Mientras escribimos estas líneas, en Cataluña se suceden los altercados que todos augurábamos: enfrentamientos callejeros, persecuciones policiales, insultos, pasquines y un largo etcétera, que cualquiera puede comprobar si enciende su televisor, se conecta a la red o sintoniza la emisora de radio que prefiera. Evidentemente, el motivo es el pretendido referéndum secesionista que las autoridades catalanas convocaron para hoy, pese a su inconstitucionalidad y a la consecuente oposición del Gobierno español. Por supuesto, desconocemos el resultado de toda esta problemática, es decir, si será una farsa parecida a la del 9 de noviembre de 2014 con el único propósito de obtener mayor autonomía y financiación, o si será proclamada realmente y de forma unilateral la independencia, como advierten algunos políticos de nuestro país (aquí). Sea como fuere, estos días se suceden imágenes que llaman poderosamente nuestra atención, como el uso y adoctrinamiento de los niños conforme a la ideología nacionalista (aquí), y la discriminación a la que es sometida la persona que se oponga a ello (aquí). Como este blog pretende reflexionar a través del séptimo arte, la película que posiblemente más se aproxime a esta situación sea Europa, Europa (Agnieszka Holland, 1990), por lo que algún día le será dedicada un post.
En esta ocasión, queremos centrar nuestro interés sobre unas imágenes que producen estupor: las del acoso sufrido por la Guardia Civil y el Cuerpo Nacional de Policía en Cataluña. En efecto, no es que estos agentes de la autoridad hayan acosado a los partidarios de la secesión, sino que estos han sido los que han acechado a aquellos. De manera que hemos podido ver cómo nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad eran menospreciados, vejados y hasta atacados por diversos grupos de manifestantes, que no han tenido ningún reparo a la hora de destrozar sus vehículos (aquí) o de asediarlos incluso en sus cuarteles (aquí). Pero el agravio alcanza cotas insultantes cuando nos llegan fotografías que muestran a un concejal disfrazado de payaso para reírse de ellos (aquí), o cuando los vemos recibiendo flores en una burda imitación de la Revolución de los Claveles de Portugal (aquí). De este modo, si tuviéramos que comparar esta situación con alguna película para hacer honor a la intención del blog, elegiríamos la cult movie Asalto a la comisaría del distrito 13 (John Carpenter, 1976).
Ethan Bishop (Austin Stoker) es un teniente de la Policía de Los Ángeles que recibe la misión de vigilar el traslado de una comisaría, ya que la ciudad se está enfrentando a una ola de crímenes protagonizada por las pandillas callejeras. Al mismo tiempo, un autobús parte desde un punto diferente de la urbe para transportar a unos presos peligrosos, entre los que se encuentra el célebre Napoleón Wilson (Darwin Joston). Por otro lado, Lawson (Martin West) es un padre de familia que decide vengar el asesinato de su hija, perpetrado por unos maleantes, que a su vez quieren vengarse de los policías que han matado a sus compañeros. Así, todos ellos confluirán en la comisaría del distrito 13, donde se vivirá una auténtico asedio.
Sin duda, el cinéfilo avezado habrá descubierto en este argumento un parecido más que razonable con el del wéstern clásico Río Bravo (Howard Hawks, 1959). El motivo es que John Carpenter, su autor, siempre ha sido un gran admirador de su director, por lo que quiso honrar su memoria mediante este thriller de bajo presupuesto, en el que incluyó referencias a un largometraje que lo había cautivado diez años atrás: La noche de los muertos vivientes (George A. Romero, 1968). Su éxito fue tan rotundo que puso de moda el subgénero callejero, donde se pueden hallar títulos tan emblemáticos como Los amos de la noche (The Warriors) (Walter Hill, 1979), pero que sobre todo sentó las bases de la futura carrera del cineasta, interesado en explorar la naturaleza de los hombres cuando estos son asediados por una amenaza exterior; en este sentido, le ha regalado al aficionado películas tan conocidas como La niebla (id., 1980) y La cosa (El enigma de otro mundo) (id., 1982), que es un nuevo tributo a Howard Hawks, y cintas tan reivindicables como Vampiros de John Carpenter (id., 1998) y Fantasmas de Marte (id., 2001). Por otro lado, cuenta con un remake casi homónimo, Asalto al distrito 13 (Jean-François Richet, 2005), que pasó sin pena ni gloria por la gran pantalla, puesto que prescinde de ese interés de Carpenter por retratar la angustia del hombre.
