Confieso que ignoro la mayor parte de las celebraciones del nuevo calendario laico. Me refiero a ese que está sustituyendo progresivamente al cristiano a través de la presentación de días internacionales de algo, como aquel hacía mediante la onomástica de santos. Así, aunque conozco la existencia de una jornada consagrada al cuidado de los bosques, me siento incapaz de recordar su fecha. Pero debo admitir que hay conmemoraciones que se han grabado en mi memoria, más por la sorpresa que por el interés. Es el caso del 30 de junio, día destinado a la prevención sobre la caída de asteroides.
En efecto, según parece, y con el propósito de advertir a la humanidad del peligro que conlleva el impacto de uno de aquellos contra la Tierra, se determinó el establecimiento de esa fecha en el almanaque. Por supuesto, el día no fue escogido al azar, ya que se corresponde con la jornada de 1908 en la que un aerolito se estrelló en Rusia. El hecho no superó la anécdota, pues colisionó en una zona despoblada, pero suscitó la pregunta sobre lo que habría ocurrido si hubiese caído en cualquier ciudad del mundo (aquí). Por este motivo, y como apuntábamos, cada año en esa fecha se estudian los posibles remedios al problema del cielo.
Cuando conocí esta efeméride, me vinieron a la cabeza dos películas estrenadas en los años noventa: Armageddon (Michael Bay, 1998) y Deep Impact (Mimi Leder, 1998). Ambas versaban sobre la posibilidad de que un meteorito chocase contra la Tierra, pero lo hacían desde diferentes puntos de vista: la primera, desde la perspectiva de la acción y la comedia; la segunda, desde la del drama. Posiblemente, esta diferencia consiguió que aquella se ganara el favor del público mientras que esta gustó más a la crítica. De cualquier manera, la segunda se acerca más a la intención del día del meteorito que la primera, por lo que le dedicaremos la entrada de esta semana.
Leo Biederman (Elijah Wood) es miembro del club de astronomía del colegio. Cierto día, descubre una gran mancha blanca en el cielo que resulta ser un cometa. Aunque él no lo sepa, se trata de un bólido que amenaza con caer a nuestro planeta. No obstante, cuando su descubrimiento sale a la luz, todos los gobiernos del mundo se unirán para evitar la colisión y salvaguardar así los intereses de la humanidad.
Pese a lo que pueda parecer a tenor de su argumento, la cinta no es un largometraje de catástrofes moderno, en los que prima la espectacularidad sobre la vis humana; más bien al contrario, se remonta a la época clásica del género para mostrarnos una historia sobre las personas que padecen cualquier adversidad (véanse a modo de ejemplo Aeropuerto, Terremoto o El coloso en llamas). Por otro lado, la idea del film no es nueva, pues Hollywood ya la había afrontado en títulos como Cuando los mundos chocan (Rudolph Maté, 1951), Meteoro (Ronald Neame, 1979) y la citada Armageddon. Sin embargo, y a diferencia de estas tres, procura ahondar en una respuesta seria por parte de los gobernantes de la Tierra y, sobre todo, en la reacción del hombre ante un peligro de tamaña envergadura.
De este modo, nos encontramos en primer lugar con el niño que descubre el meteorito y con la chica de la que está enamorado; en segundo lugar, con la periodista que desvela la amenaza de aquel, oculta por el Gobierno de los Estados Unidos, y en tercer lugar, con el mismísimo presidente de este país, que debe asumir también el mando de la resolución del problema. A pesar de sus diferentes estratos, todos parecen compartir un único sentimiento como respuesta a dicho trance: el amor. Pero no solo lo acusan mediante el afecto, sino también a través del arrepentimiento y la solidaridad. En efecto, al margen de la campaña de salvación del género humano que recorre todo el metraje, estos personajes son hombres necesitados de una redención mayor antes de morir; por eso dedican sus últimos instantes a enmendar su pasado y al auxilio de quienes tienen cerca. Evidentemente, desconozco los planes gubernamentales destinados a socorrer a los hombres llegado el caso que narra la película, pero estoy convencido de que cada uno de estos reaccionará de la manera que esta plantea. Por este motivo, se trata de un gran film.
Ciertamente, en una época del séptimo arte, la de hoy, en la que proliferan títulos de género catastrófico que parecen regodearse en la maldad de los hombres (véase a modo de ejemplo cualquier producto protagonizado por zombis, muy de moda en la actualidad), cintas como la presente nos recuerdan la bondad a la que estos también están llamados. De hecho, la reacción magnánima parece más común que su antagónica, pues todos conocemos la heroicidad que muestran determinadas personas a la hora de encontrarse ante una injusticia o una tragedia de cualquier magnitud, como un atentado terrorista. Por otro lado, es innegable que la proximidad de la muerte conlleva la acentuación de la fe y el deseo de acallar el remordimiento del alma, por lo que no son extraños el recurso a las oraciones olvidadas ni las postreras peticiones de perdón (en este sentido, recomiendo el film United 93 (Vuelo 93), sobre los atentados del 11 de septiembre en los Estados Unidos, ya que aúna ambos arrebatos de sinceridad humana).
Pese a lo escrito, la película perdió la partida recaudatoria frente a Armageddon, que ofrecía el espectáculo del que esta renegaba. No dudo de que el film protagonizado por el mítico Bruce Willis exhibiera una diversión sin igual de la que todos gozamos en el momento de su estreno, pero le faltó esa vis personal que hace de Deep Impact un título superior. Por este motivo, desde aquí queremos reivindicar este largometraje, que nos devuelve la esperanza en un ser humano que, lejos de volcarse en su propio egoísmo, es capaz de manifestar lo mejor de sí mismo cuando está en peligro.
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