viernes, 13 de diciembre de 2019

Ad Astra


   Indudablemente, esta crítica llega tarde, puesto que Ad Astra se estrenó en nuestros cines hace ya más de tres meses. Sin embargo, no he podido resistirme a hablaros sobre ella, porque, ahora que nos acercamos al final de año y valoramos, por tanto, las cintas que se han estrenado, esta no se nos debe pasar por alto. El motivo es que quizás se trate de una de las mayores apuestas cinematográficas de 2019, de un buen exponente de la ciencia ficción contemporánea y de una de las mejores exhortaciones caritativas de la última década. Puede que en el texto encontréis algún que otro spoiler, por lo que, si no habéis visto la cinta, hacedlo antes de seguir leyendo.




   Ad Astra narra la vida del astronauta Brad Pitt, que, debido a su fama, es contratado para desempeñar una misión espacial (y especial): encontrar a su padre. Este, en efecto, partió hace mucho tiempo para localizar vida alienígena fuera de nuestro planeta, pero se perdió todo contacto con él cuando bordeaba las fronteras del sistema solar. Por otro lado, la Tierra se ve azotada por esporádicas tormentas eléctricas, cuyo origen es atribuido aquel, que estaría molesto por no haber coronado con el éxito su empresa. De este modo, Brad Pitt no solo debe hallar a su padre, sino también frenar sus presuntos ataques y llevarlo de vuelta a casa.




   Lo primero que tenemos que saber es que James Gray, el director de la cinta, no es un cineasta cualquiera. Así es, pues su intención al abordar cualquier proyecto consiste siempre en presentar una historia íntima o pequeña, pero revestida de grandiosidad. Es el caso de su anterior obra, Z. La ciudad perdida, en la que la búsqueda de la urbe amazónica solo servía de excusa para narrar la relación entre un padre y su hijo. La película que nos ocupa, pues, se inserta en este estilo, puesto que toda esa espectacularidad espacial que ostenta esconde, en el fondo, una historia muy íntima sobre el deseo de un hijo por reencontrarse con el padre al que no conoce.




   Por tanto, la odisea que lleva a Pitt a viajar desde la Tierra hasta los confines del sistema solar es una elocuente metáfora de su vida interior, del camino que debe recorrer hasta alcanzar la meta que ansía. Y, como en cualquier odisea que se precie, esta le servirá a él para conocerse a sí mismo, para descubrir los valores eternos de la vida (la familia, el amor, etcétera) en detrimento de los pasajeros (la fama, el éxito, el trabajo…); para ser consciente de su propia soledad y para darle un giro espiritual de 180° a su existencia. De alguna manera, pues, la cinta revisita la parábola del hijo pródigo, pero, aquí, este último no tiene que marcharse de casa para valorar el amor de su padre, sino que es este quien se aparta momentáneamente de su lado para hacérselo ver.




   Otro punto de interés que nos ofrece la cinta es su discurso a favor de la caridad humana. Así es, pues cuando Tommy Lee Jones espeta que ha fracasado en su propósito de encontrar vida extraterrestre, Pitt le asegura que ha triunfado en otro propósito: demostrar que los hombres nos necesitamos mutuamente. En efecto, si estamos solos en el universo, ¿qué mejor pretexto que este para ayudarnos a progresar y no para entorpecernos? En este sentido, me quedo con una frase que resume toda la trama de la cinta: «Nos pasamos toda la vida intentando encontrar vida fuera de nuestro planeta, pero obviamos la del que tenemos al lado». Ciertamente, puede parecer un mero discurso humanista, pero debemos indicar que tiene un sentido religioso muy potente, puesto que la figura de Dios sobrevuela todo el relato, ya que no solo se encomiendan a él antes de iniciar cualquier viaje, sino que también le rezan mediante el padre nuestro. 




