lunes, 24 de abril de 2017

El terror del más allá

   Es indudable que todo cinéfilo alberga dentro de sí un punto friki (o "friqui", como admite la RAE). Los que ya me van conociendo gracias a los artículos de este blog, habrán descubierto que yo me pirro por el kaiju eiga (aquí), el cine de extraterrestres (aquí) y la serie B. En esta última, caben desde los filmes de John Carpenter (aquí) hasta Stranger Things, el reciente homenaje televisivo hecho a ella y que ha recabado un éxito muy merecido (aquí). Pero debo admitir que siento un irrefrenable gusto por la ciencia ficción hollywoodiense de los años cincuenta, porque me conecta conmigo, el niño que disfrutaba de ella frente a su televisor y al aparato de vídeo VHS, y porque me hace contemplar con admiración un género que derrochó el talento y la fantasía de la que hoy adolecen muchos títulos. Así pues, si me viera obligado a elegir una película de esta índole, sería El terror del más allá (Edward L. Cahn, 1958). 




   Una misión de rescate llega al planeta Marte. Sus miembros deberán localizar y traer de vuelta a los tripulantes de una expedición anterior, que no dan señales de vida desde que alcanzaran el mismo destino. Sin embargo, cuando aquellos descubren la nave, encuentran que todos estos han sido asesinados, excepto el capitán. Por esta razón, deciden apresar a este último y llevarlo de vuelta a la tierra, donde se determinará si él ha sido el homicida. Sin embargo, el viaje de regreso no será tan placentero como esperaban, puesto que, durante su estancia en el planeta rojo, un marciano se ha introducido en la bodega de su nave y ahora aguarda el momento de manifestarse y de aniquilar a todos los astronautas.

   No hay duda de que, a primera vista, se trata de un argumento muy conocido, puesto que lo hemos visto en cintas como Alien, el octavo pasajero (Ridely Scott, 1979), La cosa (John Carpenter, 1982) o la reciente Life (Vida) (Daniel Espinosa, 2017). Sin embargo, debemos tener en cuenta que este film originó todos los que acabamos de citar y alguno que no ha aparecido, como la imprescindible Terror en el espacio (Mario Bava, 1965). De esta manera, podemos afirmar que es un título que se halla en la base de la ciencia ficción más moderna.

   Pero, donde yo encuentro un verdadero placer a la hora de visualizar esta obra, es en su entrañable ingenuidad. En efecto, no puedo dejar de sonreír complacientemente cuando veo aparecer al marciano que aterroriza a los astronautas, una hierática mezcla de látex inspirada en la criatura de La mujer y el monstruo (Jack Arnold, 1954) y en el Frankenstein o en la momia de Boris Karloff; cuando contemplo la extremada educación con la que los aventureros se tratan entre ellos, o cuando veo el amor galante que se da entre los protagonistas. Ni que decir tiene que estas características ya han desaparecido por completo de este tipo de celuloide: ¿disfrazar a un actor cuando se puede recurrir al CGI?, ¿escribir un guion excesivamente literario cuando lo soez dice lo mismo?, ¿desaprovechar una tensión sexual en un grupo compuesto por varones libidinosos y féminas obsequiosas? Es evidente, pues, que se trata de un género cinematográfico que ya está muerto. 




   Sin embargo, no por ello puedo dejar de disfrutarlo, pues continúa formando parte de mis recuerdos cinematográficos más entrañables. Ciertamente, es imposible mirar al pasado sin observarme frente a un viejo televisor en blanco y negro mientras me embebo de estas historias, que yo hacía mías con una intensidad que aún me asombra. De esta manera, salía corriendo del cine cada vez que veía La masa devoradora (Irvin S. Yeaworth Jr, 1958), blandía mi alfiler contra un arácnido gigantesco al ver El increíble hombre menguante (Jack Arnold, 1957) y socorría al misterioso alienígena de El ser del planeta X ((Edgar G. Ulmer, 1951) cuando ponía otra vez el vídeo a funcionar. Además, todavía me transmiten la ilusión de sus realizadores, que me contagiaron las ganas de filmar mis propios argumentos, pues sus medios eran tan caseros como los que yo poseía entonces (¿cómo olvidar al Edward Wood de Plan 9 del espacio exterior, que no reparó en los hilos de los que pendían sus platillos volantes?).

   Así, solo puedo decir que soy un friki de esa ciencia ficción añeja e ingenua, de esos cuidados diálogos que reflejaban la educación de una sociedad abolida, de los argumentos que han cimentado el género fantástico actual y de esos rudimentarios efectos que hoy producen carcajadas. Soy un friki de esa época cinematográfica, porque abundó en ella la imaginación y el talento, la pasión y el entusiasmo, y porque supo transmitirme esos mismos sentimientos que todavía albergo. Por esta razón, solo puedo despedirme con tres palabras: Klaatu barada nikto! 




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