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lunes, 12 de noviembre de 2018

Atípico


Como sabéis, llevo tiempo sin escribir en el blog. La razón es que ahora estoy inmerso en un interesante proyecto literario que ocupa casi todo mi tiempo. Sin embargo, he recibido este artículo sobre la serie Atípico de una lectura habitual y me ha parecido oportuno traerlo a colación. Espero que lo disfrutéis:






   Atípico es una serie que cuenta la vida de un adolescente de 18 años con autismo llamado Sam Gardner (Keir Gilchrist), que quiere tener novia y ser independiente. Mientras Sam emprende un divertido y emotivo viaje de autodescubrimiento, el resto de su familia deberá lidiar con el cambio que supone la mayoría de edad de Sam en sus propias vidas.

   Al principio de la serie, podemos ver a un Sam que tiene su trabajo, una familia, estudia… hasta ahí todo normal, pero, al tener autismo, todo gira en torno a él: me parece muy bien, pero “ámame tanto que me enseñes a vivir sin ti”. Su madre no quiere que se haga mayor: todo lo soluciona ella y no deja que Sam resuelva sus problemas, por muy pequeños que sean (como por ejemplo calentar comida en el microondas); no deja que su hijo piense: hay que educar para que sean capaces de sobrevivir. Es cierto que contamos con que Sam tiene autismo, pero tampoco se le debe meter en un urna, y lo que hay que hacer es darle un modelo al niño, para que lo imite, que le dé ritmo, orden, pauta... que con el tiempo llegue a tener su propia conciencia y que piense por sí mismo. Hay que guiarlo, claro que sí, pero no allanarle el camino, para que no tropiece; al contrario, acompañarlo y “pisa por donde yo piso”, para que, cuando llegue el momento, pueda caminar solo.




   Vemos cómo la actitud del padre es más “déjalo, que ya es mayor”, frente a la actitud contraria de su mujer, que quiere hacérselo todo y, a veces, deja de lado a su otra hija ,también adolescente. Ella no tiene autismo, pero también necesita que vayan a verla correr (es una gran corredora), que la apoyen en el instituto… ¡que le hagan caso! Estos gestos suelen ser comunes en familias donde hay un niño distinto, pero no hay que descuidar a los demás hijos para centrarse solo en el distinto: todos deben recibir la misma caricia y reñirles si hace falta. En definitiva, educarlos sin distinción, puesto que tienen los mismo derechos y obligaciones.

   Sam tiene un amigo que es maravilloso, se llama Zahid, y para él no es un pobrecito autista, es su AMIGO: lo aconseja, lo calma, lo ayuda, lo apoya... se necesitan el uno al otro. Un capítulo que me gustó mucho en este sentido fue aquel en el que Zahid invitó a Sam a dormir a su casa: pasaron una gran aventura juntos, una experiencia más para nuestro protagonista. A medida que van pasando los capítulos, Sam va creciendo como persona y va aflorando su YO, su identidad. En la tercera temporada (que podría estrenarse a finales del 2019) veremos qué tal le va en la universidad. Hay cosas que aún debe mejorar, como por ejemplo el control de sus impulsos.

   A Sam le encanta los pingüinos, y muchas veces compara su vida o la de la familia con estas simpáticas aves. Algún día, Sam se irá del nido para hacer el suyo y criar a sus polluelos.







domingo, 4 de marzo de 2018

Europa, Europa

   Los lectores más asiduos del blog ya se habrán percatado de que este no es un mero espacio semanal en el que se analizan diferentes películas de actualidad o, esporádicamente, un clásico del séptimo arte; aunque este propósito también esté presente de vez en cuando en algunos de sus artículos, la razón por la que fue creado es el de la reflexión a través del cine, como por otro lado ya desvela el título que le impuse: "Reflexiones de un páter cinéfilo". En efecto, considero que, a través de la pantalla grande, podemos elaborar pensamientos e ideas que nos ayudan a comprender la realidad política, social y religiosa que nos rodea, puesto que el cine no deja de ser un reflejo de los intereses del momento (alguna vez, incluso se adelanta a estos); sin embargo, y como también indica su título, son reflexiones particulares que yo extraigo de determinados filmes, por lo que el lector puede o no puede estar de acuerdo con ellos.

