Como sabéis, mi último post fue dedicado a La herencia Valdemar (José Luis Alemán, 2009), una gran película de presupuesto español que se jacta de ser una adaptación cinematográfica de los relatos de H.P. Lovecraft, pero que, sin embargo, se trata más bien de una adaptación del universo literario de Edgar Allan Poe, mentor de aquel (aquí). Sea como fuere, y a raíz de dicho post, he pensado que hoy podríamos dedicar este artículo a la relación de Lovecraft con el cine, que es menor y de menos calidad que la que merece, pese a la influencia que ha tenido en literatos, cineastas y productores de televisión a lo largo de la historia. En efecto, en el mundo de las letras de hoy, por ejemplo, nos acercamos insaciablemente a la obra de Stephen King, sin saber que este es un heredero directo del autor de Providence (EE.UU.), o bien aplaudimos a directores que configuraron el género de terror, sin saber que sus películas descansan también sobre los relatos lovecraftianos (por ejemplo, John Carpenter parece honrarlo en todo momento mediante La cosa, El príncipe de las tinieblas y, si me apuráis, En la boca del miedo; o el primer David Cronenberg parece haberse leído todas sus historias antes de rodar Cromosoma 3, Vinieron de dentro de..., Scanners y hasta su excelente versión de La mosca), o bien vemos series como Expediente X (Chris Carter, 1993) que beben también del universo literario de dicho autor. Sin embargo, en muy pocas ocasiones se ha reconocido esta influencia.
Tal vez, el motivo de este falta de reconocimiento quepa ser hallada en la dificultad que entraña la adaptación literal de cualquiera de sus obras, puesto que estas están repletas de descripciones y largos monólogos que, sin duda, hacen de ellas un material de complicada recreación cinematográfica (Lovecraft era un apasionado del mundo de los sueños, e incluso muchas de sus obras parecen la descripción de un mundo onírico, por lo que no es extraño que quisiera dotar de esa dificultad interpretativa a muchas de sus obras). De esta manera, es más sencillo escoger y adaptar los relatos más fáciles de rodar e interpretarlos según los cánones estéticos del momento; o bien, adaptarlos conforme a los gustos del director o del escritor que desea acercarse a él, prescindiendo, por supuesto, de aquellos que hacen de su lectura un ejercicio harto complicado. Así y con todo, Lovecraft ha encontrado su hueco tanto en el fanworld, que, como veremos más adelante, le ha dedicado un par de obras que dejan en pañales a las multimillonarias producciones hollywoodenses, y en el cine español, que le ha consagrado las dos mejores obras de la filmografía inspirada en sus escritos: Dagon. La secta del mar (Stuart Gordon, 2001) y La herencia Valdemar II. La sombra prohibida (José Luis Alemán, 2010). Por cierto, no me estoy contradiciendo respecto de lo que afirmaba en el post dedicado a la predecesora de esta última, en donde aseguraba que se trataba de un film mediocre, puesto que el tramo final de esta película es un testimonio de incalculable amor lovecraftiano que nunca ha sido visto en pantalla grande (esa aparición final de Cthulhu todavía me sobrecoge y parece extraída directamente de cualquiera de las páginas del autor norteamericano).
Para empezar, debo reconocer que no soy ningún experto en H.P. Lovecraft, por lo que afrontaré este texto desde el prisma puramente profano; debo confesar también que no se encuentra entre mis escritores favoritos (prefiero la literatura de su mentor, Allan Poe), pero la lectura íntegra que hice de su obra supuso una experiencia literaria que me ha marcado de por vida y que, por eso, me gustaría compartir con vosotros. Ciertamente, hace muchos años llegaron a mis manos dos gruesos volúmenes que, bajo el título de Narrativa completa, pretendían ser la compilación definitiva de todos los relatos de Lovecraft, y que habían sido publicados, como no podía ser de otra manera, por la famosa Editorial Valdemar (aquí). Por supuesto, yo ya conocía algunos de ellos y hasta me sonaban los nombres del dios Cthulhu y del funesto libro Necronomicón, pero nunca había tenido la oportunidad de profundizar en ellos, por lo que decidí aprovechar de inmediato la oportunidad que me brindaban dichos volúmenes. Rápidamente, encontré en ellos un universo sobrecogedor y terrorífico, donde el horror, el caos y el desasosiego se daban la mano para ofrecerme historias sobre monstruos espaciales y pesadillas humanas que parecían inocularse en cada una de las fibras de mi cerebro, habiendo permanecido en ellas desde entonces para aterrorizarme de vez en cuando con alguno de sus recuerdos. De este modo, mientras que en Allan Poe había hallado un verdadero poeta del estilo narrativo propio del romanticismo decimonónico (su única novela, Narración de Arthur Gordon Pym, me sigue pareciendo una joya de la literatura del XIX), en Lovecraft encontré al único autor que ha sabido de verdad describir el miedo (y hasta el pánico), con un estilo indudablemente menos lírico, pero quizás más eficaz.