   Sin duda, la película nos puede recordar a Interstellar, que también ofrecía un discurso sobre el amor, aunque disfrazado de ciencia ficción. Pero creo que el mensaje de esta es mejor, puesto que, mientras que el film de Nolan, que es una maravilla, sí que dejaba un amargo regusto de vacío existencial, esta deja un dulce sabor de esperanza. Como hemos dicho, pues, se trata de un buen ejercicio de reflexión sobre el ser humano actual, que se vuelca en cosas que no tienen importancia, pero que se aparta de las que realmente la tienen.



viernes, 29 de noviembre de 2019

El hombre en el castillo


   Por fin ha concluido la serie El hombre en el castillo, así que este es el momento oportuno para hablar de ella. Y es que los aficionados al cine y a la televisión solemos adelantarnos en nuestras críticas a las soaps operas, porque queremos ser los primeros en opinar sobre ellas. Pero ello conlleva un riesgo no pequeño, ya que, en muchas ocasiones, la serie que tanto nos gustaba… ¡termina siendo un bodrio! (¿quién no recuerda los sangrantes ejemplos de Perdidos y Juego de tronos?). Sin embargo, después de cuatro temporadas, podemos decir que, sin ser ninguna maravilla, esta que nos ocupa ha sabido mantener el mismo interés en cada una de ellas, por lo que se trata de una de las mejores apuestas televisivas del momento.




   No es ninguna novedad si decimos que la serie fabula sobre lo que habría ocurrido en Estados Unidos si Alemania hubiera ganado la Segunda Guerra Mundial y se hubiera repartido el país con el Imperio japonés. En esta tesitura, donde los nazis y los japos campan a sus anchas por las calles de Nueva York, surge una resistencia (¿qué película o serie de nazis sin ella?) que pretende recobrar la libertad de su pueblo. Pero la historia no solo presenta las desventuras de este grupo de insurgentes, sino también las problemáticas personales de los malos, que son el gobernador militar John Smith (Rufus Sewell)  y el inspector de policía Kido (Joel de la Fuente). 




   Para empezar, debo decir que yo me leí la famosa novela en la que se basa la serie hace ya mucho tiempo. Su autor, Philip K. Dick, es un reconocido escritor de ciencia ficción que siempre ha cautivado mi interés, porque ha sabido mezclar sabiamente distopía, religión y filosofía a partes iguales (aún recuerdo con mucho gusto el cartesianismo implícito de ¿Sueñan los androides con ovejas electrónicas?). Pero también ha sabido captar el interés de las majors hollywoodenses, que no han dudado en sacarle réditos a sus mejores novelas: Desafío total, Blade Runner, A Scanner Darkly, Minority Report… e incluso Electric Dreams, una serie fantástica de la que podéis gozar en Amazon Prime.




   Sin embargo, y a diferencia de lo que pudiera parecer en un primer momento, la novela no me pareció la mejor obra de su autor, incluso me pareció francamente mala. El motivo era que, pese a plantear un contexto sugerente (la victoria de los nazis en la Segunda Guerra Mundial y su posterior conquista de los Estados Unidos), se enzarzaba en demasiados problemas que hacían perder el hilo. Y así, lo que podría haber sido un estudio serio sobre dicha distopía, se convertía en una mera historia detectivesca sin mucho sentido. En su prólogo, el mismísimo Dick aseguraba que había procurado reflejar fielmente ese mundo imaginario dominado por el nacionalsocialismo, aunque lo cierto es que no se percibe. Por tanto, y a mi juicio, donde mejor se evidencia la mano del autor es en las disertaciones filosóficas y existenciales, que siempre son su mejor baza.




   Probablemente, los creadores de la serie hayan sido conscientes de estas carencias, por lo que han procurado corregirlas con indisimulada habilidad. Y así, en este sentido, lo más destacable es su diseño de producción, puesto que, donde la novela solo postulaba sutilmente la dominación nazi, aquí es mostrada con absoluta claridad: esvásticas por doquier, rituales nacionalsocialistas, redadas, persecuciones, idolatría constante del Führer, adoctrinamiento en los colegios, etcétera. De este modo, aquellos han imaginado por nosotros (¡y mucho mejor que Philip K. Dick!) cómo habría sido un mundo bajo la dominación hitleriana…, y dudo mucho de que se hayan apartado de la terrible realidad. Otro factor de importancia han sido los personajes, mucho mejor acabados que en la novela: a destacar, el de Juliana Crain (una más que aceptable Alexa Davalos) y el de John Smith (un fantástico Rufus Sewell, al que le había perdido la pista desde… ¡Dark City!). 




