En el año 1970, el estreno de la película Aeropuerto puso de moda
el subgénero catastrófico, denominado así no por su ausencia de calidad, sino
por su temática: como su propio nombre indica, las cintas enmarcadas en él describían
los acontecimientos que se sucedían durante la eclosión de alguna desgracia,
principalmente de orden telúrico, o durante el derrumbamiento de alguna
ciclópea construcción humana que supusiese un desafío para las fuerzas de la
naturaleza; además, era propio de ellas presentarnos a una plétora de actores
famosos enfrentándose a dichas calamidades, y ofrecernos historias y romances
que se entrecruzaban y se ponían en cuestión o se fortalecían gracias al
terrible escenario. De este modo, han quedado para el recuerdo filmes como Terremoto,
Meteoro,
El
coloso en llamas y el título que hoy nos ocupa.
La aventura del Poseidón narra la historia de un crucero de
lujo que vuelca tras recibir el duro embate de una ola gigantesca. Los pocos
sobrevivientes se concentran en el comedor del barco, donde estaban celebrando
la cena de año nuevo; allí, un oficial les aconseja aguardar el rescate que se
solicitó antes del naufragio, mientras que un resuelto predicador que navegaba
a bordo les urge a escalar hasta el casco de la nave, que ahora, por
encontrarse esta invertida, está flotando en la superficie del mar. No obstante
las poderosas razones del religioso, aquellos prefieren obedecer al oficial y
esperar a que alguien responda a la perentoria llamada de auxilio. El predicador,
sin embargo, continúa apremiando a los tripulantes, para que se encaminen hacia
el exterior, pero solo un pequeño grupo de personas se suma a él. Juntos, pues,
emprenden la aventura que da título al film, pero esta no resultará fácil, pues
deberán afrontar todo tipo de peligros antes de coronarla.
Sacar a colación este film en un blog
dedicado a las reflexiones cristianas que nos ofrece el séptimo arte no es
baladí, pues detrás del relato de aventuras que hemos descrito arriba se
esconde un interesante discurso sobre la fe y el sacerdocio. En la cinta, Gene
Hackman, por un lado, interpreta al religioso protagonista, un ministro
protestante que ha sido reconvenido por su obispo debido a sus innovadoras
ideas acerca de la vida cristiana: según su opinión, Dios no interviene en los
asuntos del hombre, por lo que este debe resolverlos sin esperar que Él los
solucione; por el otro, Arthur O´Connell interpreta, en un papel secundario, al
capellán del crucero, un sacerdote maduro que advierte a aquel acerca de las
peligrosas consecuencias de sus postulados, pues una teología de esa índole
relega a las personas débiles a favor de las poderosas. El desarrollo de la
película, como veremos, favorecerá esta última postura, y hará ver al religioso
protagonista que la sola fuerza del hombre no es suficiente para vencer las
distintas dificultades que este debe afrontar a lo largo de su existencia.
Para poner de manifiesto este apoyo que el film presta a la actitud del
capellán interpretado por O´Connell, este último mantiene con Gene Hackman un
interesante diálogo, que se sitúa, no por casualidad, inmediatamente después
del trágico naufragio y antes de que comience la aventura que llevará al
segundo a cuestionarse su particular teología. En este encuentro, Hackman
intenta convencer a O´Connell de que se encamine hacia la superficie, donde con
toda probabilidad recibirán la ayuda que se solicitó antes de que el barco
volcase; sin embargo, este decide permanecer al lado de los asustados
tripulantes, pues muchos de ellos son incapaces de emprender el camino que
aquel les está aconsejando. Ante la constante insistencia del predicador, el
capellán del buque le responde que su labor es permanecer junto a los débiles,
ya que necesitan la esperanza que Dios les presta a través de él. Aunque en un
principio Hackman no llega a comprender estas palabras, su ulterior aventura le
hará ver hasta qué punto el anciano sacerdote había integrado su fe y su
ministerio a su propia vida.