Ciertamente, "angustia" es el término que define mejor la situación que han vivido nuestros agentes de la ley estos días en Cataluña. Como arriba hemos indicado con brevedad, se han visto asediados en sus cuarteles, han tenido que vivir el escarnio de los independentistas, han visto cómo sus hijos eran insultados en clase y hasta han sufrido los terribles escraches en las puertas de sus casas; en definitiva, han visto cómo un sector notable del pueblo catalán se ha enfrentado impunemente a ellos. Porque la impunidad ha sido el arma que han blandido los manifestantes contra ellos, ya que sabían que, pese a sus encaramientos a policías y guardias civiles, nada les iba a ocurrir. Para ilustrarlo, aquí nos hacemos dos preguntas: en primer lugar, si el citado concejal de la nariz de payaso hubiera temido una reacción airada del agente, ¿se habría atrevido a reírse de él? Es probable que no; en segundo lugar, si los independentistas hubieran sido convocados a un verdadero conflicto contra los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, en el que estos hubieran podido actuar con libertad, ¿habrían respondido? Seguramente, tampoco. En la película, los pandilleros citan a los policías a un cholo, es decir, a una batalla campal en donde no les importa morir por una causa, algo que no hemos visto ni de lejos en ninguno de los enfrentamientos de estos días.
Por esta razón, los auténticos héroes de estas jornadas son la Policía y la Guardia Civil, que han soportado estoicamente los inmerecidos e injustos ataques de una parte de la sociedad contagiada por el fanatismo independentista. De este modo, los manifestantes, que creen ser valientes y aguerridos contra unos hombres que sí lo son realmente, quedan ante ellos como unos cobardes sin entereza ni bizarría; como unos pobres adictos que son lanzados contra las personas que han prometido defenderlos hasta el final y con todas las consecuencias. Además, la hombría de los agentes de la ley ha quedado más consolidada con la ayuda que les han prestado a los ancianos y a los niños que habían sido llevado por los alborotadores a las calles, demostrando así que ellos sí se preocupan por el bienestar de los ciudadanos (aquí). Desgraciadamente, circulan por la red fotografías tergiversadas que pretenden demostrar lo contrario, intentando inocular la idea de un estado policial similar al del reciente film Detroit (Kathryn Bigelow, 2017); sin embargo, las mismas personas que divulgan estas imágenes difunden también su creación, por lo que pierden cualquier crédito y se lo conceden a aquellos, que logran así ser nuevamente los héroes de estas jornadas.
Al final de la película, cuando el asedio a la comisaría concluye, los protagonistas se reúnen para felicitarse por el buen trabajo que han realizado, hasta el punto que deciden salir juntos al exterior, para que los ciudadanos vean que el mérito es de todos ellos. Del mismo modo, cuando la tranquilidad y el sentido común retornen a Cataluña, los policías y los guardias civiles que han padecido esta tortura se estrecharán las manos y se felicitarán por el buen trabajo, pues habrán cumplido con integridad su propósito de salvaguardar la paz; además, regresarán a sus hogares, de donde salieron con vítores (aquí), y serán recibidos como valientes, aunque probablemente especificarán que el mérito es de todos y no de unos pocos. En el fondo, se sentirán orgullosos de haber servido a España en esta situación tan dramática, puesto que son unos auténticos héroes.
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