   Digo esto, porque el asunto que hoy traemos a colación es sin duda espinoso. En efecto, esta semana me gustaría esbozar un breve panorama de lo que se está viviendo en Cataluña, concretamente en las aulas escolares catalanas; para ello, me voy a servir de una película muy conocida, Europa, Europa (Agnieszka Holland, 1990), que retrata las desventuras de un joven judío en la Alemania nazi. En un principio, puede sorprender la elección, puesto que la problemática en dicha región española no parece tener nada que ver con un film que versa sobre el Holocausto; sin embargo, procuraré demostrar que no solo tiene mucho que ver, sino que también retrata casi al dedillo algunas de las esperpénticas situaciones que allí se están viviendo. En concreto, hay en la película una escena que hoy se ha hecho común en los colegios catalanes: aquella en la que el joven protagonista va a clases por primera vez junto a las juventudes hitlerianas.

   Si recordáis, en la escena en cuestión, el joven protagonista descubre cómo el profesor, titulado en Historia, comienza a impartir una clase en la que ayuda a sus alumnos a reconocer a un judío (recordemos que el protagonista... ¡es judío!): para ello, afirma que los judíos son abominables, feos, con narices grandes y usureros; además, procura imitar los andares de los judíos, que, según él, son como los de los brujos o como los de cualquier monstruo que podamos imaginar (a cada uno de estos factores, por supuesto, los adoctrinados alumnos abuchean a lo que el profesor intenta remedar). En un buen alarde técnico, la descripción es entreverada por primeros planos del protagonista, que, evidentemente, no se parece en absoluto a lo que aquel profesor está describiendo; unos primeros planos que, sin embargo, indican al espectador el terror del protagonista, que ve cómo se enseña en los colegios a odiar a los de su raza y, por ende, a él mismo. Pero el colmo de esta situación llega cuando el pobre judío es sacado al estrado y es sometido a un intenso estudio frenológico, para determinar la pureza de su sangre mediante la forma de su cráneo: aunque el profesor resuelve que no se trata de un individuo completamente puro, informa a los demás que sí es un buen alemán, ya que no se halla en él una sola gota de sangre judía. 


 

   Como he dicho arriba, esta escena no se puede parecer más a lo que hoy están viviendo los pobres alumnos en los colegios catalanes. En efecto, estos, que solo deberían consagrases a la instrucción académica y cívica, se han convertido en terribles campos de adoctrinamiento político, donde se enseña a los pupilos a odiar España. Para ello, solo hay que echar un vistazo a los libros de Historia que allí manejan, donde se miente a los alumnos diciéndoles, entre otras muchas cosas, que ellos fueron un reino libre (los famosos y manidos Países Catalanes), pero que perdieron su autonomía por culpa de España; o bien, a deplorar todo lo español, usando para ello la lengua catalana (en la Alemania nazi, era cuestión de raza o religión; en la Cataluña de hoy, de idioma). O uno tiene que bucear muy poquito en los vídeos que circulan por internet, para descubrir cómo, igual que el profesor de la película, los tutores catalanes (que son muy valientes delante de niños de cinco o seis años) ridiculizan lo español, haciendo sorna de su manera de hablar o de comportarse (en este sentido, los andaluces nos llevamos la palma, pese a que gran parte de Cataluña esté formada por emigrantes de Andalucía).  

   Pero esto, que ya es de por sí terrible, me sobrecoge aún más cuando veo que ese desprecio hacia lo español se manifiesta incluso en la vida interna del aula. Ciertamente, ya todos habremos visto los vídeos en los que los profesores relegan a los alumnos que hablan español o que son hijos de policías y guardias civiles: como si fueran los judíos de la época nazi, ellos son señalados con símbolos que denotan su procedencia, con el propósito de ser ultrajados por sus compañeros (luego se les llenará la boca al hablar de libertad y de respeto). Pero todo esto, con el beneplácito de los docentes, que estarán orgullosísimos de descubrir, cual frenólogos aficionados de la cinta, a los catalanes de pura raza. Así que los pobres "españoles", que es el título despectivo (sic) que usan los colegios catalanes para referirse a estos mártires del idioma, como el protagonista de la película, verán con terror cómo se insulta a sus familias y a ellos mismos... ¡sin que pase nada! Es más, incluso tendrán que pedir disculpas por ser español (o ser judío, según lo que estamos viendo de la película).

