Afortunadamente, desde hace un par de semanas venimos abordando en este blog el cine de temática religiosa. De esta manera, escribíamos sobre Las inocentes (Anne Fontaine, 2016), un estupendo film que desvelaba el dolor de un grupo de monjas a manos de los soldados soviéticos (aquí), y sobre La promesa (Terry George, 2016), una aproximación al sufrimiento de la Iglesia armenia (aquí). Por este motivo, hoy traemos a colación Ignacio de Loyola (Paolo Dy & Cathy Azanza, 2016), un largometraje estrenado recientemente que detalla la biografía del fundador de la Compañía de Jesús.
Por desgracia, y como también denunciábamos en las entradas anteriores, se trata de otra película ultrajada por la distribución española. En efecto, a diferencia de las superproducciones que atestan nuestras salas, esta se ha visto reducida a un selecto número de pantallas (aquí), por lo que su impacto social será muy escaso. A nuestro parecer, esto es una gran injusticia, ya que, sin ser un buen largometraje, está por encima de los engendros cinematográficos que ofrece el séptimo arte actual. Por esta razón, le dedicamos el artículo de esta semana.
Ignacio de Loyola es un soldado del Ejército castellano que lucha contra las tropas francesas en Pamplona. Aunque su mayor aspiración consista en convertirse en un gran militar, su carrera se truncará por culpa de un accidente. Durante su convalecencia, lee varias vidas de santos, que lo conducen a preguntarse si realmente el éxito mundano merece la pena. Por ello, en cuanto se recupere, consagrará su existencia a Dios, dándolo a conocer a través de su predicación y de sus famosos ejercicios espirituales.
Como vemos, la película se centra exclusivamente en la juventud de san Ignacio, obviando aquello que le ha otorgado su renombre: la fundación de la Compañía de Jesús. Esto se debe a que su autor ha querido describir una historia eterna y universal, acercando el personaje al mundo de hoy y evitando así la nota que lo diferencia del resto (aquí). Por este motivo, está rodada con un lenguaje muy actual y con una narrativa propia de la televisión, pues el espectador está más acostumbrado a la forma de transmitir de esta, caracterizada por la rapidez, que a la del cine, de mayor lentitud. Sin embargo, esta buena intención es precisamente su error.
Ciertamente, describir una figura histórica siempre es una tarea complicada, puesto que supone la inmersión en el ambiente que la rodeó. Por supuesto, uno puede condescender al propósito que tenga para hacerlo, y eludir de esta manera ciertos aspectos de aquella que no casan del todo con este último. Pero esto no puede ser la nota dominante de todo el conjunto, ya que le otorga a este un descrédito inmerecido (un ejemplo de ello puede ser, mutatis mutandis, la horrorosa y malintencionada 1898. Los últimos de Filipinas: aquí). Así, el lenguaje facilón de esta cinta, la ingenuidad con que es tratado el personaje de san Ignacio y el recurso común a los tópicos de la Inquisición hacen de ella un título fallido. De este modo, y como indicábamos arriba, parece más un documental catequético que un biopic.
En cuanto a la intención del film, merece todo nuestro respeto. Como hemos dicho, uno puede soslayar ciertos aspectos históricos en favor de una causa concreta, pues la descripción del conjunto podría arrinconar a esta. En el caso de Ignacio de Loyola, se trata del encuentro del hombre con Dios, algo más común en nuestro tiempo de lo que parece. Y es que, en efecto, pese a las comodidades y la llamada al éxito que padece la sociedad actual, esta también se ve azotada por la angustia de una vida insignificante y sin sentido. Por este motivo, más que nunca, ansía conocer al Otro, para que le otorgue significado y sentido a su propia existencia. Sin duda, el fundador de la Compañía de Jesús es un buen modelo para hallarlo, pues, dejándolo todo, y anonadándose a sí mismo, lo alcanzó.
No se trata, pues, de una gran película; incluso alguno pensará que es aburrida y hasta exagerada (principalmente, a la hora de enfrentar a san Ignacio con el diablo). Sin embargo, es un buen film para comprender la historia de una conversión y para meditar acerca del sentido de la propia vida. Por eso, desde aquí animamos al lector a que busque los cines donde se proyecta y la vea, ya que, como decíamos al inicio de este texto, está siendo ultrajada una vez más por la distribución española. Aunque, si de verdad quiere conocer un buen largometraje sobre el fundador de los jesuitas, le aconsejamos el visionado de El capitán de Loyola (José Díaz Morales, 1949), con un excelente guion de José María Pemán (aquí).
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