domingo, 1 de abril de 2018

Pablo, el apóstol de Cristo

   Creo que es de mala educación empezar un texto autorreferenciándose, pero el caso es tan flagrante que hoy, de manera excepcional, lo voy a hacer. Y es que os lo dije: cuando una película religiosa es ampliamente publicitada, tiene gato encerrado, mientras que, si pasa desapercibida, tiene más posibilidades de ser buena. Es lo que ocurrió hace unos días con María Magdalena (Garth Davis, 2018), un panfleto de feminismo rancio, disfrazado de religiosidad reivindicativa, que nos fue vendido hasta en la sopa por las distribuidoras cinematográficas y que fue avalado, como no podía ser de otra manera, por la crítica especializada, que siempre se pirra por los filmes que ponen en tela de juicio la figura de Jesús o todo lo que la rodea: casi a la vez que llegaba esta a nuestras pantallas, se estrenaba Pablo, el apóstol de Cristo (Andrew Hyatt, 2018), concretamente una semana después, pero ningún medio se hizo eco (salvo las honrosas excepciones de los religiosos) y los pocos críticos especializados que la vieron se dedicaron a vapulearla, amparándose para ello en la manida propaganda cristiana que dicen que divulga. Sabiendo esto, ¿qué podemos pensar a priori de ella? Pues que merece la pena y que es infinitamente mejor que el ideologizado biopic de la Magdalena, y acertaremos.

   Pero, antes de meternos en harina, me gustaría preguntarles a los críticos especializados que me lean un par de cosas. En primer lugar, y aunque caiga en el pecado de generalizar, ¿por qué os molesta tanto que un film sea abiertamente cristiano? Por ejemplo, no os gusta esta de san Pablo, porque supuestamente lo es (aquí); no os gustó Converso (David Arratibel, 2017), porque también lo es (pese a que se trate de un documental que parte de la duda y no de la confesión cristiana); La cabaña (Stuart Hazeldine, 2017) os pareció melosa y proselitísticamente patética (aquí), aunque, a pesar de sus fallos, represente muy bien la onerosa tragedia humana; El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011) os gustó hasta que descubristeis que su autor es cristiano (aquí), y La pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004) la habéis relegado a una mera cinta catequética o parroquial (¡como si a un niño chico se le pudiera poner la escena de los latigazos!), pese a que ya se trata de un film histórico para el séptimo arte. Os parece muy bien que se haga propaganda del travestismo con La chica danesa (Tom Hooper, 2015), de la homosexualidad pedófila con Llámame por tu nombre (Luca Guadagnino, 2017), de la eutanasia con Mar adentro (Alejandro Amenábar, 2004) o con Una razón para vivir (Andy Serkis, 2015), y del feminismo hiperrancio con la citada María Magdalena; pero, cuando se trata de un filme cristiano, que es la base moral de nuestra cultura, de nuestros valores familiares y sociales, ¿por qué os lleváis las manos a la cabeza? En segundo lugar, ¿no os dais cuenta, en el caso de la película que nos ocupa, que lo que vosotros identificáis con propaganda religiosa no es más que rigor histórico, algo que no encontráis ni por asomo en la supuesta biografía de la apóstola de Cristo? Tal vez sea mucho pedir, pero, así como pedís a los cristianos que vamos al cine que dejemos a un lado nuestros prejuicios religiosos a la hora de acercarnos a una película que verse sobre nuestra fe (siempre nos suelen atacar con La vida de Brian, La última tentación de Cristo El código Da Vinci), vosotros deberías dejar también a un lado los vuestros, que los tenéis más arraigados que los nuestros a la hora de valorar un filme religioso; así que, "romanes eunt domus" (¿o debería decir: "romani, ite domum"?).