   Evidentemente, todo esto desemboca en la persecución racial que relata Europa, Europa, y lo estamos viendo a diario: se señalan los comercios de la gente que habla español (¿recordáis las estrellas judías en los escaparates?), se persigue a las personas que no se adscriben al credo catalanista (¿recordáis los centros de internamiento nazi para disidentes?), se disculpa la violencia perpetrada por los catalanes hacia los españoles (¿recordáis a aquellas pobres chicas que fueron apaleadas por vestir la camiseta roja y gualda?), y un largo etcétera. En este sentido, la cinta deja bien claro que el sentido común se forja en la familia (el protagonista, como debe sobrevivir, intenta disimular su circuncisión y comportarse como un buen alemán, pero en el fondo tiene presente su raíz y procura cuidar de ella); pero, en la Cataluña de hoy, no existe ese refugio frente al adoctrinamiento, ya que son los propios padres los que visten a los niños de esteladas (que es la nueva esvástica) o los que los colocan en las autopistas el día de la huelga (aquí). Si hoy se rodara El triunfo de la voluntad (Leni Riefenstahl, 1935) en Cataluña, cambiando lo que haya que cambiar, estos mismos padres llevarían a sus hijos a los cines, para que aplaudiesen el adoctrinamiento que deberían evitar.


   

   El Gobierno español ha tenido una oportunidad de oro para destruir el adoctrinamiento catalanista: el famoso artículo 155 de la Constitución. En efecto, este, que permite la suspensión de la autonomía de una región española disidente, ha sido aplicado con cobardía, ya que no ha incidido en el auténtico problema, que es la educación. Como hemos visto, el odio a España se fragua en los colegios, enseñando a los niños una historia falsa y, en consecuencia, animándoles a que señalen con el dedo a los que no hablen catalán (los padres de hoy son los que estudiaron en esos mismo colegios, donde ya fueron adoctrinados, aunque tal vez no de la manera tan salvaje de ahora). ¿Cómo se va a pretender un respeto y una convivencia entre los españoles, si desde pequeño te están diciendo que no somos iguales?, ¿cómo va a estar uno tranquilo en su casa, si temes que entren en ella para ultrajarte, con el beneplácito de los políticos independentistas?   

   Como decíamos arriba, esto es solo mi opinión, que es a su vez opinable. Por supuesto, la cinta que hoy hemos analizado no versa sobre el problema en Cataluña, pero sí que nos recuerda lo que nos jugamos en la educación. Por este motivo, afirmaba que el cine nos puede enseñar e incluso advertir, ya que, como ocurre en las escenas finales de la película, donde los soldados alemanes defienden una posición abocada al fracaso, si la educación en los colegios catalanes continúa esta senda de adoctrinamiento, acabará con una Cataluña hundida y arruinada, aunque con muchos catalanes defendiendo que son los mejores y que la culpable de su ruina es España y no ellos.


     

domingo, 19 de noviembre de 2017

El faro de las orcas

   Lola viaja con su hijo autista Tristán hasta la Patagonia, Argentina. El motivo es que Tristán responde a estímulos ante la visión de las orcas por televisión. Allí está Berto, un guardafauna que tiene una relación muy especial con las orcas salvajes.

   Si miramos el paisaje de un pueblo primitivo visto desde un avión, lo que vemos serán miles de senderos, y seguramente muy pocas carreteras. Aquellos senderos primitivos evolucionarán según las veces que sean utilizados: los que se utilizan mucho se convertirán en carreteras; luego, se asfaltarán; probablemente, serán autovías; finalmente, una autopista que unirá dos centros grandes de interés. El autismo consiste en la incapacidad para seleccionar los senderos, eliminar los que no resultan interesantes para profundizar, y ampliar los que son importantes. Esto es lo que le pasa a Tristán.




   Lola es como tantas madres con hijos autistas: no sabe por qué ni qué hacer, y actúa con su niño de la mejor manera posible. ¡Cuántas madres dan su vida por su hijo distinto! Porque, cuando tienes a un niño como Tristán, tu vida ya no es tuya, sino de él. De este modo, ella cruzó medio mundo, porque, si Tristán responde a estímulos al ver las orcas por la televisión, ¿cuál sería su reacción al verlas in situ? ¡Maravillosa!

   Berto no sabía cómo entrar en el mundo de Tristán, hasta que entraron en el agua en busca de la orca: sin que ellos lo supieran, comenzó un vínculo de amistad gracias al animal acuático. Los autistas, al no tener empatía, no saben si lloras de alegría o de tristeza; no entienden el porqué, y es muy difícil llegar a ellos. Pero, cuando conectas, empieza a tejerse un lazo de amistad como el caso de Berto y Tristán.

