse de la playa hasta el año que viene, diciendo adiós asimismo a vivir sin la preocupación del reloj o sin las responsabilidades del trabajo; para otros, este es el momento idóneo para retomar sus hábitos y seguir cultivando sus aficiones, tal vez relegadas durante unas semanas en favor del buen tiempo. Entre ellas, es posible que se encuentre el séptimo arte. Por esta razón, este blog abre de nuevo sus puertas, de manera que el cinéfilo halle en él un amigo con el que dialogar sobre las películas que ha visto o que pretende ver.

   Probablemente, uno de los estrenos que habrá concitado el interés del aficionado durante las vacaciones, pese a que este período no se suela caracterizar por el buen cine, sea Dunkerque (Christopher Nolan, 2017), la última obra del famoso director de El caballero oscuro (id., 2008). A poco que haya leído sobre ella, verá que ha aunado al público y a la crítica, erigiéndose rápidamente en una de las cintas bélicas más valoradas de la historia. Incluso se percatará de que ha habido expertos que la han situado al nivel de Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998), La delgada línea roja (Terrence Malick, 1998) y Hasta el último hombre (Mel Gibson, 2016), que son los mejores títulos contemporáneos del género. Pero ¿es tan buena como dicen?




   Ante todo, debemos recordar que se trata de una película basada en un hecho real. En efecto, en el año 1940, durante la Segunda Guerra Mundial, un ingente número de soldados franceses e ingleses quedó encerrado en la playa de Dunkerque. Allí, mientras todos aguardaban el rescate por parte de Inglaterra, fueron acosados por el Ejército alemán, que bombardeó sus aviones y torpedeó sus barcos con el único propósito de evitar que abandonasen el continente.

   Como todo el mundo sabe, este es el argumento de una de las derrotas más sonadas del citado conflicto bélico. Así es, a pesar de que los ejércitos aliados conocían las costas de Francia, decidieron parapetarse en ese recóndito lugar fronterizo del canal de la Mancha, donde fueron masacrados por las tropas nazis. Algunos historiadores aseguran que la carnicería pudo ser mayor, pero que el empeño de Hitler por ganarse el favor de Inglaterra lo evitó. Sea como fuere, y si es que hubo algún tipo de condescendencia, este chance brindó la oportunidad de llevar a cabo la Operación Dinamo, que es la que narra el film. De este modo, cientos de embarcaciones civiles se echaron a la mar para rescatar a sus militares y devolverlos a casa.

   Por supuesto, una de las decisiones más criticadas del filme por parte de los citados historiadores ha sido, precisamente, el haber querido mostrar como una victoria la derrota de los ingleses. En primer lugar, debemos decir que ya Churchill la consideró así, pues afirmaba que el pueblo había salido en defensa de sus militares; pero, en segundo lugar, es necesario apuntar que ya las dos cintas más célebres que abordaron esta efeméride recurrieron a dicha consideración. Ciertamente, tanto la homónima Dunkerque (Leslie Norman, 1958) como Fin de semana en Dunkerque (Henri Verneuil, 1964) honraron al pueblo británico a través de sus fotogramas. Con esto queremos decir que no solo aprobamos la voluntad de Nolan, sino que también creemos que es justa, porque la guerra compete a todos y, de esta manera, es necesario que exista esa colaboración entre el Ejército y el mundo civil. Harina de otro costal son las decisiones técnicas del largometraje.




   En efecto, como si de un experimento del primer Nolan se tratase, es decir, de aquel que nos cautivó a todos mediante el magnífico montaje de Memento (id., 2000), la película está narrada a través de tres líneas temporales: la primera acontece en la playa; la segunda, en el aire, y la tercera, a bordo de un velero civil. En principio, esto puede resultar novedoso, incluso acertado, pues muestra la misma guerra desde diferentes ángulos; pero de inmediato descubrimos que se trata de un grave error, puesto que, más que lograr que el espectador hilvane la trama, consigue confundirlo y, en consecuencia, aburrirlo. Así es, no es difícil que la platea se pierda entre la multiplicidad de escenas que, con escasos minutos de diferencia, cuentan lo mismo, bien anticipadamente, bien con retraso. De este modo, carece de ese hilo dramático tan necesario en el séptimo arte.

   Esta carencia es suplida por su director gracias a un aspecto técnico inmejorable. Ciertamente, allí donde el film falla en su narración, acierta en sus efectos: sin lugar a dudas, el espectador es capaz de sufrir la misma angustia que padecen, por ejemplo, tanto el piloto del avión estrellado en la mar como los marineros que se ahogan en el buque. De esta manera, comprende mejor que los civiles que los rescataron sean considerados héroes, pues libraron a sus militares de una muerte atroz. Pero ello, como decimos, no consigue que sea la excelente película que han descrito muchos. Esto nos lleva a la siguiente pregunta: entonces, ¿por qué ha gustado tanto? A nuestro juicio, y sin pretender entrometernos en los gustos personales, por dos motivos: porque es de Nolan y porque la gente en general ha visto poco cine.




   En efecto, gracias a su brillante carrera, Nolan se ha convertido en el nuevo dios del celuloide; de esta manera, nadie se atreve a discutir ninguna de sus decisiones, por muy mala que esta sea. Es más, el público le agradece tanto su resurrección de Batman, superhéroe venido a menos por culpa de la horrorosa Batman & Robin (Joel Schumacher, 1997), que ya puede hacer la película que desee, puesto que siempre se verá respaldado por una legión de admiradores. Además, y como consecuencia de ello, existe cierto complejo que nos impele a decir que nos gusta, pese a que no sea así, puesto que uno teme ser despreciado por el sector culto de la cinefilia (es lo que le ocurrió al público menos avezado con Interstellar, cinta que, no obstante, agradó al autor de este blog). En cuanto al poco bagaje cinematográfico del público, solo debemos apuntar que existen verdaderas obras maestras que, sin tanto golpe de efecto, dejan Dunkerque a la altura del betún: Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957), El día más largo (Ken Annakin, Andrew Marton y Bernhard Wicki, 1962) y Tora! Tora! Tora! (Richard Fleischer, Kinji Fukasaku y Toshio Masuda, 1970) son un pobre ejemplo de ello. ¡Hasta la menospreciada Corazones de acero (David Ayer, 2014) es muchísimo mejor! 

   Sin duda, empezamos el nuevo curso con fuerza, despreciando uno de los títulos más emblemáticos de 2017. Como hemos indicado al principio de la entrada, este es un blog que pretende dialogar con el lector, por lo que sus textos revelan más una opinión particular de su autor que un tratamiento objetivo. De esta manera, la presente cinta, que a nosotros no nos ha gustado, puede haber sido del agrado de muchos otros (a tenor de las cifras de recaudación, de muchísimos otros). Así, no pretendemos forjar aquí ningún criterio, sino exponer solamente el nuestro, que es tan acertado o equivocado como el visitante lo quiera ver. Sea como fuere, es una buena forma de empezar septiembre y, con él, la nueva temporada cinéfila. Por tanto, ¡sed todos bienvenidos!



   

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