Como he dicho al principio, no soy ningún experto en H.P. Lovecraft, por lo que no me atrevo a decir de dónde parte la descripción tan gráfica (y cinematográfica, pese a los pocos títulos que el séptimo arte le ha dedicado) que hace del horror. Algunos dicen que procede de sus propios terrores, fundamentados en su pasión por la astronomía, que le hacía pensar en los monstruos espaciales que podían provenir de las estrellas para acabar con al humanidad (recordemos que esta ciencia, tal y como la conocemos hoy, estaba dando sus primeros pasos, por lo que el desconocimiento de la negrura celestial debía de encerrar terroríficos misterios para los profanos que la miraban desde sus telescopios, como el propio Lovecraft); de este modo, igual que los primeros navegantes (según dicen) imaginaban criaturas demoníacas allende el horizonte marino por ser este un lugar ignoto, el escritor imaginaba otras tantas, aunque de procedencia extraterrestre. Otros defienden que la raíz de sus terrores eran sus propios sueños, alimentados tal vez por esos horrores espaciales que él imaginaba; sin duda, una teoría factible, puesto que el autor siempre manifestó gran devoción por el mundo onírico y, como hemos afirmado arriba, muchas de sus obras parecen más la descripción de una pesadilla (stricto sensu) que una narración al uso (es indudable que nuestras pesadillas nos producen terror por la sensación de caos e incomprensión que nos producen, una tesis que recorre y fundamenta la mayor parte de la obra lovecraftiana). Finalmente, otros abogan por su ateísmo, arguyendo para ello que el terror parte de la falta de esperanza que evocan sus páginas, que nos muestran una humanidad sometida al arbitrio de crueles y ciclópeas deidades alienígenas. Como suele pasar con estas cosas, tal vez se trate de una mezcla de las tres, aunque debo reconocer que esta última me interesa más, puesto que, en efecto, Lovecraft nos describe siempre a unos hombres aterrorizados que, como vulgares gusanos, huyen de unos dioses que los odian y que se alimentan de ellos, sin la esperanza de encontrar un ápice de bondad que los libere de tanta crueldad (no deja de ser el grito del ateo, aterrorizado ante la fuerza de lo desconocido, que le habla irremediablemente de Dios).
Pese a esta viva descripción del horror que hace en la mayoría de sus historias, y como ya hemos indicado, el pobre Lovecraft no ha contado con mucha proliferación en el mundo del séptimo arte; de hecho, las primeras adaptaciones de sus obras ni siquiera fueron abordadas por su país de origen, ya que fue el Reino Unido el que descubrió todo el potencial que albergaban sus escritos. Así, El palacio de los espíritus (Roger Corman, 1963), El monstruo del terror (Daniel Haller, 1965), La maldición del altar rojo (Vernon Sewell, 1968) y Terror en Dunwich (Daniel Haller, 1970) fueron las primeras cintas que se inspiraron en su obra, pero incluso parecen más una adaptación de la literatura de Edgar Allan Poe que de los relatos lovecraftianos, que es algo válido, puesto que estos, en un primer momento, se inspiraban francamente en las famosas Narraciones extraordinarias de aquel (por otro lado, es posible que también se debiera a una falta de efectos especiales de calidad, necesarios para representar las monstruosidades encarnadas por Cthulhu y su legión de dioses primigenios, aunque no lo tengo claro del todo, porque a la sazón ya se habían rodado King Kong, múltiples filmes de Godzilla y hasta Jasón y los argonautas, donde se veía una batalla contra una imponente estatua de Aquiles que cobraba vida). Sea como fuere, y si obviamos la incursión del cine italiano en este universo de sus adaptaciones, con su inefable aportación La isla de los hombres peces (Sergio Martino, 1979), tuvimos que aguardar hasta los años ochenta para ver un producto fiel y enteramente lovecraftiano (es decir, sin influencias de Poe) en pantalla grande: la hilarante (aunque poco recomendable para estómagos delicados) Re-Animator (Stuart Gordon, 1985), que contó con dos secuelas (la última de ellas, de capital español: Beyond Re-Animator) y que para muchos es el origen del famoso género de terror y humor negro característico de dicha década (no en balde, en la cinta colofón de este tipo de cine, El ejército de las tinieblas, se homenajea a Lovecraft mediante la inclusión del citado y maligno libro Necronomicón).