  

   Nos encontramos en la Roma del año 64 d.C. A la sazón, el emperador Nerón ha incendiado la urbe para construir una nueva ciudad, con el fin de que esta satisfaga sus particulares gustos arquitectónicos y sus aspiraciones megalómanas; pero, como no puede reconocer su delito, puesto que ello enfrentaría a todos sus súbditos contra él, ha culpado del hecho a los cristianos, que son miembros de una nueva fe que se está divulgando con suma rapidez entre los habitantes del Imperio. El chivo expiatorio de estos últimos es san Pablo, a quien el citado emperador culpa de ser el cabecilla y principal instigador de los supuestos crímenes cristianos, por lo que ordena su prisión en la célebre cárcel Mamertina y su ulterior decapitación. Pero, afortunadamente, en estos últimos instantes de su vida, el apóstol no está solo, ya que es visitado cada noche por su discípulo san Lucas, quien ha resuelto transcribir el pensamiento y las vivencias de su maestro, con el fin de que ambos sirvan para testimoniarle al mundo la autenticidad de la fe cristiana.

   Como vemos, nos encontramos ante un film eminentemente histórico, que pretende detallar por ello la cruda realidad a la que se enfrentaban día a día los cristianos de la antigua Roma: persecuciones, decapitaciones, torturas, fieras, hogueras y el largo etcétera que conforma el grueso número de tormentos que aquellos padecían a causa de su fe. Por este motivo, no especula sobre ideas que no existen, sobre supuestas doctrinas ocultas a los fieles ni sobre escritos desconocidos, que, sin autoridad suficiente, pretenden ser más auténticos que los que nos presenta la Biblia; sus únicos fundamentos son la historia y la Escritura, puesto que esta última es la única que nos dicta la fe de los primeros cristianos, la cual, por otro lado, no ha variado en el seno de la Iglesia desde entonces (recordad que María Magdalena venía a decirnos más o menos que los apóstoles, machistas a más no poder todos ellos, habrían frustrado por conveniencia propia el mensaje feminista y liberador de Jesús). Ciertamente, como se trata de un guion original, se toma la licencia de introducir algunos elementos no necesariamente históricos, pero que, como afirma la máxima italiana, "se non è vero, è ben trovato"; en concreto, me refiero a todo el entramado que rodea al alcaide de la prisión y a su familia, algo inventado por el director, pero que responde a la autenticidad y a la religiosidad del momento (spoiler alert!: recordemos que, aunque la conversión del citado alcaide no aparezca en la Escritura -ni siquiera tenemos noticias de que existiera-, en los Hechos de los Apóstoles -16, 25-40- aparece el bautismo del carcelero de san Pablo en Filipos, que abrazó la fe después de la predicación del apóstol). Sin embargo, el motivo de esta introducción, lejos de pretender elaborar un discurso anacrónico e ideologizado sobre los intereses sociales y políticos del momento, consiste en reflejar la revolución que le supuso al mundo la llegada del cristianismo (para saber más, échese un vistazo a este interesante vídeo sobre el particular: aquí).




   En este momento, imagino a los críticos que he citado arriba (o al lector embebido de los prejuicios anticristianos) sonriendo con sorna ante mis palabras: ¿revolución? Sin embargo, y pese a su reacción, estoy convencido de que no existe otra palabra que defina mejor la llegada al mundo de nuestra fe. Para ello, recurramos una vez más al film, que, como hemos dicho arriba, supone una recreación histórica perfecta de las vivencias de los primeros cristianos en la antigua Roma. Como hemos señalado, el emperador culpó a estos últimos del incendio de la ciudad, desencadenado así contra ellos toda una oleada de denuncias y torturas que no hicieron sino dificultar su propia supervivencia (en la cinta vemos cómo son usados como teas ardientes, algo que está documentado en las crónicas de la Urbe; o bien, cómo son lanzados a las fieras, algo que todo el mundo sabe sin necesidad de recurrir a los documentos que lo acreditan); sin embargo, y a pesar de ello, ningún cristiano reacciona con odio contra sus opresores (salvo alguno, que es recriminado enseguida), sino que lo hace compasivamente, rezando por ellos y procurándoles el bien que humanamente no merecen (spoiler alert again!: no hay mayor ejemplo de ello que la ayuda que le prestan los cristianos -¡y hasta el mismísimo san Lucas!- al alcaide de la Mamertina, que los ha hostigado hasta la saciedad). Cabe hallar otra prueba en el modo en que la película nos detalla que los cristianos recogen en su seno a los huérfanos, a los ancianos y a las viudas, desechos sociales para los romanos de entonces, que, sin embargo, eran muy valiosos para aquellos, ya que veían en ellos el rostro doliente de Cristo (es muy significativo que, en el film, los romanos afirmen que se trata de un engaño de los cristianos, quienes procuran convencer a los humildes de que se acomoden a su situación, una crítica que ha perdurado hasta nuestros días); esto no solo es probado por los Hechos de los Apóstoles, sino también por los documentos históricos de san Justino, que afirma que los cristianos cuidaban de las personas que Roma consideraba despojos. 