A partir de este momento, y una vez que el discurso sobre la fe ha sido
presentado, se inicia el del sacerdocio, pues el predicador Hackman, como ya
hemos dicho, deberá reconocer el verdadero alcance de su misión, que no
consiste en predicar a un Dios ajeno a este mundo, ni una religión asequible
solo para unos pocos, sino en entregar la vida por su pueblo conduciéndolo
hacia la eternidad; así, y como si de un revelador augurio se tratase, él mismo
contempla la muerte del venerable capellán del crucero, que perece entre el
agua y las llamas acompañando a los suyos. Por otro lado, este funesto suceso
tiene otra lectura, de carácter más metafórico, que, no obstante, en absoluto
se contrapone con la citada: para convencer a la tripulación de que debe
escalar hasta la quilla del barco, el predicador anuncia que la salvación se
encuentra arriba, hacia donde él la guiará; como la mayoría se atemoriza ante
los peligros que esa ruta le pueda deparar, prefiere obedecer las indicaciones
del oficial, que le ofrece la comodidad de la espera. Sin duda, el religioso ya
está comprendiendo la verdadera hondura de su vocación, y, como si de un
profeta se tratase, anuncia que la salvación del hombre se encuentra en lo más
alto, es decir, en el cielo, lugar al que él, que es sacerdote, tiene la misión
de orientarlo; sin embargo, y como ya vaticinó el Señor en el evangelio,
“muchos son los llamados y pocos son los escogidos” (Mt. 22, 14), por lo que solo
un escaso número de personas decide secundarlo. El resto, temeroso de las
aparentes dificultades que presenta la vida cristiana, escoge ceder a las
molicies del mundo, por lo que, a modo de castigo, muere calcinado por el fuego
del infierno.
Gene Hackman, pues, una vez que ha entendido que su ministerio consiste
en guiar al cielo a las almas que le han sido confiadas, se convierte en el
reflejo del buen pastor bíblico, que conduce a su rebaño hacia fuentes
tranquilas, para que allí descanse y sienta cómo sus fuerzas son reparadas (cfr. Sal. 23); sin embargo, y como ya
hemos aludido, dicho camino está poblado por multitud de aprietos, que
obstaculizan constantemente el dificultoso ascenso hacia la salvación, por lo
que el sacerdote, que encabeza la marcha, debe suscitar ánimo y consuelo a su
rebaño, de manera que confíe en él, y pueda afirmar, como el salmo citado,
“aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo; tu vara y
tu cayado me sosiegan” (ibíd.). El
pastor, empero, no siempre contará con la obediencia de sus ovejas, sino que
estas se opondrán muchas veces a sus propósitos, e intentarán disuadirlo de sus
empresas, para que estas se acomoden más a sus propios empeños o a las
directrices de este mundo; no obstante, aquel debe mantenerse fiel a la ruta
que Dios mismo le ha marcado, y gobernar a los suyos conforme a estos designios
salvadores, sirviéndoles siempre como ejemplo y procurando que ninguno se
pierda (cfr. Jn. 6, 39). Sin embargo,
el predicador comprenderá que todo su empeño es vacuo si no deposita sus
fuerzas en Dios, que es el único que puede salvar, por lo que, finalizando el
metraje, le improvisa a Aquel una oración desesperada, en la que le ruega que
conduzca a su pueblo hasta el cielo; además, y, como cumplimiento de la muerte
profética del viejo capellán, él mismo entrega su vida, para que los suyos
puedan obtenerla.