   Pero, por desgracia, no ha sabido suplir todos los errores del texto original… e incluso ha creado alguno que, inexistente en este último, ha enrevesado indebidamente la trama. Entre los primeros, debemos indicar el excesivo protagonismo de los japoneses. Y es que, sin lugar a dudas, la serie habría avanzado mejor sin la presencia de estos últimos, cuyos complots y giros argumentales no interesaban a nadie y eran presentados como elementos secundarios y, por tanto, innecesarios (si los malos solo hubieran sido los nazis, la ficción habría tenido más fuerza…, y eso que el personaje de Kido resulta, cuanto menos, fascinante). Respecto de los errores “creados”, debemos destacar los viajes interdimensionales, que son acertados en cuanto reflejan las ambiciones de los respectivos bandos (la libertad en el de los rebeldes, el ansia de conquista en el de los nazis, el anhelo de “otra vida” en el de John Smith, etcétera), pero completamente prescindibles para el desarrollo del guion.




   Por todo ello, y como decíamos al principio, se trata de una serie que, sin ser una maravilla, ha sabido situarse en el podio de las producciones televisivas actuales. Sus cuatro temporadas no solo no decaen en ningún momento, sino que van mejorando progresivamente, hasta alcanzar un final (heredado de Encuentros en la tercera fase) que, sin ser tampoco antológico, resulta bastante digno. No le pidáis peras al olmo, pero disfrutad de su sombra, porque, en esta canícula artística que estamos padeciendo, es de lo más agradable que vais a encontrar.




jueves, 26 de septiembre de 2019

La guerra de la Vendée


   Desgraciadamente, la guerra de la Vendée pasa hoy desapercibida para muchos católicos. Así es, pese a la gran entereza que demostraron los vendeanos al alzarse en armas contra toda una nación que pretendía abolir la monarquía y desterrar a Dios de Francia, son muy pocos los católicos que han oído hablar siquiera de esta hazaña. ¡Y eso que se cuentan por miles los mártires que dieron su vida en defensa de la fe! Napoleón mismo, al parecer, reveló que él admiraba a los vendeanos por la integridad que habían demostrado en su lucha contra la Revolución.

   Sabiendo esto, resulta extraño que el cine nunca se haya hecho eco de esta parte tan importante de la historia (aunque si tenemos en cuenta que la cronografía oficial francesa la ha silenciado constantemente, no nos debería sorprender). Sí podemos encontrar, sin embargo, bastante literatura, pero que también pasa desapercibida, ya que “altera” la versión aceptada por todos de lo que supuso para el mundo la manida Ilustración. De entre todos estos libros, nosotros recomendamos dos: El conde de Chanteleine, una novela del célebre Julio Verne que ha sido vetada durante muchos años en la “Francia de las libertades”, y La guerra de la Vendée, del profesor Alberto Bárcena, que recoge fiel y crudelísimamente los estragos causados por los revolucionarios en dicha región francesa. Pero en lo que se refiere al cine, que es quizás uno de los medios más influyentes de nuestro tiempo, nada. Hemos tenido que esperar a que una productora muy pequeña (insignificante, diría yo) y de ideario católico recogiera y filmara los hechos: Navis Pictures.




   La Vendée (o la Vandea, como era conocida antiguamente en español) es un departamento francés, situado al oeste del país galo, que se integra hoy en la región de los Países del Loira. En 1793, cuando la Revolución alcanza el territorio vendeano, este organizó un auténtico enfrentamiento contra ella, algo que lo abocó a una verdadera guerra civil que se perpetuó hasta 1796, y que en la actualidad, como ya hemos señalado, permanece ignorada por muchos (y entre ellos, muchos católicos). El motivo de este enfrentamiento no solo radica en la lucha por la legitimidad del rey, sino también, y sobre todo, en la pugna por la pervivencia de la fe católica. Y es que una de las consignas de la Ilustración era la erradicación de la Iglesia, o a lo sumo, su subyugación mediante el célebre Juramento de Fidelidad de sus curas a la Constitución Civil del Clero. En cuanto a los seglares, fueron sometidos a vejaciones y torturas que ejemplifican la crueldad que siempre han manifestado los perseguidores de la fe (un general francés se jactaba de que las aguas del río Vendée bajaban rojas por la sangre de las embarazadas que había ahogado en ellas). Y así, a pesar de que el Gobierno ilustrado propugnaba la defensa y la libertad de todos los ciudadanos franceses, los de la Vendée solo recibieron de su parte muerte, sometimiento y destrucción.

