Leí recientemente unas declaraciones de John Lasseter donde afirmaba que
Pixar, empresa de animación digital de la que él es creador y director,
realizaba películas de adultos aptas para menores. Y en verdad así es, pues
¿qué niño puede llegar a comprender la tragedia que encierra el magistral
prólogo de Up? O bien, ¿qué otro puede identificarse con el simpático
robot protagonista de Wall-E, que vive un proceso juvenil
de amor no correspondido que ningún crío ha podido conocer todavía? O, por
último, ¿algún pequeño es capaz de llegar a intuir siquiera esa búsqueda del
sentido de la propia vida en la que se embarcan los juguetes de Andy en Toy
Story 3 cuando este ya no quiere jugar con ellos? Probablemente, a
todas estas preguntas responderíamos con una rotunda negación; sin embargo,
vemos que esos mismos niños se embelesan una y otra vez con sus fotogramas, que
compran artículos basados en dichos largometrajes y que se saben sus canciones
de memoria (“¡hay un amigo en mí!”). Y es que, como hemos indicado al principio
de este párrafo, las producciones de Pixar describen historias adultas
revestidas de una presentación infantil.
La película que nos ocupa no podía ser menos, por lo que bajo esa
apariencia colorida de un cuento que narra las desventuras de unas emociones
perdidas en el cerebro de una chica, nos encontramos con el crudo relato de una
joven situada en el umbral de la pubertad. Este es sin duda un periodo del
crecimiento particularmente difícil, pues el joven que lo experimenta siente
que no solo su cuerpo está entrando en la edad adulta, sino que también sus
propias ideas, pensamientos, gustos y aficiones se van modificando para
adaptarse a ella; es la etapa en la que el niño se pregunta por su familia, a
la que puede llegar a ver con recelo, por sus amigos y por el lugar que ocupa
en el mundo; es, finalmente, la etapa del discernimiento y del forjamiento de
su propia personalidad. En el caso de esta película, todo ello parece
precipitarse cuando los padres de aquella deciden mudarse de ciudad, provocando
que esta deba enraizarse en un ambiente que desconoce; de este modo, vemos cómo
se enfrenta a su primer día de colegio o a las pruebas para ingresar en el
equipo de hockey local.
Hasta aquí, todo nos puede parecer de lo más normal y un argumento ya
visto en cualquier otra cinta de corte juvenil, pero no debemos olvidar que
Pixar siempre nos sorprende, y esta vez lo hace describiéndonos el
funcionamiento mismo de esas emociones internas sentidas por un púber. No es de
extrañar, pues, que en la central interna de control cerebral solo queden
Miedo, Ira y Asco, mientras que Alegría y Tristeza se han perdido por los
recovecos de la infinita memoria (por cierto, muy bien descrita por estos
maestros de la animación); ciertamente, aquellas tres sensaciones son las que
parecen primar en el proceso de madurez de cualquier joven, caracterizado por
la rebeldía, los constantes enfados, los gestos desagradables y la actitud
“borde” (aunque la palabreja no sea propia de un artículo serio, en verdad es
gráfica y fácil de entender por todos los lectores), mientras que parece que se
alejan de él las otras dos. Así, el comportamiento de la protagonista hacia sus
padres y el enojo con ellos es un perfecto reflejo de aquel que experimenta
cualquier persona que empieza a flirtear con la adolescencia.
En el aspecto meramente técnico, y como ya hemos dicho, es magistral la
descripción que hace la cinta de los suburbios cerebrales a medida que Alegría
y Tristeza van avanzando por ellos, alcanzando su clímax en los estudios
cinematográficos, destinados a dotar de sueños las noches de la niña (con una
escena hilarante que quedará para siempre en el recuerdo), y la incursión en el
subconsciente, con un maligno payaso que nos hace recordar nuestros temores
infantiles más arraigados. En él destaca asimismo la aparición del amigo
invisible de la infancia de la aquella, en una escena que recuerda sutilmente a
Dentro
del laberinto (¿es quizás un homenaje velado a ella, porque también
esta se desarrolla en una suerte de dédalo?): un personaje que, cosas de la
paradoja, es poco imaginativo, pues su aspecto ha sido repetido en otros
sitios, pero que juega un papel fundamental en el desarrollo de la historia,
pues indica la parte de puerilidad que aún duerme en el interior de la niña;
por este motivo (no sigas leyendo si aún no has visto la película), su muerte es
necesaria para que esta entre en la edad adulta, pues ¿de qué modo iba a
madurar alguien que se encuentre anclado de manera irremediable en el pasado?
Al final, y como no podía ser menos en una cinta de Pixar, brilla
refulgentemente la importancia de la familia en el crecimiento óptimo de un
niño, pues es el lugar donde este se siente amado y comprendido; donde aprende
a perdonar y a ser perdonado, y donde, en definitiva, aprenderá a enfrentarse a
los problemas que el futuro le ofrecerá a lo largo de su vida. Por esta razón,
la isla de la familia aparece reforzada al final del metraje, no así las otras,
que cambian o desaparecen conforme la niña madura o acoge nuevas experiencias.
La familia, pues, viene a recordarnos de nuevo John Lasseter, debe ser un lugar
de respeto, amor y perdón, para que un niño crezca sano y sea capaz de ingresar
con soltura en el mundo de los adultos. Por tanto, y como hemos indicado al
principio de este escrito, es posible que los jóvenes espectadores no hayan
sido capaces de colegir todos estos datos con el visionado de la cinta, por lo
que sus padres, a quienes realmente va dirigida, deberán ser sus instructores,
y enseñarles con su propia vida la importancia del amor, del perdón y del
respeto.
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