   Pero el secreto de esta revolución es sin duda el amor, la clave que vertebra todo el film. Ciertamente, san Pablo enseña en la película (como enseña en la Escritura) que el amor no es la mera correspondencia al sentimiento de bienestar que nos genera otra persona, sino la respuesta comprometida a la entrega vital de Cristo en la cruz. En efecto, como escribe en su famosa epístola a los corintios, que también sale a colación en la cinta, "el amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad": todos estos son valores que el apóstol aprendió de Jesús, el cual, sin llevar la cuenta de nuestros pecados, quiso morir cruelmente en el madero, para librarnos a nosotros del castigo que arrastrábamos desde la caída de Adán (¡y qué decir de la paciencia o de la falta de engreimiento, cuando vemos al Señor sufrir por nosotros sin abrir la boca!). Pero de todo ello empieza a ser consciente cuando, camino de Damasco, con el propósito de asesinar a un mayor número de cristianos, el mismísimo Jesús resucitado se le aparece y lo hace discípulo suyo (supongo que para el lector esto no será ningún spoiler...): en ese momento descubre que Cristo también murió por él y que, al hacerlo, también le perdonó sus pecados, por lo que ahora él debe hacer lo mismo y vivir perdonando, es decir, amando. Por eso es el amor lo que mueve el corazón de los cristianos al acoger en su seno a los despojos de Roma, o a rezar por sus perseguidores y ayudarlos en sus necesidades, o a conducir sin rechistar al apóstol san Pablo a prisión, pese a que sea inocente del crimen que se le inculpa.




   Comprendo que a un espectador de hoy le resulte un film plúmbeo, puesto que su fuerza está en el diálogo más que en la acción (solo recuerdo una escena trepidante... y tampoco se le puede adjudicar este adjetivo con propiedad), y eso es algo que el cinéfilo actual no soporta (más aún si se trata de un cinéfilo joven, acostumbrado a la narración videojueguil y al arrobamiento técnico -aquí); pero ello no obsta para que se trate de un estupendo largometraje, puesto que, en efecto, las cosas cotidianas más importantes de nuestra vida suelen desarrollarse en la intimidad de una conversación o en la nueva luz que aporta un descubrimiento, como es la conversión a la fe. De hecho, y a mi juicio, creo que se trata de una de las grandes películas que conforman el nuevo panorama del cine religioso y que puede ser vista por ello como complemento perfecto de la siempre reivindicable La pasión de Cristo.

   Por desgracia, y como anunciábamos arriba, es probable que quede relegada muy pronto a las estanterías de las tiendas religiosas, junto a los documentales buenistas sobre la vida de Jesús o a los vídeos catequéticos de consumo parroquial. Y es una pena, porque pasará inadvertida para una legión de nuevos cinéfilos, que descubrirían en ella una buena narrativa, un elaborado guion y una fiel recreación histórica de un momento revolucionario para la humanidad. Los que podáis, navegad por internet, para intentar descubrir en qué cine más cercano está siendo proyectada, puesto que, como suele ocurrir con las cintas religiosas de calidad, esta ha contado en España con muy poca distribución: no os arrepentiréis y, gracias al testimonio de san Pablo en la película (que es el mismo que el de san Pablo en la Escritura), descubriréis que el amor es poderoso y que no pasa nunca (cfr. 1 Co. 13, 8).




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