Una vez más, recibimos en este blog artículos de sus lectores, con el fin de hacer posible la reflexión cristiana a través del cine. En esta ocasión, podemos leer uno acerca del film Los miserables, dirigido por Tom Hooper en el año 2012.
Espero que lo disfrutéis.
Estando a punto de empezar el año de la
misericordia, me parece oportuno hablar de un film que creo que la representa
con gran acierto. Esta joyita que hoy nos ocupa es una verdadera obra de arte
que, a mi juicio, quizás algo osado, permanecerá como uno de esos clásicos que
nunca pasará; como prueba, basta ver que el musical en que se inspira, que se lleva
representado en Londres desde hace más de veinticinco años. La historia es tan
extensa y profunda que cuesta ceñirse a algo concreto; todo aquel que vea el
film en cualquiera de sus versiones (la presente, protagonizada por Russell Crowe y Hugh Jackman; la de
1998, con Liam Neeson y Geoffrey Russ; la miniserie de 2000, con Gérard
Depardieu y John Malkovich, ¡o incluso la primera versión, la muda, de 1907!),
podrá ver que me dejo muchas cosas en el tintero (más bien en el teclado). De
las miles de cosas que se podrían decir, yo quisiera centrarme en los
personajes de Valjean, Fantine y Javert, y de las virtudes de la fe, la esperanza
y la caridad. Cada uno destaca en una de las tres, pero también manifiesta una
necesidad especial de otra.
Si tomamos en primer lugar a Valjean,
podemos ver a un hombre sin esperanza, que malvive como puede, y que, por
un lado, llevado por la desesperación, y, por otro, por el amor a su hermana y su sobrino,
roba un poco de pan, para evitar que mueran de hambre; por ello, es condenado, y
pasará veinte años en prisión. Cuando sale de allí, camina como un vagabundo
sin destino, sin esperanza, con un amor muy herido por el odio que le han mostrado
y que él proyecta al mundo, hasta que el amor de Cristo lo alcanza a través del
obispo de Digne, quien le hace ver que Dios es de verdad el amor que colma
nuestra alma, más allá de toda esperanza, si tenemos fe en Él. Este encuentro
le cambia la vida.
En un segundo punto, vemos a Fantine, una
joven cargada de amor y de esperanzas, pero sin nada sólido en lo que fundamentarlas,
la cual, engañada por un amor de juventud, queda embarazada y
abandonada. Esa herida le hace renunciar a la esperanza de ser amada por nadie,
y pierde su fe en todo. Sin embargo es capaz de seguir
adelante por amor a su hija, haciendo lo necesario para mantenerla a salvo,
llegando al extremo de la prostitución.
Esto nos lleva al tercero en discordia,
Javert, un hombre implacable, con una fe férrea, pero absolutamente incapaz de
mostrar amor, y, por lo tanto, de recibirlo. Javert, al igual que Fantine y
Valjean, ha sufrido una infancia marcada por la miseria: él nació en una
prisión y se crió en la calle, hasta lograr hacerse guarda de prisión, donde
conoce a Valjean.
A lo largo del film, podemos ver que la
relación entre los tres nos enseña que lo que dice san Pablo es muy cierto: “Fe, esperanza y caridad; de las tres, la más
importante es la caridad, el amor” (1 Co. 13, 13). ¡Pero hay que tener las
tres! Sin fe, nos volvemos como la pobre Fantine, que no tiene nada sólido que
sostenga su gran amor y sus esperanzas, y nos arriesgamos a caer bajo la
tiranía de las pasiones descontroladas (¡cuántos matrimonios rotos por no haber
puesto su amor y su esperanza a madurar en la fe!); si vivimos sin esperanza, al
igual que Valjean, la fe se convierte en sospecha de todo, algo que nos
encerramos en nosotros mismos y, así, el amor se pudre y se convierte en odio
hacia todo y hacia todos; por último, si nos falta el amor nos convertimos,
como Javert, en implacables jueces, incapaces de mostrar siquiera un atisbo de
misericordia. El mismo Javert nos muestra lo que le ocurre a la gente que endurece
su corazón hasta el final; Valjean, por el contrario, deja constantemente
desconcertado a Javert con sus actos (esto se ve sobre todo cuando, finalmente, el policía se da cuenta de que esa
idea que siempre le ha movido es falsa: el amor que le muestra Valjean le
produce tal dilema, que no puede soportarlo, por lo que toma
la decisión radical de suicidarse).
Es bien conocida la expresión "la esperanza
es lo último que se pierde". Creo que esto no es cierto, pues, como he
dicho, las tres virtudes van de la mano, y el amor sostiene a todas. Pero
claro, uno podría pensar: "suena muy bonito pero ¿cómo se vive con
amor?". Valjean nos da la respuesta. Su vida misma es reflejo perfecto del
amor de Dios vivido. Es alguien capaz de transmitir la misericordia que ha
recibido previamente, pensando siempre en los otros antes que en sí mismo.
Termino con un ejemplo claro que se puede
ver en la versión de 1998. Cuando Valjean va a las barricadas a buscar a Marius
para intentar convencerle de que deje la lucha y vaya con Cosette, cuando este le
pregunta que qué les quedará si no lucha, que qué futuro les espera, Valjean,
tomándole los brazos y mirándolo con una mirada paternal le contesta: "Tienes amor, es el único futuro que Dios nos
da".
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