Hay que reconocer que a veces el cine te sorprende. En esta ocasión, la
película que hoy comentamos lo hace de manera especial, pues vuelve sobre el
manido tema del comunismo, tan de moda nuevamente en nuestros días, pero bajo
la mirada de un prisma muy particular. Esta vez, la crítica a la sociedad de
clases y su consecuente revolución no está desempeñada por obreros sediciosos,
familias explotadas o militares malnutridos (siempre diré que El
acorazado Potemkin es uno de mis filmes favoritos), sino por una jauría
de fieros canes que pone a raya a los estamentos opresores.
Debo reconocer que no llegué a esta conclusión hasta que vi el final del
metraje, cuando (SPOILER), tras la masacre liderada por el sanguinolento perro
protagonista, su anterior dueña y el padre de esta se tumban en el suelo frente
a él y sus secuaces, poniéndose a la misma altura que ellos; es verdad que algo
intuí cuando un miembro de la sempiterna orquesta a la que acude la actriz
principal interpretó los acordes de la Internacional, pero lo achaqué a una
broma juvenil más que al hilo conductor del film. Y es que este nos narra la
historia de un pobre animal que ve cómo, por culpa de un amo intolerante y despótico,
pasa de una vida regalada en compañía de su propietaria a una existencia
cruenta. Gracias a ello, va conociendo las diferentes realidades del mundo,
que, sin embargo, comparten la triste verdad del proletariado: que este siempre
será sometido por el señor burgués. Esto va fortaleciendo su carácter, y,
cuando tiene la oportunidad, demanda su lugar en el mundo atacando a todos los
que lo han oprimido, acompañado, claro está, de todo un séquito de miserables
criaturas que solo pueden hacer oír su ladrido mediante la violencia. Al final,
y como hemos dicho, el hombre en general, que es el alegórico burgués del
relato, comprende que está a la misma altura de los perros, que es el
metafórico obrero del metraje.
Lógicamente, no soy comunista, pero aplaudo cuando una idea es bien
presentada por el arte (una vez más, reivindico la olvidad figura de Sergei
Eisenstein, el mejor divulgador cinematográfico que tuvo la Unión Soviética).
Esta película lo consigue, mezclando muy bien originalidad y excelente
manufactura. Es una buena fábula y un buen ejemplo de cómo hacer cine.
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