Sin embargo, y a pesar del acierto de la mencionada Re-Animator, así como de algunas cintas que, en la misma línea, vinieron después, como Re-Sonator (Stuart Gordon, 1986), El innombrable (Jean-Paul Ouellette, 1988) y El libro de los muertos (Christophe Gans, Shusuke Kaneko y Brian Yuzna, 1993), nadie se había atrevido aún a rodar una película inspirada en sus relatos más conocidos, como son todos aquellos que profundizaban en la mitología del dios Cthulhu. Es por ello que, como hemos indicado arriba, tuvimos que aguardar tanto a la bizarría de los fans, que no se cortan a la hora de honrar a sus héroes, como a las aportaciones hispanas, que han tenido lugar ya en este siglo XXI. Respecto de la primera, debemos citar, por un lado, La llamada de Cthulhu (Andrew Leman, 2005), un mediometraje mudo, rodado en blanco y negro, que adapta el relato homónimo del escritor, el primero en el que hace su aparición Cthulhu y que es paradigmático en orden a conocer las neuras de Lovecraft, es decir, monstruos espaciales, pesadillas premonitorias, humanidad en peligro, aventuras antárticas y etcétera (por cierto, la razón de haber sido rodada en formato vintage es que ese habría sido, obviamente, el formato usado en los años veinte, fecha de publicación del relato lovecraftiano); por otro lado, debemos aludir a En las montañas de la locura (Michele Botticelli, 2008), un cortometraje de animación italiano (en mi modesta opinión, de mejor manufactura que La llamada de Cthulhu) que adapta el relato del mismo nombre y que supuso la consolidación del mito cthulhuiano, puesto que le otorga a este toda la cronología de hechos que le faltaba al anterior cuento. En cuanto a las aportaciones españolas, debemos mencionar la ya citada La herencia Valdemar II. La sombra prohibida, que, en su tramo final, cuenta con una espectacular aparición de Cthulhu (metida con calzador, es verdad, pero no por ello deja de merecer la pena) y Dagon. La secta del mar. Ciertamente, en esta última, Cthulhu es mencionado casi de pasada y como una manera de vincular el film al universo de Lovecraft; no obstante, y solo por eso, ya puede ser incluida en este apartado de "mejores adaptaciones de Lovecraft".
¿Y de qué trata esta cinta que tantos elogios recibe por parte del autor de este blog? Nos encontramos en las inmediaciones marítimas de un pueblo costero gallego: Emboca (en realidad, el entrañable pueblo de Combarro). Una pareja de jóvenes llega a él después de haber sufrido un accidente, solicitando la ayuda necesaria para rescatar a dos amigos que han encallado en las rocas con su barco. Al principio, reciben el auxilio que piden por parte de sus habitantes, pero poco a poco descubren que estos no lo han hecho de manera altruista, sino que todos ellos encierran un oscuro secreto que ambos desentrañarán paulatinamente. Entre los muchos arcanos que ocultan, se encuentra la adoración al dios Dagon, una ancestral criatura que requiere de sacrificios humanos para desarrollar todo su poder. Por suerte, cuentan en su aventura con los consejos de Paco Rabal, un pescador borrachín que no se ha dejado seducir por los encantos de la deidad abisal.
