Poco podía imaginar el director Franklin J. Schaffner que su película El planeta de los simios (id., 1968) se transformaría en uno de los títulos más emblemáticos de la ciencia ficción norteamericana. Ciertamente, sus constantes recortes de presupuesto, sus numerosos cambios de guion, sus cuantiosos problemas de maquillaje y un largo etcétera, le harían pensar, al contrario, que se enfrentaba a una cinta maldita; sin embargo, y no bien se estrenó, vio cómo recababa de inmediato un éxito inesperado, cómo creaba una mitología propia y cómo su final se convertía en uno de los más icónicos de la historia del cine (¡conocido hasta por quienes no han visto el filme!). Pero no solo eso, sino que además originó una saga de cinco largometrajes y dos series de televisión; colecciones de cómics y de libros; un (olvidable) remake, y, finalmente, un (estupendo) reboot, cuyo colofón hoy presentamos. De manera que aquella película, producida hace cincuenta años y destinada al círculo de las rarezas cinematográficas, es actualmente un título en plena vigencia.
Después de haber intentado establecer la paz con los humanos supervivientes a la acción universal de un virus maligno, César (Andy Serkis) y sus simios son forzados a encarar un nuevo conflicto. Esta vez, se trata de la lucha que deberán mantener contra el ejército liderado por el coronel Wesley McCullough (Woody Harrelson). Así, tras sufrir enormes pérdidas entre los de su especie, se enfrentarán tanto a sus instintos más oscuros como a este con el propósito de ganar la guerra por el planeta.
No es extraño que, como decíamos arriba, la cinta de Schaffner se haya convertido hoy en un clásico de la ciencia ficción, puesto que, pese a los años que han transcurrido, afrontaba temas tan actuales como la naturaleza del ser humano, su tendencia al conflicto, los extremismos ideológicos que siempre lo han caracterizado y, consecuentemente, su persecución de la verdad (tanto en el buen sentido como en el malo). Por esta razón, tampoco debe sorprendernos que se decidiera prolongar su éxito a través de varias secuelas, aunque estas, por desgracia, no alcanzaran su nivel artístico. En efecto, desde Regreso al planeta de los simios (Ted Post, 1970) hasta La conquista del planeta de los simios (J. Lee Thompson, 1973), la saga decayó progresivamente hacia la clasificación B más casposa; y, a pesar de que Huida del planeta de los simios (Don Taylor, 1971) y La rebelión de los simios (J. Lee Thompson, 1972) recuperaban ese interés por la naturaleza humana, al final quedaban como meras curiosidades sobre el origen de aquella. Solo la televisión logró ensalzarla de nuevo para el público, estrenando una serie homónima en 1974, que gustó muchísimo a los fans de entonces y que supera con creces a cualquiera de los filmes citados.
Por este motivo, el film de Schaffner merecía un verdadero homenaje por parte del celuloide, ya que se ha nutrido de su éxito durante todos estos años. Así, después de intentarlo una vez mediante el olvidable remake perpetrado por Tim Burton en 2001, nos regaló El origen del planeta de los simios (Rupert Wyatt, 2011). En esta obra maestra de la ciencia ficción, no solo indagaba en la génesis de aquella, como indica su título, sino que también profundizaba de nuevo en los intereses que la habían acuciado, es decir, en la naturaleza y en la dignidad de los hombres (paradójicamente, representados por los simios). No contento con ello, más tarde nos ofreció El amanecer del planeta de los simios (Matt Reeves, 2014), donde disertaba crudamente sobre la violencia innata de los humanos. Finalmente, y como broche de esta nueva saga, ha querido otorgarnos La guerra del planeta de los simios (Matt Reeves, 2017), en la que propone una historia sobre la importancia de la familia y de la sociedad (aunque representada otra vez por los simios).
De este modo, podemos decir que por fin una de las sagas más importante de todos los tiempos se ha redimido. Ciertamente, a partir de ahora ya no será un subproducto del género fantástico, puesto que se ha convertido por derecho propio en el nuevo referente de la ciencia ficción cinematográfica. Sin lugar a dudas, la película de Schaffner ha encontrado aquí el origen que siempre anduvo buscando, la metáfora sobre la especie humana que ella misma detalló en 1968. Y, aunque hayamos tenido que aguardar cincuenta años, ha merecido la pena.
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