El cine de terror cambió para siempre con el estreno de El exorcista (William Friedkin, 1973). En efecto, por primera vez en la historia del celuloide, se incidía en la esencia y origen de todo mal: el diablo. Ciertamente, ya había habido algún notable experimento al respecto: Madre Juana de los Ángeles, La noche del demonio o La semilla del diablo, su antecesor inmediato, pero podríamos decir que Satanás no era el verdadero protagonista de ninguno de ellos, sino solo un invitado especial. De alguna manera, pues, aquella cinta puso de moda la figura del maligno, por lo que era cuestión de tiempo que surgieran otras que se aprovechasen de ello para intentar recabar el mismo éxito. Y de entre todas, la que mejor supo hacerlo fue La profecía (Richard Donner, 1976).
Pese a lo que muchos creen, La profecía no está inspirada en una novela previa, sino que se trata de una obra original[1]. En ella, un político de renombre adopta a un niño sin saber que en realidad es el hijo del demonio, es decir, el anticristo. Sin embargo, poco a poco irá sospechando de su origen, pues en torno a él se suceden muertes extrañas y hasta es advertido por un sacerdote, que incluso le referirá el vaticinio que podemos leer en la Biblia: «El que tenga inteligencia, cuente la cifra de la bestia, pues es cifra humana. Y su cifra es seiscientos sesenta y seis» (Ap 13, 18). Llegará un momento, pues, en que se verá en la tesitura de acabar con la vida del crío o dejarlo vivir, para que sitúe a la humanidad bajo el yugo de Lucifer.
Como no podía ser de otra manera, la cinta se convirtió en un auténtico éxito de taquilla, pues todos el mundo vio que se trataba de una digna heredera de El exorcista (recordemos que esta tendría varias secuelas, pero que ninguna de ellas lograría igualarla). Su opresiva puesta en escena, su mítica banda sonora, su inteligentísimo libreto y la espeluznante actuación del niño protagonista –cuya fría mirada continúa inquietando a cualquiera–, consiguieron cautivar al público, que estaba ansioso por conocer más datos acerca del príncipe de las tinieblas. Tanto es así que, si aquella puso en boga al demonio, esta hizo lo propio con el anticristo y el fin de los tiempos (hoy en día, de hecho, sigue siendo una película recurrente para ejemplificar esto último).
Porque, ciertamente, tal y como hace la película, deberíamos diferenciar entre el demonio y el anticristo, a los que habitualmente consideramos parejos, pero que no lo son. Y es que, según el Catecismo de la Iglesia Católica, el anticristo no será el diablo, sino un pseudomesías que “trabajará para él”, que pondrá al hombre en el lugar de Dios y que, por ende, arrastrará a muchos a la perdición, ya que caerán ingenuamente en su ardid (cfr. 675). De hecho, el libro del Apocalipsis va en ese sentido, puesto que la bestia a la que hace referencia –es decir, el anticristo–, recibe su poder del dragón –es decir, del demonio–, pero no es el dragón (cfr. Ap 13, 2). En cuanto a la segunda bestia, nacida después de la primera (cfr. Ap 13, 11), los exegetas piensan que se trata de una metáfora de la ideología perversa que acompañará y propiciará el propio anticristo, mediante la que este esclavizará bajo su poder a la humanidad.
Pero como la película no puede desasirse así como así del aroma hollywoodense, fantasea con la posibilidad de que el anticristo, en efecto, no sea el mismo Satanás, pero sí su retoño, que sin duda es un argumento mucho más comercial. De este modo, igual que Dios encarnó a su propio Hijo para salvar al hombre, el diablo encarna al suyo para condenarlo; de la misma manera que aquel eligió a una pareja sin prole para que cuidase de Jesucristo, este hace lo mismo para que velen por Damien, y como el primero fue guiando mediante su Providencia al Mesías para que cumpliese sus designios salvadores, el segundo conduce a su sosias mediante engañifas para que también dé cumplimiento a sus propósitos malignos. Para el largometraje, pues, el anticristo cumpliría a la perfección ese psudeomesianismo que anuncia el Catecismo, pues imitaría en todo al Hijo de Dios, pero para pervertir su mensaje (en este sentido, recomiendo también el visionado de La profecía 2 y La profecía 3, que junto con la primera, conforman un interesante tríptico sobre ese progreso demoníaco en aras de la malévola imitación de Cristo[2]).