   No obstante la dureza de estos hechos, puede sorprender que la película esté protagonizada exclusivamente por niños. El motivo es que su productora, la citada Navis Pictures, tiene como propósito educar a estos en la fe y despertarles cierta curiosidad por el séptimo arte. Así es, como afirma Jim Morlino, su creador, la gran pantalla transmite hoy valores equivocados, algo de lo que se embeben los niños, por lo que es necesario que estos aprendan valores correctos, y eso se consigue mediante cintas adecuadas (ya lo hizo mediante la historia de santa Bernadette con bastante éxito). Pero ello no significa que la película sea ingenua, puesto que afirma a las claras el sustrato demoníaco que auspició la Revolución y vincula el martirio de las famosas carmelitas de Compiègne al fin de esta. Es decir, habla abiertamente del mal (cosa que hoy se les niega a los más pequeños) y de entregar la vida por un bien mayor (cosa que se les niega aún más).

   Sin duda, se trata de un film sorprendente y con muchísimas virtudes. Sitúa al espectador muy bien en el contexto histórico y aporta un relato fiel de los hechos acontecidos en la Vendée durante la Revolución francesa. Y principalmente, es un testimonio vivo de la valentía de unos hombres que prefirieron morir antes que renunciar a Dios y al rey de Francia.

  

viernes, 16 de agosto de 2019

Unplanned


   Como sabéis, hace ya varios meses que no escribo en el blog. El motivo es que, desde hace algo más de un año, estoy enfrascado en la escritura de un libro sobre cine cristiano. Nunca pensé que un proyecto así requiriese tanto tiempo, pero lo cierto es que sí. Es por ello que, pese a mi compromiso inicial de publicar una entrada cada semana, no he sido capaz. Sin embargo, no quería dejar pasar la oportunidad de recomendaros una película que he visto recientemente y que me ha conmovido mucho: Unplanned.




   Es probable que el título os suene a más de uno, puesto que la cinta no ha estado exenta de polémica desde su estreno (e incluso desde antes de su estreno). La razón estriba en que se trata de un filme que procura destapar todo el entramado que sustenta a Planned Parenthood, la gran empresa abortista norteamericana que se lucra del sufrimiento y de la inseguridad de las mujeres embarazadas (principalmente, de las primerizas o de las adolescentes). Para ello, recoge el testimonio real de una de las directivas más importantes de la compañía, que decidió abandonar esta última tras presenciar uno de los abortos que se practicaban en ella; asimismo, detalla el proceso judicial que emprendió la empresa contra su persona con el fin de acallar sus quejas y su recién adquirida condición provida.



  
   El largometraje es una producción de Pure Flix, un canal de cine online que únicamente ofrece a sus suscriptores contenido cristiano (eso sí, evangélico). Entre sus obras más destacas se encuentran títulos como El caso de Cristo, Dios no está muerto. Una luz en la oscuridad y Un golpe del destino, que suelen plantear temas de absoluta actualidad: en la segunda de ellas, por ejemplo, se analiza un problema real acerca de la conveniencia (o no) de mantener una capilla en terreno universitario, algo que no nos es ajeno a los españoles. Curiosamente, son cintas que no llegan a nuestro país o que lo hacen de manera comedida, pese al éxito que recaban en Estados Unidos (sin ir más lejos, God´s not Dead 2, inédita en España, se saldó en su país de origen con una recaudación similar a la de Batman v Superman. El amanecer de la justicia; y en cuanto su antecesora, God´s not Dead, también desconocida en nuestro suelo, se considera una de las cintas más rentables del séptimo arte por el éxito alcanzado solo en su primer fin de semana de exhibición). Difícilmente, la película que nos ocupa iba a llevar un camino diferente: por eso, o mucho me equivoco, o no podremos verla en España.