   Hay momentos en que su madre le deja estar en su mundo, porque, según ella, el exterior le asusta. A lo mejor Tristán sí podía estar asustado, pero esa no sería la solución: el autista no mantiene un tipo de comunicación afectiva con el entorno, pero cuando se logra que acepte tenerla, mejora de manera evidente e inmediata en el uso del lenguaje, aunque solo sea gestual. Es por eso que Lola no tiene que aislarlo de los demás: ella quiere que se comunique, y es por ello que lo lleva a la Patagonia, pero ¿en la soledad?, ¿que se comunique en un paraje donde está solo con su madre, el guardafauna y una orca? Está muy bien, pero su madre no debería olvidar que su hijo necesitaría estar con más niños, que los vea, que le inviten a jugar aunque él “no esté”… (esta película está basada en hechos reales, y puede que haya algún dato que desconozca, pero lo que escribo es lo que he visto en la película).




   Creo que la película se centra poco en la interacción de Tristán con el animal: he visto más escenas de una madre preocupada por su hijo buscando compasión. Hay un libro muy bonito que se titula El niño de los caballos, y cuenta la historia de un padre que, llevado por una intuición y un inmenso amor, parte a caballo con su mujer y su hijo autista por las montañas de Mongolia, tratando de ayudar al niño. Los padres de Rowan, el hijo, emprenderán una aventura apasionante entre sobrecogedores paisajes, noches al raso, renos, caballos... e inolvidables personajes, que lo acompañarán en el viaje más importante: el interior de sí mismo.
  
   No hace falta irnos a Mongolia o a Argentina para vivir una aventura: la aventura comienza en el salón de tu casa, mientras jugáis a indios y vaqueros, y cruzar un puente colgante (una simple comba puesta en el pasillo)… Ahora que estamos en otoño, se puede salir a la calle y jugar con las hojas secas que caen de los árboles, hacer un bizcocho y mancharse de harina hasta las orejas…

   La vida es en sí misma una aventura.

María Pérez Chaves
Maestra de Audición y Lenguaje. Monitora de método CEMEDETE
(San Fernando, Cádiz)
@mpchvs



domingo, 9 de octubre de 2016

El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares

   Como en otras ocasiones, hoy presentamos un artículo de Dª. María Pérez Chaves, maestra de audición y lenguaje, quien nos ofrece su opinión sobre el último film de Tim Burton: El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares.  


   La película que hoy nos ocupa parte de una premisa atractiva: unos niños distintos, con poderes sobrenaturales, son llamados y protegidos por Miss Peregrine, quien se hace cargo de ellos en su mansión con el fin de que no sean rechazados por la sociedad. Para ello, la institutriz idea un bucle, que hace vivir a los niños siempre el mismo día, aunque, en cada uno de ellos, tendrán que enfrentarse a diversos monstruos que quieren acabar con ellos. No obstante, detrás de este argumento tan sugerente, se esconde una enjundia errónea sobre la educación que deben recibir los niños distintos.




   Un niño distinto es aquel que se diferencia de los demás, porque hace lo que no se espera que haga, saltándose las normas que el rol social impone a las personas de su edad; es por ello que se ven necesitados de una educación especial. En el largometraje, estos niños distintos son representados por los niños peculiares a los que alude el título. Sin embargo, y a diferencia de lo que hemos expuesto, la educación que reciben en el film no es la adecuada, pues su maestra, Miss Peregrine, en realidad no quiere que crezcan, que sean personas ni que tengan vivencias y experiencias.

  En efecto, a través de las vivencias diarias, un niño empieza a construir su identidad y su pensamiento; sin embargo, los niños de la película, a instancias de Miss Peregrine, se han quedado anclados para siempre en el mismo día, en una jornada en la que siempre ocurre lo mismo. Por este motivo, no pueden avanzar en su desarrollo personal: si no hay identidad, no hay personalidad. La institutriz, pues, amarra a los niños en esa realidad; por ello, podemos preguntarnos: ¿eso es verdadero amor a los niños distintos, o, en este caso, peculiares? En realidad, eso no es amor. Amar al niño distinto es dejar que vivan su día a día, que se equivoquen, que se caigan y se levanten, que aprendan de sus errores, que se enamoren y que se desenamoren.




