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domingo, 4 de marzo de 2018

Europa, Europa

   Los lectores más asiduos del blog ya se habrán percatado de que este no es un mero espacio semanal en el que se analizan diferentes películas de actualidad o, esporádicamente, un clásico del séptimo arte; aunque este propósito también esté presente de vez en cuando en algunos de sus artículos, la razón por la que fue creado es el de la reflexión a través del cine, como por otro lado ya desvela el título que le impuse: "Reflexiones de un páter cinéfilo". En efecto, considero que, a través de la pantalla grande, podemos elaborar pensamientos e ideas que nos ayudan a comprender la realidad política, social y religiosa que nos rodea, puesto que el cine no deja de ser un reflejo de los intereses del momento (alguna vez, incluso se adelanta a estos); sin embargo, y como también indica su título, son reflexiones particulares que yo extraigo de determinados filmes, por lo que el lector puede o no puede estar de acuerdo con ellos.

   Digo esto, porque el asunto que hoy traemos a colación es sin duda espinoso. En efecto, esta semana me gustaría esbozar un breve panorama de lo que se está viviendo en Cataluña, concretamente en las aulas escolares catalanas; para ello, me voy a servir de una película muy conocida, Europa, Europa (Agnieszka Holland, 1990), que retrata las desventuras de un joven judío en la Alemania nazi. En un principio, puede sorprender la elección, puesto que la problemática en dicha región española no parece tener nada que ver con un film que versa sobre el Holocausto; sin embargo, procuraré demostrar que no solo tiene mucho que ver, sino que también retrata casi al dedillo algunas de las esperpénticas situaciones que allí se están viviendo. En concreto, hay en la película una escena que hoy se ha hecho común en los colegios catalanes: aquella en la que el joven protagonista va a clases por primera vez junto a las juventudes hitlerianas.

   Si recordáis, en la escena en cuestión, el joven protagonista descubre cómo el profesor, titulado en Historia, comienza a impartir una clase en la que ayuda a sus alumnos a reconocer a un judío (recordemos que el protagonista... ¡es judío!): para ello, afirma que los judíos son abominables, feos, con narices grandes y usureros; además, procura imitar los andares de los judíos, que, según él, son como los de los brujos o como los de cualquier monstruo que podamos imaginar (a cada uno de estos factores, por supuesto, los adoctrinados alumnos abuchean a lo que el profesor intenta remedar). En un buen alarde técnico, la descripción es entreverada por primeros planos del protagonista, que, evidentemente, no se parece en absoluto a lo que aquel profesor está describiendo; unos primeros planos que, sin embargo, indican al espectador el terror del protagonista, que ve cómo se enseña en los colegios a odiar a los de su raza y, por ende, a él mismo. Pero el colmo de esta situación llega cuando el pobre judío es sacado al estrado y es sometido a un intenso estudio frenológico, para determinar la pureza de su sangre mediante la forma de su cráneo: aunque el profesor resuelve que no se trata de un individuo completamente puro, informa a los demás que sí es un buen alemán, ya que no se halla en él una sola gota de sangre judía. 


 

   Como he dicho arriba, esta escena no se puede parecer más a lo que hoy están viviendo los pobres alumnos en los colegios catalanes. En efecto, estos, que solo deberían consagrases a la instrucción académica y cívica, se han convertido en terribles campos de adoctrinamiento político, donde se enseña a los pupilos a odiar España. Para ello, solo hay que echar un vistazo a los libros de Historia que allí manejan, donde se miente a los alumnos diciéndoles, entre otras muchas cosas, que ellos fueron un reino libre (los famosos y manidos Países Catalanes), pero que perdieron su autonomía por culpa de España; o bien, a deplorar todo lo español, usando para ello la lengua catalana (en la Alemania nazi, era cuestión de raza o religión; en la Cataluña de hoy, de idioma). O uno tiene que bucear muy poquito en los vídeos que circulan por internet, para descubrir cómo, igual que el profesor de la película, los tutores catalanes (que son muy valientes delante de niños de cinco o seis años) ridiculizan lo español, haciendo sorna de su manera de hablar o de comportarse (en este sentido, los andaluces nos llevamos la palma, pese a que gran parte de Cataluña esté formada por emigrantes de Andalucía).  