   Por otro lado, y por saber meter el dedo en la llaga de la conciencia de los norteamericanos, se trata de una productora que ha contado con muchas dificultades a la hora de estrenar sus filmes, aunque el mayor de ellos le llegó de la mano de Unplanned. Así es, pues durante su rodaje, los actores tuvieron que sufrir el acoso de Planned Parenthood, que no quería que sus actividades salieran a la luz (de hecho, la cinta tuvo que rodarse finalmente en secreto y no se desveló el nombre de los intérpretes en lo sucesivo); la cuenta oficial de Twitter le fue cancelada en varias ocasiones, y ninguna distribuidora quiso hacerse cargo de ella para evitar problemas con la citada empresa. Y no solo eso, sino que, una vez estrenada, muy pocas cadenas de televisión quisieron anunciarla y hasta fue prohibida en Canadá. Además, la MPAA la calificó para mayores de diecisiete años por su contenido sangriento... ¡pese a que solo sale un aborto en su prólogo y es mostrado únicamente a través de un encadenamiento de imágenes nada explícito!


 

   Solo por esa incomodidad que ha generado tanto en Estados Unidos como en Canadá, merece la pena verla, pues, evidentemente, es un film que ha removido las conciencias de muchos y que delata el negocio del aborto. Pero, al margen de eso, también se trata de una cinta muy bien dirigida y que muestra a las claras sus argumentos: el aborto es un asesinato. Hay quien la acusará de ser un mero vehículo para la propaganda provida, pero ¿no hay películas que promueven la eutanasia, como Mar adentro, y que a todo el mundo le parece bien? Por tanto, ¿por qué no hacer una cinta que promueva la vida desde el momento de la concepción? Sin duda, se trata de un filme imprescindible que espero que podáis ver muy pronto.



domingo, 24 de marzo de 2019

La vida futura

   Es probable que el británico H.G. Wells sea uno de los escritores más prolíficos de la historia de la literatura; asimismo, es probable que sea uno de los más adaptados de la historia del cine, puesto que muchas de sus obras han sido llevadas exitosamente a la gran pantalla. Entre las más conocidas, podemos señalar las dos versiones de La guerra de los mundos (amén de sus múltiples adaptaciones televisivas), El tiempo en sus manos (que adaptaba el clásico de las letras La máquina del tiempo), El hombre invisible (y sus exclusivas secuelas cinematográficas: El hombre invisible vuelve y La venganza del hombre invisible) y las diversas versiones de La isla del doctor Moreau, entre las que nos gustaría destacar La isla de las almas perdidas, con Charles Laughton y Bela Lugosi como protagonistas. Lo que no todo el mundo sabe (ni tiene por qué saber) es que la bibliografía del escritor, así como muchos de los largometrajes que inspiró, está vertebrada por su ideario socialista y cientificista, dos doctrinas que él profesó hasta la muerte. La primera de ellas puede ser detectada en La máquina del tiempo, donde describía detalladamente la célebre lucha de clases que promueven las políticas de izquierdas; la segunda, en Esquema de los tiempos futuros, donde presentaba a la ciencia con tintes mesiánicos, puesto que la consideraba como la única y verdadera redentora de la humanidad. El primer texto inspiró el film El tiempo en sus manos; el segundo, el que hoy nos ocupa: La vida futura (William Cameron Menzies, 1936).




   La cinta se divide en tres episodios bien diferenciados, aunque a la vez perfectamente interrelacionados. El primero de ellos muestra los inicios de un segundo conflicto internacional, que afecta sin excepción a todas las naciones de la tierra y que el guionista (el propio Wells) sitúa en 1940 (¡por qué poco se equivocó!); el siguiente, la vida de los hombres después del enfrentamiento bélico, es decir, en 1966, cuando una gran plaga ha devastado a la humanidad y un profeta baja del cielo en avioneta (sic) para otorgarle un nuevo chance a esta última a través de la tecnología; el tercero, fechado en 2036, la víspera del primer viaje a la luna, que está concitando la ira del pueblo hacia sus gobernantes, puesto que estos lo preparan en orden a ratificar las halagüeñas profecías del pseudomesías respecto de la ciencia mientras que aquellos recelan de ellas. Y es que en el fondo, todo esto parece solo una premisa de la sentencia con la que concluye el filme y que da sentido a todo el metraje: «El progreso no se puede parar. El hombre, el individuo, debe aspirar a vivir feliz; pero la humanidad debe aspirar siempre a llegar más allá: un día, la luna; otro, los planetas; luego, las estrellas… y siempre estará al comienzo de la siguiente aventura».