   Los niños peculiares de la película tienen miedo a salir de su mundo, a salir del mundo creado por Miss Peregrine: un mundo maravilloso que, sin embargo, no es la realidad; un mundo sin problemas ni preocupaciones que, en verdad, se trata de una ilusión. ¿Cómo van a crecer de manera armónica en un lugar que no los enfrenta a la autenticidad? Curiosamente, los enemigos del hogar son seres invisibles, pues, cuando no queremos que el pájaro abandone el nido, inventamos lo que sea para evitar que lo haga. No seamos egoístas con los niños ("mamá, ámame tanto que me ayudes a vivir sin ti").

   ¡Qué buena es Miss Peregrine, que protege a los niños de todo peligro! Sin embargo, eso no es cuidar, sino impedir. Tal es su obsesión por los niños, que lleva un reloj en el bolsillo para controlarlos: tienen que llegar a la hora que ella les diga y no pueden retrasarse ni adelantarse; cuando ella quiera, tienen que dejar lo que estén haciendo para acudir a la llamada de mamá. Insisto en que esto no es educar: hay que dejar que los niños vivan. Debemos acompañarlos en su camino, no hacerlo por ellos; preparar al niño para el camino, no el camino para el niño. Miss Peregrine no tiene fe en que sus niños puedan llegar a ser; es por ello que los esconde, para que nadie los vea.




   Si el pájaro de nuestro nido está herido, curémoslo, pero no nos lo quedemos; dejémosle volar, para que haga su nido y tenga sus propios pajaritos. Si no se logra que el pájaro abandone el nido, sus posibilidades de vivir disminuyen. Es lo que les ocurre a estos niños peculiares: no saben vivir fuera del bucle; son pobres pajaritos que, teniendo alas, no pueden volar. Según Miss Peregrine, fuera del nido no tendrían vida y, para desarrollarse, tienen que estar con ella. La maestra no les deja salir del bucle, porque pueden morir sin los cuidados de mamá.

   Por tanto, tener una personalidad requiere mucho sacrificio y requiere tener identidad. Toda la vida vamos añadiendo identidad. Si estos niños peculiares siempre viven el mismo día, no pueden avanzar, no pueden ir creándose su propia identidad, por lo que terminarían psicótico. Así pues, el Yo tiene que crecer y desarrollarse.

María Pérez Chaves
Maestra de audición y lenguaje y monitora del método CEMEDETE
@mpchvs



lunes, 8 de agosto de 2016

Mi amigo el gigante

   Después del largo período que me ha mantenido alejado de este blog, vuelvo a él mediante una nueva participación, en la que se nos analiza la película Mi amigo el gigante. Recordad que vosotros también podéis participar en este espacio si me enviáis vuestros artículos a través del enlace que aparece en el margen derecho de la pantalla.



   Sofía es una niña con problemas para dormir. Una noche, decide asomarse a la ventana de su habitación, sabiendo que está incumpliendo una norma del orfanato donde vive: no descorrer las cortinas por la noche, no abrir las ventanas y no salir al balcón. De pronto, ve cómo aparece frente a ella un inmenso gigante, que se la lleva consigo al país donde habita.

   Mi amigo el gigante es una parábola sobre dos niños distintos, el gigante y Sofía, niños que hacen lo que los demás no esperan, y que no hacen lo que los demás esperan; niños que creen estar solos, pero que, providencialmente, se encuentran, descubriéndose, así, el uno en el otro. En definitiva, es la historia de dos personas que no se sienten amadas, pero que, gracias a este encuentro, identifican y solucionan esta carencia.



   El gigante no es aceptado entre los suyos, porque, al salirse de lo establecido, al salirse de lo normal, es rechazado e insultado. Es un reflejo de lo que les ocurre a muchos niños que nacen distintos: estos no se sienten amados en sociedad y, a veces, ni en su propia familia, La familia del gigante, por ejemplo, no lo acepta, porque no come niños, porque es distinto; pero Sofía lo quiere tal y como es, y lo ama sin importarle que se salga de lo establecido.

   El niño distinto sabe cuándo es amado y cuándo es rechazado, sabe cuándo se cree en él y cuándo no. Sofía tenía fe en el gigante, sabía que lo podía conseguir, pero, como él solo no era capaz, ella lo ayudó y lo acompañó. Eso mismo debemos hacer con los niños distintos: acompañarlos en su vida. "Yo te acompañaré, para que puedas ser tú".