Del mismo modo, el sacerdote de hoy está llamado por Dios a convocar a
todas las gentes al encuentro con Jesucristo, que es el verdadero pastor que
conduce a sus ovejas hasta el paraíso. Por desgracia, y como acontece en el
film, no todas las personas responden a sus palabras, sino que solo unas pocas
las escuchan y confían en ellas; mas no por ello aquel debe desanimarse, sino
que ha de acompañarlas hasta el citado encuentro, de manera que puedan subir al
cielo y vivir para siempre. Igual que el predicador de la película, esta
peregrinación se caracteriza por las constantes dificultades y los innumerables
peligros, pues el mundo seduce una y otra vez al hombre, para que abandone su
propósito de salvarse y busque exclusivamente el disfrutar de lo que él le
ofrece. Por esta razón, el sacerdote debe conocer a su pueblo, animarlo y
servirle de ejemplo, para que nunca olvide que su auténtico objetivo se halla
en el cielo y no en la tierra. Pero a pesar de lo dicho, el sacerdote encuentra
la verdadera profundidad de su ministerio en la entrega por sus ovejas, por las
que diariamente debe desvivirse, rezar y ofrecer múltiples sacrificios, como el
de la santa misa; de esta manera, identificándose en plenitud con Cristo, que
murió en la cruz por su pueblo, el sacerdote hace de los suyos una ofrenda
agradable al Padre, que la acepta gustoso.
Así pues, no nos encontramos frente a un simple relato de aventuras al
uso, sino ante un film de mucha enjundia religiosa, que, más allá del
trepidante periplo, nos ofrece una fabulosa disertación sobre las consecuencias
de una fe mal entendida, como la que defiende Hackman al principio: en verdad,
la creencia en un Dios ajeno a las preocupaciones de la humanidad genera una fe
que solamente puede ser vivida por ricos, poderosos y fuertes, ya que los
débiles y postergados no pueden encontrar amparo en Él, pues siempre serán
adelantados por aquellos; sin embargo, la fe que propone O´Connell es más
acorde con la realidad, pues Dios favorece a los pobres de este mundo, cuyo
único consuelo es la esperanza en una vida futura que acabe con su sufrimiento
(cfr. Mc. 10, 23-27). El religioso
protagonista deberá vivir toda esa aventura a bordo del “Poseidón”, enfrentarse
a los peligros que lo acecharán durante la misma e, incluso, afrontar la muerte
de varios miembros de su grupo para comprender esta verdad; por eso, cuando
percibe que su sola resolución no ha sido capaz de auxiliar a las personas que
confiaron en él, impetra la ayuda de Dios, que es el único que puede hacer que
lo imposible se torne en posible (ibíd.).
Por otro lado, la figura que el film presenta acerca del sacerdocio es
también muy acertada, pues, como ya hemos dicho, la misión que tiene cualquier
hombre llamado por Dios a entregar la vida por su pueblo es, precisamente, la
del sacrificio: “El obispo y los presbíteros santifican la Iglesia con su
oración y su trabajo, por medio del ministerio de la palabra y los sacramentos.
La santifican con su ejemplo, no
tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey
(1P. 5, 3). Así es como llegan a la vida eterna junto con el rebaño que les
fue confiado (LG. 26)” (CCE, 893). El mayor de estos sacrificios es el de
la santa misa, sacramento mediante el cual se renueva la muerte redentora de
Cristo en la cruz, reconciliando a la humanidad con Dios; por este motivo, la
plenitud del sacrifico es mostrada por la película en el momento en que el
predicador se arroja al vacío, para que su pueblo, después de su hazaña, pueda
alcanzar la quilla del buque y salvarse.
Para concluir este artículo, podemos decir que La aventura del Poseidón
supera con creces a todas las producciones del subgénero catastrófico. Sin
duda, resulta verdaderamente aventurado el asegurar tal frase, pues es probable
que muchas de ellas superen a esta; mas la presente cinta se alza sobre los
valores de la originalidad y la innovación, ya que, alejándose de las manidas
historias de amor que aquellas nos relataban, esta se atreve a disertar sobre
un asunto diferente: las cuestiones teológicas que hemos mostrado. Y así, aunque
Dios esté presente en todas estas cintas, pues siempre aparece en ellas una
angustiosa oración, esta se vuelca decididamente en Él y lo erige como el auténtico
protagonista implícito del relato.
hola, Pater
ResponderEliminarMe encantan las entradas de este blog, ya que me parecen muy interesantes, pero si me permite una sugerencia, al ser el fongo negro, es un tanto incómodo de leer... quizás podría cambiar un poco el diseño del blog para que al leer, resulte menos "cegador". Un abrazo fraterno
Muchas gracias. Estudiaré un nuevo diseño.
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