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lunes, 19 de junio de 2017

Ignacio de Loyola

   Afortunadamente, desde hace un par de semanas venimos abordando en este blog el cine de temática religiosa. De esta manera, escribíamos sobre Las inocentes (Anne Fontaine, 2016), un estupendo film que desvelaba el dolor de un grupo de monjas a manos de los soldados soviéticos (aquí), y sobre La promesa (Terry George, 2016), una aproximación al sufrimiento de la Iglesia armenia (aquí). Por este motivo, hoy traemos a colación Ignacio de Loyola (Paolo Dy & Cathy Azanza, 2016), un largometraje estrenado recientemente que detalla la biografía del fundador de la Compañía de Jesús.

   Por desgracia, y como también denunciábamos en las entradas anteriores, se trata de otra película ultrajada por la distribución española. En efecto, a diferencia de las superproducciones que atestan nuestras salas, esta se ha visto reducida a un selecto número de pantallas (aquí), por lo que su impacto social será muy escaso. A nuestro parecer, esto es una gran injusticia, ya que, sin ser un buen largometraje, está por encima de los engendros cinematográficos que ofrece el séptimo arte actual. Por esta razón, le dedicamos el artículo de esta semana.




   Ignacio de Loyola es un soldado del Ejército castellano que lucha contra las tropas francesas en Pamplona. Aunque su mayor aspiración consista en convertirse en un gran militar, su carrera se truncará por culpa de un accidente. Durante su convalecencia, lee varias vidas de santos, que lo conducen a preguntarse si realmente el éxito mundano merece la pena. Por ello, en cuanto se recupere, consagrará su existencia a Dios, dándolo a conocer a través de su predicación y de sus famosos ejercicios espirituales.

   Como vemos, la película se centra exclusivamente en la juventud de san Ignacio, obviando aquello que le ha otorgado su renombre: la fundación de la Compañía de Jesús. Esto se debe a que su autor ha querido describir una historia eterna y universal, acercando el personaje al mundo de hoy y evitando así la nota que lo diferencia del resto (aquí). Por este motivo, está rodada con un lenguaje muy actual y con una narrativa propia de la televisión, pues el espectador está más acostumbrado a la forma de transmitir de esta, caracterizada por la rapidez, que a la del cine, de mayor lentitud. Sin embargo, esta buena intención es precisamente su error.

   Ciertamente, describir una figura histórica siempre es una tarea complicada, puesto que supone la inmersión en el ambiente que la rodeó. Por supuesto, uno puede condescender al propósito que tenga para hacerlo, y eludir de esta manera ciertos aspectos de aquella que no casan del todo con este último. Pero esto no puede ser la nota dominante de todo el conjunto, ya que le otorga a este un descrédito inmerecido (un ejemplo de ello puede ser, mutatis mutandis, la horrorosa y malintencionada 1898. Los últimos de Filipinas: aquí). Así, el lenguaje facilón de esta cinta, la ingenuidad con que es tratado el personaje de san Ignacio y el recurso común a los tópicos de la Inquisición hacen de ella un título fallido. De este modo, y como indicábamos arriba, parece más un documental catequético que un biopic.




   En cuanto a la intención del film, merece todo nuestro respeto. Como hemos dicho, uno puede soslayar ciertos aspectos históricos en favor de una causa concreta, pues la descripción del conjunto podría arrinconar a esta. En el caso de Ignacio de Loyola, se trata del encuentro del hombre con Dios, algo más común en nuestro tiempo de lo que parece. Y es que, en efecto, pese a las comodidades y la llamada al éxito que padece la sociedad actual, esta también se ve azotada por la angustia de una vida insignificante y sin sentido. Por este motivo, más que nunca, ansía conocer al Otro, para que le otorgue significado y sentido a su propia existencia. Sin duda, el fundador de la Compañía de Jesús es un buen modelo para hallarlo, pues, dejándolo todo, y anonadándose a sí mismo, lo alcanzó.  