María Pérez Chaves     

jueves, 17 de diciembre de 2015

Eduardo Manostijeras (25º aniversario)

   La semana pasada se cumplieron veinticinco años del estreno de la primera gran película de Tim Burton: Eduardo Manostijeras. Anteriormente, por supuesto, ya nos había deleitado con algunas obras de su particular filmografía, como sus cortometrajes Vincent y Frankenweenie, y sus largometrajes La gran aventura de Pee-Wee, Bitelchús y Batman (esta última, comentada brevemente en este mismo blog). Sin embargo, y a pesar de la buena manufactura de todas ellas, ninguna supo desvelar de manera tan evidente el convulso mundo interior que yacía en la hondura de este cineasta, por lo que se convirtió de inmediato en su pieza más personal.

   En honor a la verdad, es imprescindible decir que, ya en las tres películas citadas arriba, podíamos encontrar pinceladas de la turbulenta personalidad de este autor, explotadas hasta la saciedad (¡y nunca mejor dicho!) en sus incursiones posteriores: la extravagancia del mencionado Pee-Wee Herman, la no menos excentricidad de la Winona Ryder de su segunda obra (una chica cuyo estilo tal vez haya sembrado la semilla de los nuevos góticos) y la soledad culpable del millonario Bruce Wayne de su aproximación a las andanzas del hombre-murciélago. No obstante, y como si de una tétrica crisálida se tratase, estas sencillas características, propias de un autor bisoño con ínfulas de grandilocuencia, encerraban, realmente, una personalísima idiosincrasia cargada de sensibilidad y cinefilia, que eclosionó, ya madura y bien formada, en este patético e imaginativo drama, que tiene más de autobiografía que de ficción cinematográfica.

 

   Según pude leer hace algunos años en un opúsculo dedicado a él, Tim Burton vivió su terrible infancia rodeado por la más absoluta y traumática soledad, ya que sus padres, tal vez motivados por un buen propósito, le impidieron tener contacto con el mundo exterior, y, por ende, relacionarse con otros niños de su edad, pues pensaban que ambos factores influirían erróneamente sobre su formación (el paroxismo de este mórbido interés llegó cuando al pobre muchacho... ¡le tapiaron las ventanas de su dormitorio!). Esto propició que el futuro cineasta se encerrase de manera progresiva e inexorable en sus propias fantasías, que él mismo construyó mediante truculentas imágenes de monstruos y fantasmas, en las que, paradójicamente, encontraba el cariño que aquellos, en verdad, le negaban.
 
   Por supuesto, otros de los refugios del desdichado niño fue el cine, donde aprendió a narrar historias y a ampliar sus horizontes imaginativos, aunque estos, verdaderamente, continuaban circunscribiéndose al ámbito del horror y del humor negro (según él mismo ha confesado alguna vez, simuló su propio asesinato solo para reírse de la reacción de sus padres). De este modo, se empapó de las producciones de la Hammer y de todas las cintas realizadas y protagonizadas, respectivamente, por los míticos Roger Corman y Vincent Price, algo que le animó a escribir sus primeros libretos y a dirigir sus primeras grabaciones. Como podemos intuir, todas estos acercamientos se caracterizaban por sus rocambolescos y lúgubres argumentos, y por sus macabros diseños de producción, que, aun siendo infantiles, se han convertido hoy en la seña de identidad de su obra adulta. 
 
   Todo esto, pues, llevó a los vecinos del pequeño Tim a definir a este como un "inadaptado social", y a prohibir que sus hijos tuviesen relación con él, factor que contribuyó de manera ineluctable a su aislamiento, y, por consiguiente, a su onerosa soledad, que, empero, y como ya hemos visto, él supo rellenar con su propia imaginación. Así pues, no es difícil entrever, en el solitario Eduardo que da título al film, un reflejo muy vivo de la personalidad del cineasta, marcada fuertemente por su infancia y por el manifiesto rechazo de su círculo vecinal (tal vez, y como un profético émulo de su alter ego de ficción, él también observase, desde su tapiado y negro castillo, el trajín de la colorida urbanización que se extendía más allá de su cerrada ventana; tal vez, también soñase en ocasiones con el mar que columbraba en días claro y con la posibilidad de ser uno igual que los demás).