   Como podemos ver en esta frase que corona el filme, Wells manifiesta durante todo el metraje su esperanza en la humanidad. Para él, esta ha vivido siempre sometida a sus propias supersticiones y engaños (alimentados a su juicio por la religión), algo de lo que solo consigue desuncirse en el siglo XX, cuando la tecnología ha avanzado lo suficiente para demostrarle que es capaz de todo. De hecho, no oculta el matiz mesiánico que él otorga a la ciencia, puesto que esta es alegorizada aquí mediante ese profeta que baja del cielo en avioneta para restaurar la vida de los hombres, exangües después del conflicto mundial que los ha diezmado; es más, le concede una liturgia propia, como si del perfecto sustituto de la religión misma se tratase, puesto que nos muestra cómo los gobernantes del futuro veneran de alguna forma los avances conseguidos por la técnica (podemos añadir incluso que la religión está ausente en todo el relato..., salvo en el tramo final, donde aparece como enemiga declarada de la humanidad). Pero, ay, por desgracia este idealismo le hace pecar de ingenuo, porque donde podría haber elaborado un largometraje que diseccionara su propio pensamiento cientificista, consigue que la doctrina de este se imponga sobre la realidad de los hechos, consiguiendo así que pase de ser un filme de ciencia ficción a otro de fantasía ficción.




   En efecto, si partimos de la base que Wells mismo propone en su guion, nos podemos preguntar: ¿es verdad que la ciencia ha hecho más humanos a los hombres? Si tenemos en cuenta que la doctrina cientificista prosperó sobre todo en el período de entreguerras y que este desembocó en un conflicto armado mucho más sangriento que el que había tenido lugar tan solo unos años antes, ¿podemos asegurar que la tecnología ha hecho más pacífica a la humanidad, como defiende el escritor? Evidentemente no. Hoy, que nos encontramos en la era tecnológica por excelencia, no vivimos en un mundo más solidario ni más respetuoso con el prójimo, ni siquiera en uno en el que las guerras hayan sido superadas, puesto que estas continúan azotando la faz de nuestro planeta..., pese a que los mass media no se hagan eco de ello; más bien al contrario, parece que nos encontramos en una época en la que se aprovechan los avances científicos para hacer el mal, porque se perfeccionan las técnicas que propician los deleznables crímenes del aborto o de la eutanasia, e incluso se promueve la ausencia de libertad mediante el control que ejerce internet o la televisión sobre los usuarios, que se vuelven esclavos de la opinión dominante (o de lo políticamente correcto). Por supuesto, el cientificismo tiene dos respuestas para este dilema: por un lado, la religión, que siempre estará presente en el ánimo del hombre para interrumpir su progreso (de ahí que tarde tanto en avanzar hacia su propia plenitud); por el otro, la esperanza irrealizable, puesto que defiende que el ser humano llegará algún día a ese estado de perfeccionamiento... aunque este tarde mucho en manifestarse (siempre se puede decir que aún no hemos llegado a él, pero que lo haremos).




   Como decíamos al principio, pese a que H.G. Wells sea uno de los literatos más prolíficos de la historia de las letras y a que haya demostrado su inteligencia en cada una de las páginas que publicó, probó también su cortedad de miras, que estuvo lastrada siempre por el adoctrinamiento cientificista que padeció hasta el fin de sus días. Es evidente que los avances tecnológicos mejoran la vida de los hombres, como queda de manifiesto sobre todo en el campo de la medicina; pero el otorgarle una vis moral y, por ende, mesiánica, supone el rebasar un abismo que es en el fondo infranqueable, puesto que se les presume una capacidad que solo es inherente al ser humano y no a sus productos (más aún, que se arraiga en Dios y no lejos de él). Ello no obsta para que nos encontremos ante un filme de mucho interés, porque no solo es considerada como la primera obra de ciencia ficción pura (aunque nosotros la hayamos motejado de fantasía ficción), sino que además ayuda muy bien a comprender la doctrina cientificista y a ver cómo ha fracasado en la historia, pese a que hoy continúe teniendo adeptos alrededor del mundo (¿quién no ha oído alguna vez la expresión «yo no creo en Dios, pero sí en la ciencia»? ¡Cientificismo puro!).