   No se trata, pues, de una gran película; incluso alguno pensará que es aburrida y hasta exagerada (principalmente, a la hora de enfrentar a san Ignacio con el diablo). Sin embargo, es un buen film para comprender la historia de una conversión y para meditar acerca del sentido de la propia vida. Por eso, desde aquí animamos al lector a que busque los cines donde se proyecta y la vea, ya que, como decíamos al inicio de este texto, está siendo ultrajada una vez más por la distribución española. Aunque, si de verdad quiere conocer un buen largometraje sobre el fundador de los jesuitas, le aconsejamos el visionado de El capitán de Loyola (José Díaz Morales, 1949), con un excelente guion de José María Pemán (aquí).



lunes, 31 de octubre de 2016

Dr. Strange (Doctor Extraño)

   Hace tiempo, leí un curioso artículo acerca de la religión que profesaban los superhéroes de moda (aquí). Gracias a él, supe, por ejemplo, que Hulk es católico, que el Capitán América asiste a misa todos los domingos y que Lobezno ha declarado en más de una ocasión que es un devoto presbiteriano escocés; asimismo, corroboré la dimensión cristológica de Superman (aquí) y la metáfora vocacional de Spider-Man 2 (Spiderman 2) (aquí). Por entonces, aún no se había estrenado el film que nos ocupa, pues, si lo hubiese hecho, probablemente habría encabezado esta peculiar lista.




   El doctor Stephen Strange es un afamado cirujano que cree poseer todo en la vida, ya que es millonario y goza de un prestigio internacional en el ámbito de la Medicina. Sin embargo, cierto día sufre un accidente automovilístico que lo pone en peligro de muerte y que le obliga a replantearse su propia existencia; además, una vez recuperado, descubre que sus manos han quedado inutilizadas, por lo que ya no podrá continuar ejerciendo su labor curativa. Empeñado, no obstante, en recobrar su antigua rutina, viaja hasta el Nepal, donde descubrirá un universo sobrenatural que, hasta el momento, había pasado desapercibido para él.

   Como podemos comprobar, la sinopsis de la película apunta a la conversión de un personaje que, habiendo gozado de los placeres de este mundo, descubre la existencia de otro que le reporta mayor felicidad, y que, por ello, decide consagrase a su servicio. Pero la metáfora no descansa solo aquí, sino que, a lo largo del metraje, descubrimos constantes referencias a la ley natural, que no debe ser alterada por nadie; a la acción del diablo entre los hombres, que se someten a sus mentiras pensando que así encontrarán la dicha que anhelan, y, finalmente, a la redención de estos, es decir, a la muerte de uno para la liberación de todos.

   Posiblemente, algún lector piense que esta enjundia religiosa sea una forzada visión de la película; sin embargo, debemos recordar que el autor de la misma ya demostró su interés por esta temática en sus anteriores obras El exorcismo de Emily Rose (2005) y Líbranos del mal (2014). Pero, si aun así el citado lector cree que aquí vemos brujas donde solo venden escobas, es preciso que se acerque a este otro artículo, donde el cineasta revela abiertamente sus intenciones: Llega el Doctor Strange. Tiembla el materialismo, triunfa la visión misteriosa de la vida y la cruz. Sea como fuere, la concepción religiosa de los superhéroes de moda es un hecho; por ello, concluimos este texto con la reflexión final del escrito que ha dado pie a este post: "El mundo necesita héroes positivos, impávidos y justos, que, en la eterna lucha entre el bien y el mal, siempre saben de qué parte deben estar. Y, si detrás de ello hay motivaciones religiosas, mucho mejor".   



martes, 23 de febrero de 2016

La Cuaresma es tiempo de conversión

   Como venimos diciendo en las últimas entradas de este blog (aquí y aquí), la Cuaresma es el tiempo propicio para la penitencia y la oración, pues nos recuerda nuestro fugaz paso por la vida terrena y el objetivo de esta, que no es otro que alcanzar la eterna; como si del paso de Israel por el desierto se tratase, cada cristiano, junto con toda la Iglesia, guiada por Dios mismo, camina hacia su particular Tierra Prometida, es decir, el reino de los cielos. También hemos indicado que este viaje comienza con la muerte de Jesucristo en la cruz, ya que esta liberó a la humanidad del fatídico yugo que la uncía, el del pecado; por este motivo, y a su vez, cada cristiano debe luchar diariamente contra esa atadura, que amenaza con insistencia con volver a apresarlo. Las armas fundamentales para dicho combate, pues, son las dos que ya hemos mencionado arriba, la penitencia y la oración, ya que, respectivamente, nos ayudan a moderar nuestras pasiones y a incrementar nuestra fe en la vida futura (el sufrimiento y la renuncia adquieren todo su sentido solo cuando detrás hay un premio que los sustenta; lo contrario es un vano estoicismo).



   Sin lugar a dudas, el primer paso que debe dar cualquier persona en este camino es la conversión. Esta palabra de origen latino significa etimológicamente "volver el rosto hacia algo o hacia alguien", por lo que la tradición cristiana la ha identificado desde el principio con el acto de girar la mirada hacia Dios; por consiguiente, podemos decir que el converso es aquel que ha puesto sus ojos en el Señor. Pero para comprender plenamente este gesto del hombre, necesitamos suponer una llamada previa por parte de Dios que acapare su atención (tanto es así que en el Evangelio leemos que todos los discípulos de Jesús siguen a este porque han recibido una llamada de parte de él); en el caso del cristiano, en particular, y de la Iglesia, en general, este reclamo proviene de la muerte de Cristo en la cruz.

