Lola viaja con su hijo autista Tristán hasta la Patagonia,
Argentina. El motivo es que Tristán responde a estímulos ante la visión de las
orcas por televisión. Allí está Berto, un guardafauna que tiene una
relación muy especial con las orcas salvajes.
Si miramos el paisaje de un pueblo primitivo visto desde un
avión, lo que vemos serán miles de senderos, y seguramente muy pocas carreteras.
Aquellos senderos primitivos evolucionarán según las veces que sean utilizados: los que se utilizan mucho se convertirán en carreteras; luego, se asfaltarán; probablemente, serán autovías; finalmente, una autopista que unirá dos centros
grandes de interés. El autismo consiste en la incapacidad para seleccionar los
senderos, eliminar los que no resultan interesantes para profundizar, y ampliar
los que son importantes. Esto es lo que le pasa a Tristán.
Lola es como tantas madres con hijos autistas: no sabe por qué ni qué hacer, y actúa con su niño de la mejor manera posible. ¡Cuántas
madres dan su vida por su hijo distinto! Porque, cuando tienes a un niño como
Tristán, tu vida ya no es tuya, sino de él. De este modo, ella cruzó medio mundo, porque, si Tristán responde a
estímulos al ver las orcas por la televisión, ¿cuál sería su reacción al verlas
in situ? ¡Maravillosa!
Berto no sabía cómo entrar en el mundo de Tristán, hasta que
entraron en el agua en busca de la orca: sin que ellos lo supieran, comenzó un
vínculo de amistad gracias al animal acuático. Los autistas, al no tener empatía, no saben si lloras de alegría o de tristeza; no entienden el porqué, y es muy
difícil llegar a ellos. Pero, cuando conectas, empieza a tejerse un lazo de
amistad como el caso de Berto y Tristán.
Hay momentos en que su madre le deja estar en su mundo, porque, según ella, el exterior le asusta. A lo mejor Tristán sí podía estar
asustado, pero esa no sería la solución: el autista no mantiene un tipo de
comunicación afectiva con el entorno, pero cuando se logra que acepte tenerla, mejora de manera evidente e inmediata en el uso del lenguaje, aunque solo sea
gestual. Es por eso que Lola no tiene que aislarlo de los demás: ella quiere
que se comunique, y es por ello que lo lleva a la Patagonia, pero ¿en la
soledad?, ¿que se comunique en un paraje donde está solo con su madre, el guardafauna
y una orca? Está muy bien, pero su madre no debería olvidar que su hijo
necesitaría estar con más niños, que los vea, que le inviten a jugar aunque él
“no esté”… (esta película está basada en hechos reales, y puede que haya algún
dato que desconozca, pero lo que escribo es lo que he visto en la película).
Creo que la película se centra poco en la interacción de Tristán con el animal: he visto más
escenas de una madre preocupada por su hijo buscando compasión. Hay un libro muy bonito que se titula El niño de los
caballos, y cuenta la historia de un
padre que, llevado por una intuición y un inmenso amor, parte a caballo con su
mujer y su hijo autista por las montañas de Mongolia, tratando de ayudar al
niño. Los padres de Rowan, el hijo, emprenderán una aventura apasionante entre
sobrecogedores paisajes, noches al raso, renos, caballos... e inolvidables
personajes, que lo acompañarán en el viaje más importante: el interior de sí
mismo.
No hace falta irnos a Mongolia o a Argentina para vivir una
aventura: la aventura comienza en el salón de tu casa, mientras jugáis a indios
y vaqueros, y cruzar un puente colgante (una simple comba puesta en el
pasillo)… Ahora que estamos en otoño, se
puede salir a la calle y jugar con las hojas secas que caen de los árboles, hacer
un bizcocho y mancharse de harina hasta las orejas…
La vida es en sí misma una aventura.
María Pérez Chaves
Maestra de Audición y Lenguaje. Monitora de método CEMEDETE
(San Fernando, Cádiz)
@mpchvs
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