   Pero esto, que ya es de por sí terrible, me sobrecoge aún más cuando veo que ese desprecio hacia lo español se manifiesta incluso en la vida interna del aula. Ciertamente, ya todos habremos visto los vídeos en los que los profesores relegan a los alumnos que hablan español o que son hijos de policías y guardias civiles: como si fueran los judíos de la época nazi, ellos son señalados con símbolos que denotan su procedencia, con el propósito de ser ultrajados por sus compañeros (luego se les llenará la boca al hablar de libertad y de respeto). Pero todo esto, con el beneplácito de los docentes, que estarán orgullosísimos de descubrir, cual frenólogos aficionados de la cinta, a los catalanes de pura raza. Así que los pobres "españoles", que es el título despectivo (sic) que usan los colegios catalanes para referirse a estos mártires del idioma, como el protagonista de la película, verán con terror cómo se insulta a sus familias y a ellos mismos... ¡sin que pase nada! Es más, incluso tendrán que pedir disculpas por ser español (o ser judío, según lo que estamos viendo de la película).

   Evidentemente, todo esto desemboca en la persecución racial que relata Europa, Europa, y lo estamos viendo a diario: se señalan los comercios de la gente que habla español (¿recordáis las estrellas judías en los escaparates?), se persigue a las personas que no se adscriben al credo catalanista (¿recordáis los centros de internamiento nazi para disidentes?), se disculpa la violencia perpetrada por los catalanes hacia los españoles (¿recordáis a aquellas pobres chicas que fueron apaleadas por vestir la camiseta roja y gualda?), y un largo etcétera. En este sentido, la cinta deja bien claro que el sentido común se forja en la familia (el protagonista, como debe sobrevivir, intenta disimular su circuncisión y comportarse como un buen alemán, pero en el fondo tiene presente su raíz y procura cuidar de ella); pero, en la Cataluña de hoy, no existe ese refugio frente al adoctrinamiento, ya que son los propios padres los que visten a los niños de esteladas (que es la nueva esvástica) o los que los colocan en las autopistas el día de la huelga (aquí). Si hoy se rodara El triunfo de la voluntad (Leni Riefenstahl, 1935) en Cataluña, cambiando lo que haya que cambiar, estos mismos padres llevarían a sus hijos a los cines, para que aplaudiesen el adoctrinamiento que deberían evitar.


   

   El Gobierno español ha tenido una oportunidad de oro para destruir el adoctrinamiento catalanista: el famoso artículo 155 de la Constitución. En efecto, este, que permite la suspensión de la autonomía de una región española disidente, ha sido aplicado con cobardía, ya que no ha incidido en el auténtico problema, que es la educación. Como hemos visto, el odio a España se fragua en los colegios, enseñando a los niños una historia falsa y, en consecuencia, animándoles a que señalen con el dedo a los que no hablen catalán (los padres de hoy son los que estudiaron en esos mismo colegios, donde ya fueron adoctrinados, aunque tal vez no de la manera tan salvaje de ahora). ¿Cómo se va a pretender un respeto y una convivencia entre los españoles, si desde pequeño te están diciendo que no somos iguales?, ¿cómo va a estar uno tranquilo en su casa, si temes que entren en ella para ultrajarte, con el beneplácito de los políticos independentistas?   

   Como decíamos arriba, esto es solo mi opinión, que es a su vez opinable. Por supuesto, la cinta que hoy hemos analizado no versa sobre el problema en Cataluña, pero sí que nos recuerda lo que nos jugamos en la educación. Por este motivo, afirmaba que el cine nos puede enseñar e incluso advertir, ya que, como ocurre en las escenas finales de la película, donde los soldados alemanes defienden una posición abocada al fracaso, si la educación en los colegios catalanes continúa esta senda de adoctrinamiento, acabará con una Cataluña hundida y arruinada, aunque con muchos catalanes defendiendo que son los mejores y que la culpable de su ruina es España y no ellos.


     

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