Como he dicho al principio, no soy ningún experto en Lovecraft, pero sí que he leído todos sus relatos, por lo que también leí en su momento el que sirve de inspiración a esta película: La sombra sobre Innsmouth (1931). En él (y escrito en primera persona, un estilo literario que alcanzó su cumbre en el siglo XIX y que Lovecraft supo asumir perfectamente para dotar de auténtico terror a su obra), un hombre decide investigar el pueblo del título, ya que le han llegado rumores de comportamientos extraños por parte de sus moradores; como en la película, allí conoce a un pobre haragán que le narra el origen de dicho comportamiento, es decir, el culto a Dagon, que los está convirtiendo progresivamente en peces. A partir de este instante, el protagonista deberá enfrentarse tanto a los citados moradores mutantes como a sí mismo, ya que descubrirá cómo su estancia en el pueblo está propiciando su transformación en pez. No recuerdo si el relato vinculaba la aparición de Dagon a la apostasía del pueblo, que rechazó al Dios cristiano en favor de aquel, pero la cinta sí lo hace, y es un dato de interés, puesto que, de manera consciente o no, indica que los terrores de Lovecraft parten de su rechazo del cristianismo, una teoría que ya hemos explicado arriba (podemos extraerle entonces incluso una moraleja teológica). Por otro lado, es un espectáculo para amantes de lo raro, ya que podemos ver a la actriz Macarena Gómez ataviada como una sacerdotisa ictiológica y a sus devotos seguidores chapurreando un gallego acuoso que hace las delicias de cualquiera.
Como he dicho al principio, no soy ningún experto en Lovecraft, pero sí que he leído todos sus relatos, por lo que también leí en su momento el que sirve de inspiración a esta película: La sombra sobre Innsmouth (1931). En él (y escrito en primera persona, un estilo literario que alcanzó su cumbre en el siglo XIX y que Lovecraft supo asumir perfectamente para dotar de auténtico terror a su obra), un hombre decide investigar el pueblo del título, ya que le han llegado rumores de comportamientos extraños por parte de sus moradores; como en la película, allí conoce a un pobre haragán que le narra el origen de dicho comportamiento, es decir, el culto a Dagon, que los está convirtiendo progresivamente en peces. A partir de este instante, el protagonista deberá enfrentarse tanto a los citados moradores mutantes como a sí mismo, ya que descubrirá cómo su estancia en el pueblo está propiciando su transformación en pez. No recuerdo si el relato vinculaba la aparición de Dagon a la apostasía del pueblo, que rechazó al Dios cristiano en favor de aquel, pero la cinta sí lo hace, y es un dato de interés, puesto que, de manera consciente o no, indica que los terrores de Lovecraft parten de su rechazo del cristianismo, una teoría que ya hemos explicado arriba (podemos extraerle entonces incluso una moraleja teológica). Por otro lado, es un espectáculo para amantes de lo raro, ya que podemos ver a la actriz Macarena Gómez ataviada como una sacerdotisa ictiológica y a sus devotos seguidores chapurreando un gallego acuoso que hace las delicias de cualquiera.
Decía al principio que no soy ningún experto en Lovecraft, pero que la experiencia de su lectura me cautivó sobremanera. Es por ello que echo en falta películas del calibre que merece, ya que, bien dirigidas, podrían renovar sin duda el género de terror, que está viviendo un curioso rebrote gracias a títulos como It Follows (David Robert Mitchell, 2014), It (Andrés Muschietti, 2017) y Déjame salir (Jordan Peele, 2017). Probablemente, serían obras adultas y difíciles de adaptar, si nos atenemos estrictamente al estilo literario del escritor, pero podrían suponer toda una revolución cinematográfica, algo de lo que hoy andamos escasos. Su mentor, Edgar Allan Poe, tiene casi un centenar de adaptaciones, entre las que destacan las archiconocidas La caída de la casa Usher (Roger Corman, 1960) y La máscara de la muerte roja (id., 1964), por lo que ya estamos tardando en ver una adaptación fiel de la obra lovecraftiana. Tanto el fanworld como el cine español han dado el primer paso: ¿seguirá alguien su estela? En el ínterin, nos uniremos al salmo maléfico diciendo: "Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagi fhtagn", o lo que es lo mismo, "En la ciudad de R'lyeh, el difunto Cthulhu espera soñando".
Mala no, pésima.
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