 
 
   Como el joven Burton, Eduardo Manostijeras, encerrado en su propio mundo, no tiene más remedio que desarrollar su potencial imaginativo, dotando de belleza lo que es simple tosquedad y marginación; así, del descuidado seto, él es capaz de extraer, por ejemplo, una portentosa escultura, como aquel fue capaz de elaborar todo un imaginario interior arraigado en su falta de cariño. Por supuesto, y como hemos dicho, esta metáfora no es patrimonio exclusivo de esta película, pues podemos entender que el Bruce Wayne de Batman, aprisionado en su inhóspita mansión, aprovecha su carencia para dar pulcritud a su desaseada ciudad, o que el Edward Bloom de su posterior Big Fish rellena su vacío con la fantasía que transmite a su hijo.
 
   Sin embargo, y a pesar del buen provecho que parece haberle sacado a su soledad, Eduardo, como Tim, añora el contacto humano y la presencia de un padre que lo guíe por los senderos de su propia vida, como, por otro lado, también parece extrañarlo el Willy Wonka de Charlie y la fábrica de chocolate. Por este motivo, no duda en aceptar la invitación de Peg Boggs, que le ofrece sumarse a ese mundo nuevo que él observa desde su apartada ventana, y formar parte de su entorno familiar, algo de lo que él nunca ha disfrutado. Desgraciadamente, y a pesar de la alegría con que asume esta generosa oferta, sus largos años de arrinconada soledad le impiden desenvolverse con acierto en el novedoso ambiente, por lo que este, en consecuencia, se le torna hostil (además, y como desilusionada alegoría de la sociedad que, posiblemente, se encontrase el joven Burton, vemos que el guion de la película incide mucho en la hipocresía de unos vecinos que, aunque al principio valoran la presencia de Eduardo entre ellos, posteriormente lo deploran, hasta el extremo de ansiar su destierro).

   Pero el desarraigo familiar de Eduardo no solo ha contribuido a que este se sienta ajeno a la sociedad en que vive, sino también a que desee con inocente anhelo la experiencia de un amor verdadero que rija su propia vida. Esta incesante búsqueda culmina con el encuentro entre él y Kim (Winona Ryder), que encarna ese profundo sentimiento que siempre ha dominado el horizonte de su vida. Eduardo, sin embargo, descubre que el auténtico enamoramiento trasciende el mero sentimentalismo y que, unido a él, siempre está el deseo de la entrega y del sacrificio, que son las vías insoslayables que deben recorrer dos almas que aspiran a enlazarse para siempre. Por desgracia, es posible que él no haya aprendido a aceptar esas dos dimensiones del amor, y que, aterrado, huya realmente de ellas, pues no ha vivido en un hogar donde el amor familiar y la entrega sean las virtudes cotidianas. Por ello, es fácil suponer al joven Tim huyendo del dolor que acompaña a toda salida al mundo exterior (y de los sentimientos), aturdido por sus inevitables y naturales normas, para guarecerse en el que él ha creado, donde no gobiernan las leyes de la entrega y el sufrimiento (Eduardo mismo corre hacia su castillo y expulsa de él a Kim, pues le recuerda su propio suplicio; en él, puede trabajar en su obra sin que esta se vea alterada por ese mundo que ha conocido y aborrecido).



   Por último, ese mundo interior de Eduardo, que tan bellamente describe Tim Burton en el film, es decir, las esculturas de hierba y hielo que él mismo realiza en el atrio de su mansión, sean tal vez el anhelo no saciado por manifestar un amor que él siente truncado (a esta idea, por supuesto, contribuye la nostálgica banda sonora de Danny Elfman, que compone aquí una de sus más hermosas partituras). Sin embargo, no debemos ser ingenuos frente a este melancólico sentimiento, pues el refugio en la propia interioridad como respuesta a un fracaso, o la huida ante el incipiente deseo de una entrega, que es fruto del amor verdadero, es en realidad una absurda inmadurez que frustra el desarrollo afectivo correcto de cualquier persona (como Eduardo, igual que Tim, no ha tenido unos padres y unos hermanos que, en su convivencia diaria, le hayan ayudado a interiorizar esto, la respuesta puede ser comprensible, pero no justificable).

     A modo de colofón, pues, podemos decir que Eduardo Manostijeras es una bella fábula acerca del crecimiento humano, de la soledad y, como hemos visto, del amor, y que, asimismo, es tanto más hermosa cuanto mejor refleja la vida personal de su autor. Este, por otro lado, demuestra aquí toda la sensibilidad de la que es capaz, y manifiesta su delicada forma de narrar, de la que vuelve a hacer uso en su espléndida Ed Wood y en la fallida Big Eyes. Por desgracia, hoy parece haberse refugiado, como el Eduardo de este film, en su propio castillo interior, realizando un cine netamente autorreferencial que solo hace las delicias de sus más estrictos y recalcitrantes seguidores (véase, o no véase, por ejemplo, la absurda Sombras tenebrosas), y que, o bien prueba que su genio se ha agotado, o bien que ha huido de un mundo que, como hemos visto, le queda demasiado grande.