   En efecto, en la pasión de Jesucristo y en su posterior fallecimiento, el cristiano encuentra la prueba indiscutible del amor de Dios a los hombres, ya que, con el fin de salvarlos de la ignominiosa situación de pecado en la que se hallaban, envió a aquel para morir en el lugar de ellos. Evidentemente, la respuesta a esta llamada divina por parte del cristiano es la correspondencia en el amor: primero a Dios, que es quien ha muerto por él en la cruz, y después a los hombres, que son como él objeto de dicha salvación. Esta contestación al amor de Dios se denomina "caridad", y puede ser definida como la capacidad que alberga el cristiano de amar con el corazón del Padre, que vuelca su predilección sobre justos e injustos y sobre buenos y malos.



   Esta respuesta amorosa del hombre a Jesucristo puede ser vista en la interesante El apóstol, que narra la conversión de un joven musulmán a la fe de la Iglesia. Efectivamente, como si de una historia romántica se tratase, la cinta describe el paulatino encuentro entre el citado joven y el Hijo de Dios, que se le revela a aquel mediante sendos actos de caridad de dos discípulos suyos: el arreglo gratuito de su bicicleta, que ha quedado inutilizada después de un accidente de circulación, y el empeño de un sacerdote por continuar viviendo en la misma casa donde, por motivos de fe, han asesinado a su propia hermana (dicho sacerdote argumenta su postura con la siguiente frase: "Mi presencia entre ellos los ayuda a vivir", aserto que, por otro lado, cautiva el corazón inquieto del muchacho). Pero no por casualidad, es en el interior de una iglesia, y durante la celebración de un bautizo, donde el citado joven experimenta con mayor fuerza la presencia de Jesús.

   Para que un hombre perciba esa sutil llamada de Dios que hemos descrito y sienta su presencia cerca de él, es imprescindible que goce de cierta sensibilidad religiosa o de un sincero anhelo por encontrar la verdad que guíe sus paso por esta vida (indudablemente, Dios se puede manifestar a una persona de manera extraordinaria, pero suele hacerlo a través de un susurro al corazón de aquel que lo busca con nobleza); no en vano, el cartel que cuelga de la fachada de la iglesia que el protagonista de la película frecuenta asegura: "Me buscaréis, y me encontraréis si me buscáis de todo corazón". En el joven musulmán del relato, esta búsqueda se manifiesta en su sincera devoción a Alá, que lo conduce al encuentro del Dios verdadero.



   Esta respuesta al amor de Dios por parte de una persona, sin embargo, puede verse oscurecida por la incomprensión de muchos, ya que, como señalamos arriba, la renuncia y la entrega absoluta carecen de sentido si no se ha conocido previamente la muerte de Cristo en la cruz; en la película, de hecho, podemos ver cómo los propios familiares del protagonista rechazan a este por su decisión de convertirse en discípulo de aquel, o cómo otros miembros de su antiguo credo resuelven castigarlo por ello (tal vez uno de los instantes más emotivos, aunque pase desapercibido, sea aquel en el que el joven se aferra al tronco de un árbol como si del madero de su propia cruz se tratase). Pero el amor de Dios por cada uno de sus hijos es tan grande, que nos insufla valor con el ejemplo de Jesús y con la vida de los mártires, que aquí tienen un pequeño aunque relevante papel (recordemos también la exhortación del Señor: "En el mundo tendréis luchas, pero tened valor: yo he vencido al mundo").

   La conversión, por tanto, es una respuesta del hombre a Dios, que le manifiesta su amor a través de Jesucristo. Pero aunque estemos acostumbrados a identificarla con las personas que se acercan a la fe de la Iglesia, también forma parte de la vida cotidiana de aquel que ya la ha conocido; el cristiano, en efecto, debe recordar cada día la muerte de Jesús en la cruz, que es indicio de ese amor inconmensurable que Dios siente por la humanidad. Como señalamos al principio, en la Cuaresma se le ofrece el tiempo oportuno para ello, ya que le ayuda a reconocer sus pecados y a expiarlos mediante la oración y la penitencia. 

   Perseveremos, pues, en nuestra andadura, y tengamos siempre como guía la cruz de Jesucristo, que es nuestra marca de cristianos y nuestra senda directa hacia el reino de los cielos.