La noticia más importante de esta semana ha sido la inesperada victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales norteamericanas. A pesar de lo que auguraban todos los pronósticos, el candidato republicano se ha convertido en el nuevo mandatario de Estados Unidos. Muchos han querido ver en ello el cumplimiento de una de las profecías que pudimos ver en Los Simpson (aquí); otros, la que supuestamente vaticinó el film Idiocracia (Mike Judge, 2006) (aquí). Pero lo que a mí me ha llenado de auténtico estupor ha sido el desarrollo de la campaña, que me ha recordado a una película de mayor calidad que aquella: Están vivos (John Carpenter, 1988).
En este clásico del cine fantástico, el actor Roddy Piper encontraba unas gafas de sol que le permitían descubrir una suerte de conspiración extraterrestre para domeñar nuestro planeta. Los autores de dicho complot habían conseguido inocular mensajes ocultos en la humanidad a través de los medios de comunicación, por lo que su objetivo ya había sido alcanzado. Afortunadamente, y gracias al providencial hallazgo, aquel localizaba la fuente de emisión de las citadas consignas y conseguía destruirla.
Por supuesto, no estoy denunciando la intromisión alienígena en la campaña electoral, pero sí el uso indebido que se ha hecho de los medios durante el desarrollo de la misma, muy parecido al que veíamos en la película. En efecto, en estas últimas semanas, hemos sido testigos de cómo los mass media de todo el mundo, los españoles de manera especial, se han alineado a favor de un candidato y en contra del otro: abiertamente, han defendido la presidencia de Hillary Clinton en detrimento del postulado de Donald Trump. De hecho, para conducir a la primera hasta la Casa Blanca, no han dudado en rescatar palabras que el segundo pronunció hace más de diez años, con el evidente propósito de socavar su carrera (aquí); han aireado su polémica decisión de construir un muro entre las fronteras estadounidense y mexicana para frenar a los inmigrantes, y han vapuleado su defensa del derecho a la posesión de armas de fuego (aquí). Todo ello, salpicado de los atributos que hoy ha inventado nuestra sociedad para denigrar a una persona (especialmente si es varón): misógino, racista y homófobo.
Pero, a la vez que se delataba esta supuesta vis diabólica de Trump, vendida por los medios como una proeza de la investigación periodística, se ocultaba el verdadero rostro demoníaco de Clinton. Este último no es un adjetivo azaroso, puesto que la candidata demócrata estaba vinculada con las empresas abortistas más influyentes de Norteamérica (aquí) y con misteriosas sectas satánicas que pretendían llevarla al poder (aquí) (evidentemente, una persona no tiene por qué ser cristiana, pero debe reconocer que el mal subyace tras aquella otra que fomenta el asesinato de niños y que pacta con los adoradores del diablo). Por otro lado, se ha soslayado que las declaraciones de Trump quedaron en una simple fanfarronería, mientras que el marido de Clinton abusó realmente de mujeres que estaban bajo su cargo (aquí); que el malhadado muro fronterizo fue obra del citado esposo de Hillary (aquí), y que este último no hizo nada por vetar el derecho de posesión de armas de fuego (aquí).
No obstante el denodado empeño por parte de los medios para ensalzar a Hillary Clinton como la nueva presidenta de los Estados Unidos, estos han decidido libremente a favor del otro candidato. De alguna manera, ellos también han encontrado unas gafas mágicas que les han permitido detectar la manipulación mediática a la que estaban siendo sometidos. Con estas palabras, no pretendo apoyar a Trump, sino denunciar el oscuro interés que parece haber movido la campaña de desprestigio que ha estado detrás de él: a mi juicio, eso es un verdadero atentado contra la dignidad del hombre, contra su libre albedrío y, por ende, contra la democracia. Por esta razón, quisiera concluir el escrito con el título que lo encabeza, ya que se trata de un verdadero grito de rebeldía contra el sistema que se le ha procurado imponer al pueblo norteamericano, al que creían tan aletargado como el que protagonizaba aquel film: ¡están vivos!
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