Paradójicamente, esta idea de origen comercial es mucho más profunda de lo que parece, puesto que ya el arzobispo norteamericano Fulton Sheen –en proceso de canonización– afirmaría que el demonio es en realidad el mono de Dios y que, por tanto, quiere imitarlo en todo. De hecho, en una célebre alocución para la televisión estadounidense, detallaría sus características, para que los cristianos seamos capaces de reconocerlo cuando llegue: «No llevará vestiduras rojas, no vomitará azufre, no llevará tridente ni se llamará a sí mismo anticristo, pues nadie lo seguiría. Se disfrazará como el gran humanitario, hablará de paz, de prosperidad y de abundancia, pero no como medios para llegar a Dios, sino como fines en sí mismos. Promoverá un nuevo concepto de divinidad, que nada tendrá que ver con nuestra visión, sino que se acomodará al gusto de la gente.
»Divulgará la fe en la astrología y en el universo como sustituta de la verdadera creencia en Dios. Hará que los hombres se avergüencen de no ser considerados abiertos de mente y progresistas por sus compañeros. Identificará la tolerancia con la indiferencia entre el bien y el mal. Fomentará el divorcio como signo de liberación. Hará que crezca el amor por el amor, pero que decrezca el amor por las personas. Invocará la religión para destruir la religión. Incluso hablará de Cristo y dirá que es el mayor hombre que jamás haya existido. Dirá que su misión es salvar a la humanidad de la superstición y el fascismo, pese a que nunca los definirá. Fundará, por ende, una anti-Iglesia, que será una imitación de la Iglesia, pero a la que se sumarán incluso muchos de los elegidos, puesto que serán víctimas de la soledad y la frustración del hombre moderno; pero allí no se les animará al reconocimiento de sus culpas y a la conversión, sino al autoconocimiento y a la superación».
Así pues, pese a su innegable fragancia de Hollywood, La profecía se convierte en un acertado relato sobre la idiosincrasia del demonio y el futuro anticristo, al que, por otro lado, no hay que temer. De hecho, el propio Sheen, consciente de que sus palabras podían causar estupor en el pueblo cristiano, llenó a este de esperanza con las siguiente exhortación: «Colgad un crucifijo en casa, rezad cada noche el rosario en familia, acudid diariamente a misa, haced la hora santa, encomendaos a san Miguel y a la Santísima Virgen, y conservad el estado de gracia, puesto que solo habrá una forma de que las rodillas dejen de temblar: caer sobre ellas y rezar». Y así, aunque la cinta no dé pie a esta halagüeña expectativa, sí lo hace a su manera el conjunto de la trilogía –por eso es recomendable ver también la segunda parte y la tercera, tituladas respectivamente en España La maldición de Damien y El final de Damien[3]–, ya que nos hace ver que el mal no tiene la última palabra y que el bien triunfará por fin mediante una intervención directa de Dios (cfr. Ap 20, 7-10).
Por desgracia, después de esta cinta, el maligno pasó a ser en el cine un mero recurso estilístico. De este modo, aunque El exorcista sentara las bases para que la gran pantalla lo abordase con seriedad, y La profecía las perfeccionara, pocas películas han sabido recoger el testigo. Quizás en los últimos tiempos destaquen La pasión de Cristo y Pactar con el diablo, ya que, cada una en su género, profundizan en su figura, para hacernos ver que no es un simple mito cristiano, sino un ente real que odia a Dios y quiere condenar al hombre. En cuanto al anticristo y el fin de los tiempos, y al margen del filme que hemos presentado, tal vez solo despunten la española El día de la bestia y La profecía. Omen 666, nueva versión de aquella, aunque con una puesta en escena mucho más hollywoodiana.
[1] La idea de publicar meses antes la novela inspirada en el guion procedía de la propia productora, que lo consideró una estrategia comercial.
[2] Existe una cuarta entrega: La profecía 4. El renacer, pero que es del todo prescindible, puesto que la tercera parte de la saga cierra definitivamente este ciclo (aunque de manera muy pobre, todo hay que decirlo).
[3] En mi opinión, la segunda es la mejor de las tres, y la tercera, la peor (con diferencia).
Magnífico artículo, al leerlo he comprendido la diferencia entre el anticristo y el maligno. Ésta película me sobrecoge cada vez que la veo, porque el maligno, existe.
ResponderEliminarMuy buen artículo, estaría bien otro de la espeluznante "La semilla del Diablo", que es la película que peor cuerpo me ha dejado con diferencia.
ResponderEliminarVisito periódicamente esta web para ver si hay alguna otra crítica, pues todos os artículos me gustan muchísimo, pero seguramente el páter no tiene tiempo para escribir y nosotros no quedamos sin sus estupendas críticas. Mala suerte.
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