   Sea como fuere, este es un film altamente recomendable, y la efeméride de su vigésimo quinto aniversario, o de la Navidad en ciernes, constituyen un buen momento para recuperar su visionado. Por otro lado, también es una muy buena película para que se acerquen a ella los nuevos aficionados al cine, y avancen con ella por esta fantástica senda del séptimo arte, conociendo a uno de sus autores que, no obstante lo dicho, es uno de los mejores que ha nacido en su seno.

    

  



  

martes, 1 de diciembre de 2015

El milagro de Anna Sullivan

   Como en otras ocasiones, en el blog Reflexiones de un páter cinéfilo, publicamos el artículo de una lectora habitual. La película que analiza para nosotros es El milagro de Anna Sullivan, una pequeña obra maestra del año 1962. Espero que lo disfrutéis.
   Para participar en este blog, solo debes contactar conmigo a través del medio indicado en el margen de la página.


   Hellen Keller sufrió una encefalitis sarampionosa a los pocos meses de vida, y, como secuela más importante, quedó sorda y ciega. Durante siete años, los padres la malcrían y la sobreprotegen, pero, cuando la situación se les escapa de las manos, deciden llamar a un colegio para ciegos llamado “Perkins”, para que le envíen a una maestra. La maestra se llamaba Anna Sullivan, y la actuación de ella fue determinante, necesaria e imprescindible para que Hellen llegara a ser una adulta de mente desarrollada, consciente, responsable y con un elevado nivel cultural. A los veintitantos años, Hellen Keller recibió el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de la Sorbona de París.
 

   Anna entrega su vida a la niña; ya no vive para ella, sino para Hellen. La ama tanto, que le enseña a sobrevivir en sociedad, a pesar de algunos obstáculos de los padres, que creen que su hija no llegará muy lejos y que no puede valerse por sí misma. Esto mismo ocurre hoy día con estos tipos de niños, niños distintos, que hacen lo que sus padres no esperan que haga, y no hacen lo que sus padres esperan que haga. Con un modelo como Anna y una entrega absoluta, los niños distintos pueden llegar a SER conscientes, construir pensamientos… Anna le enseña a Hellen a construir su propia personalidad, a hacer que su pupila tenga una identidad.

   Los padres ven en Hellen un problema que no saben solucionar, pero Anna ve a una niña falta de amor, porque el amor a tu hijo distinto no es hacerle las cosas porque el pobrecito no puede; el amor al niño distinto es amarlo tanto que le enseñes a vivir sin ti. La escena del comedor es mi preferida: Anna no permite que Hellen se salga con la suya. Si queremos que nuestros niños vivan en sociedad, deben cumplir unas normas y aprender ciertos hábitos y costumbres, como, por ejemplo, comer sentados con una servilleta en el regazo, empleando los cubiertos adecuados.
 
 

   Todo este camino no es nada fácil, pero con paciencia, perseverancia y amor se puede conseguir. ¿Cuánto tiempo pasó desde que llegó Anna Sullivan a la casa de los Keller, hasta que Hellen comenzó a comprender? No lo sé, pero seguro que mucho tiempo. ¡Qué alegría cuando la semilla que has plantado y regado florece! Aunque Anna lo hiciera muy bien, también tuvo momentos de dudas, de cómo continuar; pero su amor a Hellen era tan grande, que por ella seguía adelante. Antes de reeducar, guiar y armonizar al niño, debes tener fe en ti mismo; si no es así, tu pupilo difícilmente saldrá del nido. Si no tienes fe en nada, no puedes guiar a nadie.

   La actriz que interpretó a Hellen Keller  (Patty Duke) ganó un merecidísimo Óscar por este personaje y, además, es la madre de Sean Austin, que lo conoceréis mejor por haber interpretado a Samsagaz Gamyi, el amigo fiel de Frodo Bolsón. Sé que este blog es de cine, pero aprovecho para recomendar el libro La historia de mi vida, escrito por la propia Hellen Keller.
                                                                                                             María Pérez Chaves