Si recordáis, en mi último artículo me quejaba de que la corrección política censura hoy sin reparos las películas que los cinéfilos podemos ver legalmente en la red. Este veto es mayor si determinadas cintas han sido rodadas en épocas de las que actualmente, no sin razón, abominamos. Para ello os ponía el ejemplo de El flecha Quex, que pese a ser un gran film, se nos obliga a prescindir de él por el simple hecho de haber sido grabado durante el nazismo (asimismo, y como consecuencia, se nos impele a prescindir de sus valores artísticos e históricos, que también los tiene).
De la misma manera, os indicaba que esta prohibición es flagrante en nuestro país, donde, para menospreciar el celuloide de antes, se ha acuñado el término “franquista”. De este modo, pues, el espectador ya da por hecho de que se trata de un tipo de cine cutre y propagandístico, destinado a adoctrinar al pueblo español de entonces (que, por supuesto, es tildado de ignorante). Pero esta es una idea tremendamente injusta, ya que, a diferencia de lo que se pueda pensar, en aquella época se realizaron filmes de muy buena manufactura, que en no pocas ocasiones incluso supera con creces a la de las cintas españolas actuales. Y para ejemplificarlo, hoy me gustaría presentaros Frente de Madrid (Edgar Neville, 1939).
En efecto, la película narra una historia ambientada en las postrimerías de la Guerra Civil, concretamente, y como su título indica, en el frente de Madrid. Allí, un falangista del bando nacional quiere ver a su novia, a la que no visita desde el estallido del conflicto. Para ello, se ofrece como voluntario en una misión secreta, que consiste en internarse como miliciano en las filas del Ejército Rojo. Gracias a ello, pues, no solo podrá reunirse de nuevo con su prometida, sino que también comprobará de primera mano los estragos causados por el enfrentamiento fratricida en la capital de España.
Para empezar, debemos decir que, lejos de lo que hoy se nos hace creer, el mal llamado cine franquista no abundó en cintas sobre la Guerra Civil (más aún, incluso la industria de entonces recibió serias quejas de muchas instituciones por no hacerlo[1]); al contrario, intentó pasar página muy pronto, ofreciendo sobre todo dramas costumbristas que, eso sí, podían tener el conflicto como telón de fondo (a fin de cuentas, era una realidad que todos habían vivido). Ello no obsta, por supuesto, para que también se realizaran películas de carácter bélico, como es normal después de un enfrentamiento armado: Sin novedad en el Alcázar (que no es española, sino italiana), El crucero Baleares, Rojo y negro, El santuario no se rinde… Pero, a pesar de que sean archiconocidas, no conformaron ni una triste minoría.
Lo más característico de la época es que no se trataba de un celuloide sectario, como el que hoy prolifera en nuestras pantallas. Así es, en la actualidad se ruedan en España mayor número de películas sobre la Guerra Civil que entonces, y suelen ser tan tendenciosas que se apartan por completo de la realidad. De este modo, los bandos enfrentados se han convertido en una mera ficción –por no decir una parodia– de sí mismos: el nacional es tan malo que más parece un villano de cómic que un ejército en liza, mientras que el republicano es tan bueno que uno se pregunta por qué estalló el enfrentamiento. En el cine de entonces, empero, que evidentemente también era tendencioso, buscaba acercarse a la verdad de manera más honesta, mostrando el modus operandi de ambas facciones, incidiendo en que fue una tragedia entre hermanos y buscando la reconciliación entre ellos (v. gr., el final de esta película)[2].
En cuanto al valor artístico de esta cinta, podemos citar el neorrealismo. Entendemos como neorrealista el cine que nació en Italia tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, que tenía como objetivo denunciar el estado en que había quedado el país después de la misma. Para ello, mostraba historias creíbles y reales acontecidas durante el conflicto, y era rodado en los escenarios naturales de las urbes, derruidas por los bombardeos. La primera película en hacerlo fue Roma, ciudad abierta (Roberto Rossellini, 1945), por lo que se considera la pionera del género. Sin embargo, una década antes se había estrenado Frente de Madrid, que también mostraba el estado en que había quedado la capital de España tras la Guerra Civil, y narraba una historia real y creíble acontecida durante el conflicto. Entonces, ¿por qué no se considera la primera película neorrealista de la historia? La respuesta es fácil: el franquismo.
En efecto, como hemos señalado, al cine de antes se le cuelga el sambenito de “franquista” para que el espectador no entre a valorar sus cualidades artísticas, sino que, por el contrario, crea que es un tipo de celuloide perverso y adoctrinador, del que no pudo salir nada bueno. De este modo, y pese a que la película que estamos analizando cumple los requisitos necesarios para ser la la inauguradora del neorrealismo, se deplora en favor de la italiana. El motivo es solo político: ¿cómo Frente de Madrid, que es profascista –aunque no lo sea realmente–, va a superar a Roma, ciudad abierta, que es antifascista? Además, el neorrealismo, “inaugurado” por el film de Rossellini, derivó muy pronto hacia el comunismo, por lo que es más políticamente correcto decir que se trata de la verdadera iniciadora del citado género[3].
Así pues, por culpa de esta manida corrección política –más política que correcta–, hoy nos estamos perdiendo grandes películas, que tildamos enseguida con un adjetivo inventado para que no nos cuelguen también a nosotros el temido sambenito. En un mundo sensato, en el que realmente se considerase el valor artístico e histórico de un producto, independientemente de su origen, Frente de Madrid sería una cinta imprescindible, que nos ayudaría además a comprender una época concreta de nuestros anales. Pero estamos en un mundo al que no le interesa la realidad ni el arte, sino solo que veamos ambas cosas a través del prisma que él nos quiere imponer[4].
[1] Una de ellas fue la Acción Católica Española, que, viendo cómo la persecución religiosa no contaba con ningún film –solo aparecía una escena en Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1941)–, financió Cerca del cielo (Mariano Pombo y Domingo Viladomat, 1951), que se hace eco del hostigamiento y martirio del beato Anselmo Polanco.
[2] A mi juicio, la última película no sectaria del cine español contemporáneo es La vaquilla (Luis García Berlanga, 1985), donde los miembros de ambos bandos son presentados como personas reales, independientemente de sus afinidades políticas.
[3] Es por ello que los historiadores del séptimo arte arguyen que el neorrealismo entró en España a través de la película Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951), de tinte medianamente antifranquista. Por otro lado, debemos decir que Rossellini tenía más papeletas para ser considerado el iniciador del neorrealismo que Neville: el motivo es que, mientras que este último se pasó del bando republicano al franquista, él se pasó del fascista al comunista (de este modo, hasta se le perdonó su amistad personal con Vittorio Mussolini, hijo del Duce, que incluso le había abierto las puertas de la pantalla grande italiana).
[4] Para conocer más filmes de este tipo, del buen cine que se realizó en la España “franquista”, no dejéis de comprar mi libro: 100 películas cristianas, que está a punto de salir (ed. Homo Legens).
Gracias. Totalmente de acuerdo. Dónde podemos encontrar estás películas? Y, por cierto, no es ninguna barbaridad afirmar que, en ocasiones, aparecen grandes movimientos artísticos y culturales en situaciones no democráticas. Por ejemplo, hoy vivimos en democracia y libertad pero no existe ningún movimiento literario importante; a diferencia de los años 30.
ResponderEliminarHola. En concreto, esta película puede ser encontrada en FlixOlé. Le gustará. En cuanto a su comentario, me acuerdo del que hace Orson Welles en “El tercer hombre”: «En Italia, en treinta años de dominación de los Borgia, no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco». Un saludo
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