domingo, 16 de octubre de 2016

Snowden

   Como la actualidad cinematográfica impera en este blog, es necesario que esta semana hablemos acerca del regreso a la gran pantalla de Oliver Stone. Propiamente, nunca se ha marchado de ella, pero tanto su incursión en el terreno documental (Comandante, Al sur de la frontera y Mi amigo Hugo, por ejemplo) como la irregular calidad de sus últimos filmes (Salvajes, Wall Street. El dinero nunca duerme o W.) nos hicieron pensar que así sería. Por suerte, parece que estos derroteros no han sido más que un simple paréntesis en su carrera fílmica, ya que con Snowden (ibíd., 2016) vuelve a demostrar su talento para el largometraje y su capacidad para la narrativa. Recuperando, pues, su conocido estilo conspiranoico, aborda aquí una historia sobre la invasión de la intimidad y, por ende, sobre la abolición de la libertad.




   Esta historia es tan reciente que nadie ha olvidado todavía el revuelo causado por las palabras del genio informático en el año 2013. Según su declaración, y como también pudimos ver en el documental Citizenfour (Laura Poitras, 2014), el Gobierno estadounidense había tejido una enmarañada red de espionaje alrededor del mundo, mediante la que registraba y almacenaba los datos que aportaban los usuarios a través de sus dispositivos electrónicos. Por supuesto, todo ello era gestionado bajo el amparo de la propia seguridad, por lo que esta capacidad comenzó a usarse con el fin de seguir a los posibles terroristas; sin embargo, y debido a su crecimiento, derivó en un control meticuloso de todos los ciudadanos norteamericanos. Aunque su denuncia no sorprendió a nadie, pues todos recelaban de dicha vigilancia, sirvió para confirmar una situación que ponía en entredicho la libertad del individuo.

   Como decíamos arriba, la película recupera el genio del mejor Stone, por lo que aúna su excelente capacidad narrativa con su acostumbrada pasión por la conspiranoia más creíble. Siguiendo, pues, el estilo marcado por él mismo en J.F.K. Caso abierto (ibíd., 1991), realiza una pormenorizada investigación de todo el entramado que rodea al protagonista, de manera que el espectador sea partícipe objetivo de la historia que tiene frente a sus ojos. Ello no significa, empero, que estemos ante un filme aséptico o aburrido, ya que, más bien al contrario, goza de una calidad artística impecable y de una narración vibrante.   




   Pero lo que realmente inquieta tras el visionado de la cinta es la trama que destapa. En efecto, después de ver esta película, el espectador más avispado es urgido a cuidar el rastro que deja en internet, puesto que se convierte en una información que alguien puede usar en su contra. Es obvio que la mayoría de nosotros no tiene secretos que amenacen la seguridad de nuestros conciudadanos, pero ¿creen lo mismo quienes gestionan tales datos? Por otro lado, ¿la pretendida consecución de la paz justifica totalmente el allanamiento de nuestra intimidad? Particularmente, considero que la intromisión en la vida privada conlleva un recorte en la propia libertad, ya que esta es menguada o dirigida en favor de un posible bien común (o de un interés desconocido).
  
   Evidentemente, esta es la tesis del film, que, no obstante su irrenunciable aspecto de biopic documental, toma partido por la privacidad de las personas. Pero, al mismo tiempo, logra que el espectador participe en el debate, de manera que pueda decidir si quiere que su vida sea controlada por agentes superiores a él, o, por el contrario, desea que esté libre de cualquier injerencia. Sea como fuere, la denuncia ha sido lanzada y la conspiración ha sido delatada, de forma que ya nadie puede argüir que su intimidad es completamente privada ni que su libertad es absoluta. Por este motivo, es una suerte que Edward Snowden desvelase la oscura trama de espionaje y que Oliver Stone haya regresado a la gran pantalla con tanta fuerza para relatárnosla.



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