Como en otras ocasiones, hoy presentamos un artículo de Dª. María Pérez Chaves, maestra de audición y lenguaje, quien nos ofrece su opinión sobre el último film de Tim Burton: El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares.
La película que hoy nos ocupa parte de una premisa atractiva: unos niños distintos, con poderes sobrenaturales, son llamados y protegidos por Miss Peregrine, quien se hace cargo de ellos en su mansión con el fin de que no sean rechazados por la sociedad. Para ello, la institutriz idea un bucle, que hace vivir a los niños siempre el mismo día, aunque, en cada uno de ellos, tendrán que enfrentarse a diversos monstruos que quieren acabar con ellos. No obstante, detrás de este argumento tan sugerente, se esconde una enjundia errónea sobre la educación que deben recibir los niños distintos.
Un niño distinto es aquel que se diferencia de los demás, porque hace lo que no se espera que haga, saltándose las normas que el rol social impone a las personas de su edad; es por ello que se ven necesitados de una educación especial. En el largometraje, estos niños distintos son representados por los niños peculiares a los que alude el título. Sin embargo, y a diferencia de lo que hemos expuesto, la educación que reciben en el film no es la adecuada, pues su maestra, Miss Peregrine, en realidad no quiere que crezcan, que sean personas ni que tengan vivencias y experiencias.
En efecto, a través de las vivencias diarias, un niño empieza a construir su identidad y su pensamiento; sin embargo, los niños de la película, a instancias de Miss Peregrine, se han quedado anclados para siempre en el mismo día, en una jornada en la que siempre ocurre lo mismo. Por este motivo, no pueden avanzar en su desarrollo personal: si no hay identidad, no hay personalidad. La institutriz, pues, amarra a los niños en esa realidad; por ello, podemos preguntarnos: ¿eso es verdadero amor a los niños distintos, o, en este caso, peculiares? En realidad, eso no es amor. Amar al niño distinto es dejar que vivan su día a día, que se equivoquen, que se caigan y se levanten, que aprendan de sus errores, que se enamoren y que se desenamoren.
Los niños peculiares de la película tienen miedo a salir de su mundo, a salir del mundo creado por Miss Peregrine: un mundo maravilloso que, sin embargo, no es la realidad; un mundo sin problemas ni preocupaciones que, en verdad, se trata de una ilusión. ¿Cómo van a crecer de manera armónica en un lugar que no los enfrenta a la autenticidad? Curiosamente, los enemigos del hogar son seres invisibles, pues, cuando no queremos que el pájaro abandone el nido, inventamos lo que sea para evitar que lo haga. No seamos egoístas con los niños ("mamá, ámame tanto que me ayudes a vivir sin ti").
¡Qué buena es Miss Peregrine, que protege a los niños de todo peligro! Sin embargo, eso no es cuidar, sino impedir. Tal es su obsesión por los niños, que lleva un reloj en el bolsillo para controlarlos: tienen que llegar a la hora que ella les diga y no pueden retrasarse ni adelantarse; cuando ella quiera, tienen que dejar lo que estén haciendo para acudir a la llamada de mamá. Insisto en que esto no es educar: hay que dejar que los niños vivan. Debemos acompañarlos en su camino, no hacerlo por ellos; preparar al niño para el camino, no el camino para el niño. Miss Peregrine no tiene fe en que sus niños puedan llegar a ser; es por ello que los esconde, para que nadie los vea.
Si el pájaro de nuestro nido está herido, curémoslo, pero no nos lo quedemos; dejémosle volar, para que haga su nido y tenga sus propios pajaritos. Si no se logra que el pájaro abandone el nido, sus posibilidades de vivir disminuyen. Es lo que les ocurre a estos niños peculiares: no saben vivir fuera del bucle; son pobres pajaritos que, teniendo alas, no pueden volar. Según Miss Peregrine, fuera del nido no tendrían vida y, para desarrollarse, tienen que estar con ella. La maestra no les deja salir del bucle, porque pueden morir sin los cuidados de mamá.
Por tanto, tener una personalidad requiere mucho sacrificio y requiere tener identidad. Toda la vida vamos añadiendo identidad. Si estos niños peculiares siempre viven el mismo día, no pueden avanzar, no pueden ir creándose su propia identidad, por lo que terminarían psicótico. Así pues, el Yo tiene que crecer y desarrollarse.
María Pérez Chaves
Maestra de audición y lenguaje y monitora del método CEMEDETE
@mpchvs
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