Antes de afrontar este breve artículo, manifiesto y reconozco mi ignorancia acerca del mítico personaje creado por sir Arthur Conan Doyle en 1887; todo lo que sé sobre él, se lo debo al cine y a la cultura popular, esa que entiende de todo sin saber, realmente, de nada (en honor a la verdad, no obstante, debo decir que leí, hace algunos años, su famoso libro El sabueso de los Baskerville, el cual, por otro lado, disfruté muchísimo). De este modo, he visto los filmes en los que ha sido interpretado por Basil Rathbone, Peter Cushing y, de manera más reciente, Robert Downey, Jr., así como los curiosos acercamientos que han hecho a él Billy Wilder y Barry Levinson mediante sus respectivas obras La vida privada de Sherlock Holmes y El secreto de la pirámide (esta última continúa siendo mi favorita). Por este motivo, no puedo opinar sobre el presente largometraje protagonizado por él amparándome en el extenso universo literario que precede y rodea a su ficticia persona; pero ni siquiera puedo hacerlo remitiéndome a los filmes anteriores, pues sus dispares orígenes hacen que no se ciñan coherentemente a un hilo biográfico e idiosincrásico común. Por fortuna para mí, el film parece estar dirigido a espectadores que, como yo, no han tenido ese contacto con el renombrado detective, ya que su trama no se centra en ninguna de sus averiguaciones, sino en su vejez y en los problemas que acompañan a esta.
En efecto, en Mr. Holmes nos encontramos con que el flamante investigador homónimo se enfrenta ahora al caso más arduo de su vida: el de su propia ancianidad. De esta manera, aquel que antaño era capaz de dilucidar cualquier entuerto gracias a su prodigiosa memoria y a su resuelto uso de la lógica, hogaño se ve incapaz de recordar cualquier acción inmediata y de jugar con la habilidad de antes a los acertijos mentales que cada crimen le proporcionaba. Por este motivo, lo vemos retirado en una vetusta mansión del norte de Inglaterra, donde es cuidado por su ama de llaves y por el hijo de esta, mientras él cuida de sus consentidas abejas, que, por otro lado, le procuran la única actividad que puede realizar con soltura. A la vez, somos partícipes de cómo el pobre anciano lucha contra el personaje de ficción que creó su sempiterno compañero, el doctor John H. Watson, a partir de sí mismo, personaje que acabó por devorar a la persona real en que se fundamentaba, como se nos indica en varias ocasiones a lo largo del metraje (en una de ellas se nos llega a decir que no vivía exactamente en el lugar que señalaban los relatos, ya que este era visitado con frecuencia por multitud de turistas curiosos).
Como hemos afirmado, empero, la aparición del señor Holmes del título es una simple excusa para ahondar en los postreros pasos de un hombre sobre la tierra, pues incluso el caso que él intenta evocar con tenacidad no alude en absoluto a su pretérita perspicacia, sino a la aparente soledad que siempre lo ha rodeado. No obstante, y por el contrario, la popularidad del personaje, que ha sobrepasado al personaje en sí, ayuda en la profundización de este estudio, que pretende hacernos entender hasta qué punto es difícil el desasirse de una falacia que ha rellenado la vida de un individuo afamado. Con respecto a este que nos ocupa, vemos que ha recubierto su angustioso vacío con la observación de las vidas ajenas y con el éxito que esto le reportaba, pero que, sin embargo, ha quedado evidenciado tras su irrenunciable jubilación (traspasando esto al lenguaje cinematográfico, posiblemente podamos interpretar aquí una alegoría a la propia desilusión de los actores de renombre, que viven una ficción deificada hasta que se encuentran con la realidad de la vejez y de la muerte, común a todos los hombres).
Indudablemente, la última etapa de la vida humana está nimbada por el halo de la melancolía y de la nostalgia, pues todo aquel que la alcanza guarda tras de sí el intenso recorrido de una existencia que llega a su fin. Por esta razón, no resulta extraño que un anciano rememore constantemente la presencia de sus familiares más queridos y ya desaparecidos, que valore sus pasadas decisiones a la luz de sus ulteriores consecuencias o que añore la compañía de alguien cercano (en la película, por ejemplo, vemos esto último en la relación marital de Holmes con su ama de llaves y, sobre todo, en la filial que mantiene con el hijo de esta, que representa para él el retoño o el nieto que nunca tuvo y sobre el que habría volcado todo su cariño). Pero lo más característico de la ancianidad tal vez sea el agudizamiento de la vida espiritual, pues aquel que ve cómo se aproxima su muerte y cómo aún anhela una dicha que en la tierra no ha logrado cumplir por completo, se rebela contra la idea de la desaparición eterna, y deposita su esperanza en la existencia de un Dios bueno que condone sus errores y que lo conduzca junto a los familiares y amigos que aquí lo precedieron (en la cinta, vemos que esto se produce cuando Holmes hace uso de aquel rito exequial que aprendió en Japón).
Podemos decir, pues, reafirmando y recordando mi ignorancia acerca del detective, que Mr. Holmes es una obra de manufactura elegante e intimista, características que parecen homenajear su particular donaire, pero que, a la vez, es un estudio serio y entrañable sobre la tercera edad, alejado de los cánones humorísticos de nuestro tiempo y más acorde con la realidad que viven las personas que a ella llegan. Por este motivo, creo que es una película recomendable y muy digna de mención, que contentará a los seguidores de su protagonista, que tal vez encandile a alguno para sumarse a ellos y que, seguramente, nos ayude a valorar más a los ancianos que conviven con nosotros y que, muchas veces, experimentan la soledad de la incomprensión y de la nostalgia.